ÉIRE
La enorme mesa del despacho del duque ya no estaba vacía. Ahora, en su lugar, sobre el tapete de encaje había varios platos hasta arriba de dulces para desayunar: tartaletas de melocotón y hojaldre, panecillos recién hechos, pastas de té rizadas con guindas confitadas y almendras dulces.
Justo en el centro, estaba la enorme tetera cristalina hasta arriba de un té que desprendía un agradable olor a menta, con hierbas machacadas flotando sobre el borde del recipiente.
Debido a que nuestra confianza en ellos había aumentado considerablemente desde que nos hospedábamos aquí, no habíamos tardado en servirnos algunas tazas de aquel líquido y en mordisquear la comida. La sonrisa orgullosa de Evelyn cuando la felicitamos por el desayuno aún permanecía en sus labios, aunque ella había asegurado que todo era mérito de Clarén.
Si era sincera, me daba igual quien lo hiciera, mientras siguieran haciéndolo.
El duque nos había citado un día antes, justo en la cena tras aquella pelea de nieve, para poder desayunar mientras hablábamos sobre nuestra misión en el gran castillo de las montañas. Esta vez, todos estábamos allí congregados, menos Asterin, quien había decidido mantenerse en la cama descansando como solía hacer desde que habíamos llegado a Sindorya.
Asha estaba sentada junto a su padre, justo al otro lado del gran escritorio, y entre sus dedos tenía un frasco cerrado herméticamente del que no había dicho ni una sola palabra; sin embargo, se veía claramente el líquido morado que contenía. No me hacía falta preguntar para saber que aquello era una pócima.
¿Para qué? No lo sabía. Aunque apenas tardé en averiguarlo cuando Asha se aclaró la garganta y empezó a hablar:
—Si os hemos citado aquí en el despacho de mi padre ha sido para hablar de un tema muy delicado. En consecuencia, no podemos confiar en que todos guardarán silencio tan solo por la lealtad que prometen guardarle a sus amigos. — Ella nos repasó con la mirada. Para mi sorpresa, miró a todos con desconfianza menos a mí —. Alguien ha avisado a Eris de que su hermana está aquí. Por supuesto, mi padre lo ha negado todo, pero ella misma vendrá mañana a primera hora a corroborarlo.
Yo arrugué el ceño, mirando involuntariamente a mis compañeros. Aunque no era la única que lo hacía, ya que todos habían empezado a mirarse entre ellos. Pero no tenía sentido…Ninguno tenía motivos para delatarme. Al menos, ninguno que estuviera en mi mismo lado de la mesa.
Miré con fijeza a la mujer de largas trenzas — : ¿Crees que mis amigos me han delatado? Sino recuerdo mal, la semana pasada tu padre nos confesó que el plan era…
—Mejor guarda silencio, Éire — me interrumpió el duque. Yo, casi inmediatamente, me puse a la defensiva; sin embargo, no me dio tiempo a defenderme cuando él continuó — : Deja que tus compañeros, si tanto confías en ellos, beban de esta elaboración, ya que yo no he hecho nada.
Arrugué aún más el ceño. ¿Cómo que él...? ¿Cómo que no había hecho nada? Si él no había delatado a nadie, ninguno de mis compañeros podrían haberlo hecho. Evelyn y yo teníamos un trato que nos ataba de por vida, y ella misma moriría si la atrapaban. Audry y Lucca eran como mis hermanos. Y Keelan…Ni siquiera lo planteaba como sospechoso.
—¿Quieres que bebamos de algo que no sabemos ni lo que es? ¿Que acatemos tu orden después de llamarnos abiertamente traidores? — masculló Keelan, echándole una mirada al duque que hubiera hecho temblar a cualquier otro.
En cambio, el duque no se amedrentó, ni su hija tampoco. Asha entrecerró sus ojos en dirección al príncipe mientras le respondía:
—Si no tienes nada que perder, no veo porqué no lo harías.
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Reino de mentiras y oscuridad
Fantasy•Segundo y tercer libro de la trilogía Nargrave. Éire Güillemort Gwen había huido de Aherian tras aquella traición con Keelan, Audry y su nueva criatura acompañándola en su viaje para reclamar aquella corona. Gregdow seguía siendo tan oscuro como s...