KEELAN
Habían pasado tres días. Tres días desde que volví, y sinceramente no sabía cómo sentirme al respecto. Mi consejero, Skandar, me tenía informado de todo el progreso respecto a la fortuna de Zabia; y, por supuesto, mantenía alguna que otra conversación con Lynette sobre su viaje hacia Asolium. Aún así, no era mi vida más allá de aquí lo que me desconcertaba, era... todo esto.
Apenas había hablado con Éire, y ese solo hecho confundía a mi mente. Nunca había estado en una misma habitación con ella sin compartir palabra, fuesen insultos o una pacífica charla. Siempre había habido algo ahí. Y no era un sentimiento lo que faltaba, quizá solo eran las ganas a confrontarnos.
No lo sabía... Ni siquiera yo, que acostumbraba a tenerlo todo bajo control, podría saber esto.Había hablado con Nyliss y Audry, eso era cierto. Incluso con aquella sirvienta llamada Cala, aunque ella la mayoría de veces parecía reacia a hacer contacto con casi cualquier persona menos con Éire; con ella sí que la había visto hablar varias veces.
Además, este lugar... no era para mí. Por mucho que me sintiese menos escandalizado por los monstruos, y ya no sintiese aquella inercia de desenvainar mi espada y tratar de matarlos, no me sentía seguro con ellos cerca de mí. Ni siquiera con los hechiceros. No cuando muchos de ellos me miraban por encima del hombro con una fijeza inquietante. A Éire, sin embargo, la miraban de una forma distinta: con adoración. Como si fuese la salvadora que habían estado buscando sin saberlo, como la cura a una enfermedad mortal. Algunos incluso la incluían en sus oraciones para la víspera del último día.
En cierto modo, estaba orgulloso de eso. Pero, por otra parte, recordaba los baños de sangre que ya había hecho Éire y todos los que podía hacer y volvía a sentirme desconcertado. Desconcertado, desconcertado, desconcertado. Últimamente, solo me sentía así: sin respuestas y con demasiadas preguntas.
De pronto, me encontré a Nyliss por el pasillo del templo. Ella, como siempre desde que la había conocido, andaba con una seguridad que llamaba más la atención que incluso el exuberante brillo de sus labios. Su largo pelo trenzado caía por su túnica celeste, y sus ojos plomizos parecieron brillar al reparar en mí.
En cuanto me vio, se detuvo sobre sus pies y esbozó una dulce sonrisa.
—No te ves demasiado contento hoy.
—Intentaré verme más contento mañana, entonces —me burlé. Reparé en los gruesos guantes que envolvían sus manos, y por como debajo de la tela asomaba una venda manchada de sangre. Aún así, no fui lo suficientemente descarado como para que se diese cuenta —. No te he visto entrenando últimamente. ¿Has estado enferma?
Ella no ocultó su titubeo.
—Mm, sí. Algo así. Todo lo que ha pasado en estos días me ha trastocado. Prefiero estar a solas en mi habitación.
Todo aquello era una mentira y ambos lo sabíamos. No era estúpido, desde que me entregó el libro de mi hermana en el campamento, había pasado mucho tiempo con ella. Había visto cómo ponía excusas absurdas para marcharse cuando pasábamos más de una hora juntos, y ella comenzaba a sentirse incómoda. Una vez, decidí seguirla: ella se había escabullido del entrenamiento casi cuatro veces y a la quinta la vi demasiado exaltada. En ese momento, apenas habíamos hablado, pero me preocupé.
Acabó adentrándose en su tienda, y la escuché llorar mientras alisaba las sábanas de su cama. Una y otra vez Hasta que pasaron casi veinte minutos y no paró. El movimiento ya parecía casi mecánico, pese a que ella negaba inconscientemente con su cabeza mientras lo ejecutaba.
Asentí.
—Cuando te sientas con fuerzas, avísame. Puedo ir a tu habitación con un par de armas y entrenar contigo.
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Reino de mentiras y oscuridad
Fantasy•Segundo y tercer libro de la trilogía Nargrave. Éire Güillemort Gwen había huido de Aherian tras aquella traición con Keelan, Audry y su nueva criatura acompañándola en su viaje para reclamar aquella corona. Gregdow seguía siendo tan oscuro como s...