ÉIRE
Mis manos estaban manchadas en sangre: espesa, metálica, pegajosa. Solté un alarido y dejé que mis rodillas fallasen y me dejasen caer.
Y ahí estaba: el cuerpo sin vida de Idelia Gwen, justo frente a mí, con mi daga incrustada en la parte izquierda de su esternón.
La tomé entre mis brazos, besé su frente como había hecho semanas antes, y estaba gélida. Tan gélida y entumecida como un peso muerto. Pero, aún así, sostuve su rostro con mis manos manchadas con su sangre, suplicándole para que me perdonara.
—Perdón, perdón, perdón, madre. Perdóname. Te quiero.
Entonces, ella abrió sus ojos, y casi hubiera preferido verlos arrugarse en ira que de esta forma: lechosos, reluciendo por su ausencia de vida, un color tan apagado que pudo parecer hollín y cenizas.
—Es tu culpa, aprendiz. Eres una bestia.
Bestia, bestia, bestia…Yo era…Yo era…
—¡Éire! — me sacudió ligeramente alguien a mi lado. Abrí los ojos de sopetón y me erguí de golpe, siendo suavemente sujetada por mis hombros.
Casi al instante, me puse a la defensiva, sin saber quién era la persona que estaba en mi habitación. Mi corazón se desbocó y con mi vista borrosa, intenté enfocarla mientras pensaba en donde había dejado mi daga. Bajo la almohada, Éire. Siempre bajo la almohada, me dije, pero pese a eso, no tuve que sacarla.
Ya que era Keelan quien estaba sentado en la cama frente a mí, dejando que sus dedos se deslizasen por la piel de mis hombros desnudos, ya que aquella túnica se había enrollado hasta tan solo esconder mis pechos y mi bajo vientre.
Tomé una bocanada de aire y dejé caer mi frente contra la suya. Keelan, pese a que mi rostro estuviese perlado en sudor por la escalofriante noche que había pasado atrapada en mis sueños, me dejó hacerlo con gusto.
Yo posé mis manos sobre sus brazos, justo dónde su túnica se remangaba, y le acaricié dulcemente.
—Shh, ya está. Tan solo respira, hechicera. Respira. — Su voz, chocando de frente con mis labios, fue como un soplo de aire frío en un atardecer de verano —. Respiremos juntos: uno, dos, tres…— Tres respiraciones. Hice justo lo que me pedía. Solo que las mías eran aceleradas y las suyas pausadas —. Intenta llevar la respiración a tu vientre, contenla ahí, y luego exhala.
También lo hice. Y pareció pasar una eternidad, pero, por fin, manejé mi ansiedad. Aquellas respiraciones aliviaron levemente mi dolor emocional, y no pude hacer otra cosa tras eso que dejar un suave beso en sus labios tras ayudarme de aquella forma.
De aquella forma que nadie había hecho nunca.
Sus labios eran cítricos, adictivos, potenciados por el ámbar que emanaba su piel, y casi pensé en pasar mi lengua por su cuello. Pero me contuve, y tan solo le dediqué una pobre sonrisa mientras me alejaba de Keelan.
—Gracias — musité. Él asintió, como si no fuese nada, y yo no pude evitar preguntar — : ¿Muchas pesadillas durante tu vida?
—Más de las que se puedan contar en meses — me respondió, y se encogió de hombros restándole importancia. Tras aquello, se levantó de aquel colchón lleno de paja y asió varios de sus botones mientras se adecentaba frente a mí. Sus pantalones estaban enrollados hasta sus rodillas, y sus piernas eran tan…Casi pude…
—Vuelve a respirar. Creo que te vas a morir.
Yo entrecerré los ojos en su dirección.
—Lo mismo podría decirte — le respondí, dejando caer mis piernas desnudas por el lado de aquella cama, posando mi pie sobre la piedra, dejando que viese sutilmente mis muslos. Él tragó saliva mientras su vista se concentraba ahí y detenía repentinamente su misión de abrocharse la túnica —. ¿Últimas palabras?
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Reino de mentiras y oscuridad
Fantasy•Segundo y tercer libro de la trilogía Nargrave. Éire Güillemort Gwen había huido de Aherian tras aquella traición con Keelan, Audry y su nueva criatura acompañándola en su viaje para reclamar aquella corona. Gregdow seguía siendo tan oscuro como s...