ÉIRE
Parpadeé, tapándome con aquellas mantas mientras los escalofríos incontrolados de por la noche me arropaban dolorosamente. Pero, aún así, mientras me tumbaba en aquella cama, mi rostro bañado en emoción pudo parecer el de una niña pequeña que tenía su dulce favorito frente a ella.
Porque aquellas miradas…Aquella forma de inclinarse, de observarme, de intentar hacerse hueco para estar algunos pasos más cerca de mí…
Aquella sensación fue indescriptible.
Había vivido toda mi vida sumida en una vorágine de odio y auto sabotaje, donde mi madre me decía que era una mierda y yo creía que era incluso menos que eso. Donde me había culpabilizado por cada cosa en mi vida, incluso cuando ella me decía que no gritara mientras me levantaba la mano y yo lo hacía.
Pero ahora…Ahora, después de esas miradas, después de esos ojos inhumanos que parpadeaban en mi dirección con respeto y la reverencias de Cade y Asha, me sentía distinta.
No más poderosa, ni mejor persona, ni mucho menos con ganas para ir a por esa corona.
Me sentía querida. El impulso de esa sensación me había hecho darme cuenta de que podía empezar a sanar. De forma lenta y dolorosa, pausada y con muchos baches en el camino, pero que podía empezar a hacerlo. Como si por primera vez en mi vida mi cerebro hubiese entendido que era más que una mierda, que era realmente alguien importante. No solo para otros, si no para mí misma. Como si por primera vez hubiese entendido que podía empezar a sentirme querida, a sentirme conforme con mi vida, a sentirme satisfecha.
Porque, tal vez, era como aquellas criaturas. Tal vez me merecía algo más que muerte, rencor y venganza. Pero, ¿lo hacía? ¿Realmente me merecía aquello?
Si era sincera, aquella sensación de estar sanando por dentro, de estar lamiendo mis heridas cada vez con más cicatrización, era algo que anhelaba y que empezaba a sentir dentro de mí. Como si, por fin, empezase a entender que merecía más que consternarme a acatar órdenes.
Como si, por fin, fuese más que una cáscara de odio y molestia. Como si por fin empezara a entender que mi persona era más profunda que tan solo eso, y que aquella faceta era tan solo producida por el miedo.
Por el miedo a aceptar que tras eso solo hubiese dolor.
Y ahora que había visto lo que había tras aquella máscara, no quería soltar nunca aquella parte de mí. Porque ahora me sentía un poco más suficiente, un poco más valiosa, y aunque siguiese siendo un peón para los demás, yo me sentía con más fuerza de tomar el mando de mi vida.
Mi mente seguía siendo una maraña de contradicciones, donde la antigua yo gritaba que los monstruos eran unas bestias que no debían ser humanizadas, y la nueva y pequeña yo que estaba formándose dentro de mí exclamaba que debíamos darles el beneficio de la duda.
Y es que, realmente, si mirábamos objetivamente la situación de aquellas criaturas mágicas, era bastante lógico que nos intentaran masacrar y nos mataran de formas tan escalofriantes.
Porque, para ellos, esa era su venganza. Como para Gianna lo era el manipularme de tal forma que destruyese mi raciocinio con mis propias manos.
Pero no caería ahí. Nunca. Por nada del mundo dejaría que mi pensamiento fuese dirigido por el yugo de Gianna Ragnac.
Solté un suspiro, sintiéndome extrañamente cansada hoy, mientras mis labios tiritaban y mis manos temblaban bajo aquellas pequeñas pieles. Asha, por fin, minutos después de aquel espectáculo de poder, me había dado una fecha:
Dentro de tres días. Tres días, y estaríamos camino a Iriam. Tres días, y aunque no tomase aquella corona, debía de empezar a sentirme suficientemente buena como para sacrificarlo todo por ir a salvar a unas personas.
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Reino de mentiras y oscuridad
Fantasy•Segundo y tercer libro de la trilogía Nargrave. Éire Güillemort Gwen había huido de Aherian tras aquella traición con Keelan, Audry y su nueva criatura acompañándola en su viaje para reclamar aquella corona. Gregdow seguía siendo tan oscuro como s...