CAPÍTULO XXVI

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ÉIRE

—¿Y por qué no haces simplemente una poción que nos haga súper poderosos a todos? — le preguntó Audry a Asha. La elaboradora le sonrió sobre su cuenco de gachas, y el niño que se apoyaba en su regazo le robó entre sus dedos parte de su comida. Aún así, ella no dijo nada.

—La magia no funciona así — dijo Evelyn. Entonces, cuando todos nos giramos en su dirección, frunció ligeramente el ceño y musitó un tembloroso — : Creo.

Yo me resumí a no decir ni aportar nada a esta conversación. Prefería escuchar como otros la llevaban…Prefería que los demás tomasen las riendas, porque mis manos eran sudorosas y a mí solían escapárseme.

La hija del duque le dio a Cade su cuenco de comida, pese a que el niño ya se había zampado el suyo, y el niño de mejillas alabastrinas sonrió enormemente en su dirección y dejó caer su cabeza contra el cuenco para comer aquellas gachas con avidez.

—Exacto: la magia no funciona así. Nosotros nos alimentamos de Gregdow, y Gregdow requiere de reciprocidad. Por lo tanto, no podemos excedernos con nuestro poder, o no estaríamos vivos en absoluto. — Ella me echó una ojeada. Y, aunque en un principio pude no entender porqué, luego comprendí que aquellas palabras tenían mucho que ver conmigo. Porque si yo hacía todo un ejército de monstruos…Si yo excedía mi magia de aquella forma podría acabar con mi vida y destruir mi alma hasta que no quedase nada de mí —. En el caso de los Elaboradores, tenemos unas pautas de lo que podemos o no hacer. Nuestras pócimas pueden sanar, pero nunca devolver a la vida como un Nigromante ni reparar heridas profundas o miembros extirpados como los Sanadores. Y, siempre que un brebaje sea lo suficientemente poderoso como para poner nuestra vida en riesgo, exigimos un precio que calme la furia del bosque. Algo mortal, significativo, algo que nos dé parte de la magia del hechicero que exige el brebaje.

—¿Y si es un mortal quien exige una pócima? — inquirió Lucca. La curiosidad relucía en sus ojos.

—Los elaboradores somos escasos. Antaño, nuestra casa era más común, cuando Gregdow era un reino como los demás había miles de nosotros y…

—¿Cuándo Gregdow era un reino como los demás? ¿A qué te refieres? — intervino Keelan. Asha volvió a ojearme, y asentí imperceptiblemente en su dirección. Los demás podían conocer aquella historia…Al fin y al cabo, había sido yo la que no me había sentido cómoda como para contarla.

En ese momento, todos parecieron confusos. Estaban confundidos. Desconcertados. Todos menos Asterin, quien tan solo se resumía a mostrar su semblante en blanco, absolutamente nulo de muecas o expresiones que delatasen sus pensamientos.

Aunque podía imaginar cómo se sentían los demás. Justo como me había sentido yo cuando lo descubrí. Para ellos,  Gregdow era un bosque oscuro, pura maleza y escalofriantes criaturas. Así que Asha suspiró. Fue un suspiro entrecortado, ya que no parecía demasiado entusiasmada de contar aquella historia.

Pero lo hizo:

—Gregdow fue uno de los reinos que conformaban Nargrave, el más grande, el más habitado, el más poderoso. Lleno de criaturas y de sus creadores, lleno de Elementales, Elaboradores, Clarividentes, Razhas, Manipuladores de la masa, Sanadores, Usurpadores, Defensores, Persuasivos, Nigromantes, Temporales e incluso farscantés. Cada casa tenía su estandarte, cada familia su nivel social: desde la más alta alcurnia hasta la pobreza más absoluta. Todo aquel extenso territorio manejado por una hermosa reina: Gianna Ragnac, de la casa Razha, con el apellido de la dinastía Ragnac e hija de Marcós Ragnac. La Razha más poderosa conocida en siglos, creadora de todos los monstruos que quedan aún con vida en Gregdow. Quién transfirió su magia antes de morir a una de las hijas de Idelia Gwen, amante de Rauthier Güillemort, quien años más tarde ayudaría a Symond Gragbeam a destruir Iriam para lo que se consideraba siempre. Pero, como todos sabemos, el reino de las montañas ha resurgido.

Reino de mentiras y oscuridad Donde viven las historias. Descúbrelo ahora