CAPÍTULO XV

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ÉIRE

Mis pies bajaban los peldaños con toda la rapidez que mi cuerpo me permitía. Había dejado en una habitación sana y salva a Evelyn con su madre, quien insistía en curarle aquellas heridas que habían quedado visibles; sin embargo, dudaba de que pudiera curar aquellas que no lo eran tanto.

Estaba cansada, mi cuerpo apenas se mantenía, pero, aún así, iba a bajar aquellas malditas escaleras e iba a ayudar a mis malditos amigos.

Y eso hice.

Abajo todo era un caos de cuerpos rodando y otros cuántos echando a correr a trompicones. Keelan estaba en un extremo, dando estocadas limpias con su espada, dejando caer cuerpo tras cuerpo como si fueran las cartas de algún juego. Audry estaba en el centro, intentando esquivar los ataques de los guardias Iriamnos que le venían por todas partes, mientras Keelan le rugía algunas lecciones: justo como si aquello fuese un examen del manejo de la espada para él.

Entonces, me di cuenta del porqué aún quedaban seis soldados vivos con Keelan Gragbeam allí…Y es que Keelan estaba herido, sujetando el costado derecho de su cuerpo con fuerza mientras su túnica se trazaba en colores tan borgoñas como su estandarte.

Entonces, di un paso hacia aquella taberna, y él levantó su mirada en mi dirección durante un instante.
Ambos sabíamos por mi febril aspecto que ya no podría utilizar más magia por hoy, así que solo me quedaban dos opciones:

La daga, cosa que sería estúpida teniendo en cuenta que combatiría con hombres con hasta dos largas espadas, o conseguir arrebatarle el arma a alguno de aquellos soldados.

Y aquella segunda opción sonaba tan tentadora que fue la que escogí.

Uno de aquellos hombres se acercó a mí con lentitud, con sutileza, casi como si me tomase demasiado en serio — no como lo habían hecho aquellos hombres de arriba —, y para él fuese un enemigo muy a tener en cuenta.
Inteligente, sin duda alguna.

Arqueé una ceja y me burlé — : Tus amigos, los mercenarios de arriba, se me han quedado muy cortos si te soy sincera.

Tras eso, él soltó un gruñido y dio unas rápidas zancadas hacia mí, elevando su espada en mi dirección. Este hombre no era uno más: él sabía lo que hacía. Y yo lo había averiguado porque Keelan, en alguna de las sesiones de Audry, me había enseñado como combatir con espada.

Y a mí me había tocado el puto guardia inteligente.

En primer lugar, él no fue directo a mi estómago, ni a mi cuello, ni a mi corazón. Fue directo a mi pierna, dando un certero golpe que no me vi venir justo en la parte inferior de esta. Me contuve un pequeño jadeo y apunté con mi daga hacia su cuello, pero él ya tenía todo mi desprotegido cuerpo a su disposición, entonces fue cuando Keelan me gritó:

—¡Éire! ¡Piensa en la lección de Audry! — Tras eso, mi memoria trabajó a una velocidad abrumadora para recordar aquello, si pudiera ser antes de que aquel hombre me rajase de arriba a abajo como a un pequeño animalito.

Jugar sucio, le había dicho yo a Audry aquel día.

Fue entonces cuando, antes de que él se esperase aquel ataque, le di una patada con mi pierna restante justo en su estómago, haciendo que cayese hacia atrás contra una de las mesas. Aproveché ese instante para acercarme a su posición, y me puse a horcajadas sobre el hombre, el cual estaba tendido en el suelo con una brecha que se trazaba en los comienzos de su cabellera ondulada.

Casi pude jurar que aquello estaba hecho al ver su mirada desorientada, pero pareció ser que no.

Y, cuando quise rebanarle el cuello y quedarme con la espada a la que su mano se aferraba, él me dio un cabezazo que me hizo caer hacia atrás, perdiendo mi poca estabilidad. Me desorienté durante un instante, y todo en torno a mí fue un borrón de la taberna que daba vueltas sobre mis ojos, mientras mi cuerpo caía contra la piedra. Solté un jadeo y el rostro de aquel hombre se hizo con mi campo de visión, esta vez quedando él sobre mí, y en ese preciso instante la punta de su espada rozó la fina piel de mi cuello.

Reino de mentiras y oscuridad Donde viven las historias. Descúbrelo ahora