PRÓLOGO

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ÉIRE

Era veinticinco de octubre. Hoy Keelan cumplía veintiún años, hoy debería estar encima de su trono; hoy debía ser un día feliz. Con regalos, con vítores, con las calles bañadas en luz, alcohol y juerga.
En cambio, todo era silencio. Aherian estaba bañado en oscuridad, ondeando los colores de Zabia y vistiendo el negro como luto.

Habían pasado casi tres meses desde que Keelan se fue. Me gustaría decir que fueron largos, pero lo cierto era que apenas los recordaba. Desde que llegamos a Aherian y Evelyn tomó el trono, había aprovechado mi papel como su guardaespaldas para tener barra libre en cada una de las tabernas del reino.

—Brais, pasa otra jarra. Pero esta vez más llena, que no te pago por vasos vacíos.

El hombre tras la barra sacudió sus manos llenas de migas y vino, y me echó una mirada entre las hebras que se escapaban de su recogido. Su pelo era largo y castaño, apagado y de puntas irregulares, pero cuando su cuello se perlaba en sudor y las puntas de su pelo lo rozaban, le daba un aire de lo más atractivo. Sus músculos no estaban demasiado trabajados, pero al parecer servir jarra tras jarra de cerveza, absenta y vino fortalecía sus antebrazos. Ya que cada vez parecían más gruesos.

Brais y yo nos habíamos podido conocer mucho a lo largo de estos dos meses. Al fin y al cabo, le veía más a él que a cualquier otra persona. Audry se pasaba el día entrenando y haciendo caso omiso de la presencia de los demás, Asha ya se había dado por vencida en cuanto a intentar sacarme de mis jarras de cerveza y Evelyn tenía tanto trabajo que apenas se preocupaba por nosotros.

Así que aquí estaba yo. Rodeada de música, bailes, sustancias y pasando mis largas noches en camas sucias, ebria y con alguien compartiendo mi cama.
Había averiguado que esa era la combinación perfecta para no pensar.

—Directamente no me pagas, Éire.

—Es verdad. —Me encogí de hombros —. Pero yo tampoco cobro mis servicios como protectora de la reina, así que lo mínimo que merezco es esto.

Él me echó una mirada divertida.

—Con todo lo que bebes, comes y todas las noches que pasas aquí con más de una persona, puedo asegurarte que no hay sueldo que mantenga eso.

Tuve que esforzarme por mantener mis ojos abiertos mientras la décima cerveza pasaba por mi garganta.

—No seas aguafiestas, Brais. Pásame otra.

—Lo siento, Éire, pero su majestad nos ha avisado de que hoy no es un buen día para ti, así que tenemos prohibido servirte más de la cuenta.

Me tambaleé mientras me levantaba del taburete destartalado de madera. Casi me caí de bruces al ponerme de pie, pero me esforcé en mantenerme de pie mientras me aferraba a la barra de madera gastada.

Saqué la daga que había comprado hacía ya algunos meses, justo cuando unos vendedores ambulantes decidieron hacer una parada en la capital, y apunté directamente hacia el hombre con ella. Sabía que no era del mismo material ornamentado que la anterior, que no estaba tan afilada y que ni de cerca amenazaba lo mismo, pero era lo único que había conseguido después de robarle a Asha unas cuantas monedas.

—Brais, dame otra cerveza o los únicos clientes que vas a tener serán cadáveres.

Él esbozó una sonrisa, mientras limpiaba uno de los vasos con un jirón de gasa.

—Vamos, Éire, esa fama que tenías ya no es la misma ni de lejos. Todos saben que no has vuelto a hacerle nada a nadie desde que mataron al príncipe.

Arqueé una ceja. Apenas veía más de él que un borrón castaño tostado, y sus palabras parecían lejanas alrededor de todas las chácharas, gritos y gemidos del bullicio. Aún así, le había escuchado perfectamente.

Solté irremediablemente una carcajada, mientras me dejaba caer de sopetón contra el taburete. Este se balanceó y casi acabo en el suelo, pero no pude evitar seguir riendo. El alcohol lo hacía todo más ligero, y cada vez que soltaba una risotada otra la secundaba casi inmediatamente. Brais me miró, estupefacto, pero también esbozó una sonrisa incrédula mientras hacía el amago de retroceder y acercarse a atender a otro cliente.

En ese preciso momento, fruncí mis labios y solté un débil silbido que temblaba y se entrecortaba entre las carcajadas. Él ya me había dado la espalda, y ahora estaba mirándome de soslayo mientras dejaba caer una jarra sobre una mesa de un borracho que retozaba bajo una mujer semidesnuda.

Entonces, los tablones de madera empezaron a vibrar, y los clavos de latón se soltaron con una facilidad aterradora. Las paredes se estremecieron y las vigas del tejado empezaron a resquebrajarse como si estuvieran hechas de cera. Las prostitutas se levantaron de los regazos de los hombres y mujeres dando brincos, y los borrachos soltaron carcajadas mientras rodaban por el suelo, como si aquello no fuese más que efecto de su ebriedad.

Yo tan solo me quedé observándolos, aún soltando alguna risita entre los pequeños tragos de cerveza que quedaban en mi jarra, y antes de que Brais pudiera alcanzarme para decirme quién sabía qué, Ojitos salió de la tierra bajo los tablones del suelo y se arrastró con una rapidez inhumana hasta las paredes de la taberna.

Ahí sí que intentaron salir todos corriendo, pero, extrañamente, las puertas no se abrieron.

Toda la taberna se inundó en gritos aterrorizados, súplicas de rodillas y berridos agonizantes. Ojitos se enroscó alrededor de los cuerpos de las personas, masticó sus cráneos y se zampó sus vértebras como si de dulces se tratase. Sus enormes dientes afilados se mancharon de sangre y vísceras, dientes que se tragó de golpe y huesos que a duras penas pudo deshacer.

Brais sacudió mi brazo. Sus ojos estaban bañados con el terror más puro, y su cuello ahora se perlaba en sangre en lugar de en sudor.

—¡Detente, Éire, por favor!

Yo esbocé una sonrisa maliciosa, y agarrando su muñeca lo lancé hacia el suelo sin miramientos. El aminqueg me dedicó una enorme sonrisa afilada y se abalanzó sobre él.

Mientras Ojitos acababa con los demás, yo renqueé hacia el otro lado de la barra y me serví otra jarra de cerveza. Me mojé los labios en ella e hice una mueca.

—Encima me daban de la barata —farfullé, dándole un buen trago a la bebida. Se denotaba a leguas que esta sí que era de un barril de calidad.

—¡Estás loca! —me gritó alguien. No pude ver quién.

Hice un aspaviento y sus palabras se convirtieron en gorgoteos de sangre y saliva.

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Holaa, precios@s!! Ya era hora de que comenzara a publicar el tercer libro. Spoiler: está casi terminado y me está flipando por ahora.

Si no lo había subido antes era porque no podía permitirme la tercera portada, y hace poco llegué a la conclusión de que no podía dejaros con la espera cuando había otras alternativas. Así que aquí está, para que podáis leerlo.

Trataré de buscar un día fijo para actualizar, pero probablemente acabe actualizando con maratones, diariamente o directamente publicándolo todo de sopetón. Ya os avisaré con la opción elegida, pero que lo tendréis pronto, lo tendréis.

Espero que os encante tanto como a mí, y sé que ya os hacéis una idea de que un personaje muy importante quizá vuelva gracias a la sinopsis, jeje.

Besos.

—Elektra ♡

Reino de mentiras y oscuridad Donde viven las historias. Descúbrelo ahora