CAPÍTULO XXIV

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ÉIRE

—¿Puedo hablar contigo un momento? — me preguntó Keelan, justo cuando estábamos apunto de salir del bosque y la vereda se veía no muy lejos de aquí. Aún así, asentí, y Ojitos — quien iba justo a mi lado — pareció echarme una mirada de advertencia. Ambos separamos ligeramente del grupo sin decir nada más, y mientras ellos avanzaban, nosotros nos quedamos parados bajo las hojas acorazonadas de un sicomoro.

—¿Qué pasa? —le pregunté, mientras Audry nos echaba una mirada extrañada sobre su hombro. Aún así, Keelan debió articular algo desde la distancia, ya que se giró y no dijo nada más. No lo sabía. Ahora mismo, en este instante, me sentía embotada. Como si perteneciera a este momento, pero al mismo tiempo simplemente observase desde lejos, como una simple espectadora más.

—Esto es una locura, Éire. Al principio...Cuando huimos de Aherian, pude comprenderlo. Estabas enfadada, probablemente después de que tu madre te contara aquello enfocaste tu ira en Eris porque era la única persona en la que podías hacerlo. No lo sé, ¿vale? Pero es absurdo ir con esta gente y pensar que Eris va a aceptar que le quiten el trono por el que tanto ha luchado así como así. — Su mirada me aturdió durante un instante. No supe si fue porque ya no estaba carente de sentimientos, o porque aquellos sentimientos bailaban entre la ira, la impotencia y la frustración —. Éire..., me importas, ¿de acuerdo? Me importas mucho, y no me vendría mal ganar una aliada. Pero esa corona...Todo este rollo de que ahora los monstruos son humanizados...No puedo apoyar eso, ¿está bien? No voy a meterme en la boca del lobo sabiendo que seré comido, y mucho menos por una iriamna.

Yo retrocedí un paso inconscientemente.

—¿Qué? ¿Qué estás diciendo? ¿Quieres dejarnos ahora? —Tragué saliva, y mi corazón bombeó con una fuerza abrumadora cuando no lo negó —. Eris tendrá que retirarse porque su ejército no es siquiera suyo, probablemente sean hombres de los nobles y algunos mercenarios que...

Entonces, Keelan me sostuvo por los hombros y me sacudió. Su rostro desesperado, apenado...¿Apenado por mí? Yo...¿Yo le daba pena?

No, no, no, no. Aquello no...Eso no...

Mi mente se transformó en una maraña de pensamientos inconexos, incompletos, completamente apabullantes y al mismo tiempo sin sentido. No, yo no estaba aquí, estaba en otro lugar. Porque este momento era terriblemente doloroso, porque no quería, no podía asumir que yo le diese pena. Tal vez sí que me veía como un simple ser solitario, enfermo y egoísta que necesitaba ser comprendido.

Por eso no estaba aquí, estaba fuera. Fuera de este momento, de mi cuerpo, de sus palabras. Yo estaba…Aquel día, sí, cuando Idelia me besó antes de ir a dormir. Aquello estaba bien. Aquello era algo bueno.

¿Verdad?

—¡Éire, despierta de una maldita vez! ¡El ejército de Eris es prácticamente suyo! ¡Está conformado por hombres de todos los lugares de Nargrave que nacieron en Iriam y ahora quieren reconstruir su reino! ¡Su ejército cree en ella! ¡Sería imposible conseguir miles y miles de mercenarios así como así! — En ese momento, una lágrima pudo haber rodado por mi mejilla. Pero en lugar de aquello, miré a Keelan con una ira que pudo resultar mortal. Mis ojos fijados en los suyos, una batalla interminable entre el odio y la angustia —. Ella lleva toda una vida construyendo Iriam de nuevo, fabricándolo a su antojo como un alfarero con su jarrón, y buscando personalmente a los más fieles de sus hombres. Le ha dado esperanza a familias enteras que eran repudiadas por nacer, o por haber tenido familia en Iriam. Eso...Eso no vas a arrebatárselo con la ayuda de unos nobles.

Yo retrocedí un paso, y dejé que sus brazos cayesen entre el espacio que se había formado entre nosotros. Aunque dudaba que fuese tan solo un espacio físico.

Reino de mentiras y oscuridad Donde viven las historias. Descúbrelo ahora