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—30 Septiembre 1891, París-Francia. Ópera Garnier.

Unos cuantos días antes...

Irina iba a toda prisa, dejando atrás a sus bailarinas en un pequeño calentamiento porque el Maestro Reyer llegó a ella, mientras a la lejanía podía ver a Monsieur André esperando por ambos antes de ingresar en un pasillo lateral. Se veían apurados, ambos hombres, así que por cualquier cosa pidió un momento y les siguió.

Llegaron a la oficina de Monsieur Firmin, el cual se encontraba moviendo pilas y pilas de sobres junto a muchos papeles encima del escritorio, hasta algunos ya en el suelo. Algo extrañada, fue el hombre no tan canoso por nombre Richard que giró a ellos.

-¿De casualidad no les hemos entregado un sobre con una etiqueta roja y un sello dorado?- cuestionó.

-Casi nunca hablan conmigo que no sea en el escenario y nunca me entregan sobres a no ser que sean pilas de hojas- anunció el Maestro.

-¿La sospechosa entonces soy yo?-cuestionó burlona Irina, ambos directores parecían de verdad nerviosos.

-¡ustedes son los únicos lideres de sus respectivas zonas! ¡Nadie fuera de ustedes podría tener una carta tan importante!-exclamó Firmin.

-¿carta?-cuestionó la única mujer en la oficina.

-Queríamos también discutirlo con ustedes, ya que el Vizconde rara vez se queda en las tardes, que no sea con Mademoiselle Daaé- exclamó André, todavía distraído moviendo pilas de papeles.

Irina, al verlos, podía sospechar de que se trataba este espectáculo, ambos viejos, "perdieron" una carta, por eso les cuestionaron si no se las habían entregado por alguna razón a cualquiera de ellos, el Maestro Reyer o ella.

Y por "perder", sabía que envolvía a cierto individuo entre las paredes.

-¡demasiado tiempo que no hemos perdido notas tan importantes!-exclamó refunfuñando Richard.

-¿podría conocer el contenido de ese tan importante sobre?-cuestionó el Maestro Reyer. Hasta tranquilo, no importándole mucho la situación de los nervios que presentaban ambos directores a metros de distancia.

Gilles André, suspiró pesado antes de levantarse de su silla, para dar unos cuantos pasos más cerca de ellos.

-se trata de Lord Wilmot, desea ayudarnos volviendo a asistir a la Ópera, había estado fuera de Francia, pero quería saber si no había un número especial...-señaló un angustiado viejo.

Esta información era relativamente nueva, Irina que recordaba, jamás, algunas personas de altos puestos avisaban antes de venir a la Ópera, simplemente llegaban, bueno, antes estaba al frente Monsieur Lefevre, él manejaba las cosas profesionalmente, jamás se vio como un ciervo asustadizo, como ahora veía a un par de viejos frente suya.

-lo importante aquí es que, preguntó por Madame Giudicelli, deseando verla a ella al frente, pero queríamos discutirlo con ustedes, como ya mencionamos...-añadió Monsieur Firmin, a la lejanía, sin dejar su movimiento de manos encima de papeles.

-¿por qué razón lo harían? Ustedes son los directores como para decidir eso, ¿no es así?-cuestionó bastante extrañado el Maestro Reyer, jamás les habían echo una consulta así, él único quien lo hizo, fue el Vizconde De Chagny cuando se quedó supervisando una tarde los ensayos, pero era obvio, no era director de una Ópera.

-sí, pero, a la vez no queremos cometer errores, Mademoiselle Daaé, es excelente como prima donna, más no queremos por alguna razón tal vez...molestar a cierto espectro- la voz de Gilles André, fue en susurro, casi temblorosa, mientras se pasaba de la misma manera la mano sobre su barba totalmente blanquecina.

The Phantom of the Opera||El canto del ÁngelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora