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—9 Febrero 1892, París-Francia. Ópera Garnier.
Daaé al ver cada día pasando, tan tranquilo y con el sueño más profundo a Erik, le hacía sentirse especialmente contenta...
Esta noche, cuando llegó a su habitación, se encontró con él, apenas y arribando por igual, ella le sonrió, pero, la luz que emanaba la lampara que Erik sostenía en su mano, era una llama atrapada en esa jaula de metal oscuro, le iluminaba un poco el rostro, muy leve, pero dejaba una expresión no muy positiva.
-¿Erik..?-cuestionó temerosa de saber que era lo que le atormentaba.
-perdón...-susurró jadeante, Daaé, confundida le cuestionó, mientras llegaba a él. -Me avergüenza lo que hice...
Su voz expresaba claramente dolor. Pero, a estas alturas Daaé podría darse una idea de que hablaba.
-estoy mal Christine...- Erik suspiró, se dejaba ver avergonzado, al momento de bajar la mirada. Dejó la lampara en el suelo, a la vez que jalaba aire, audiblemente más alto por entre sus labios.
-¿de que hablas..?- cuestionó en cierto punto, algo curiosa y extrañada.
-cuando me presenté en aquel baile, quería raptarte y llevarte conmigo...-decía, se notaba un sentimiento legítimo en su voz. -después de ver el anillo en tu cuello decidí que Raoul debía morir...casi lo asesino.
-no, oye tranquilo...-susurraba Daaé en un intento de calmar su quebrada voz, mientras trataba de buscar su mirada escondida, sus manos le tocarían el hombro y el pecho, pero sabía bien lo que Erik opinaba sobre el tacto, así que le tomó por las manos, que las estaba guardando en su pecho, como si se estuviera sosteniendo el corazón para evitar su huida.
-Christine, casi te privo de tu libertad y asesino a un hombre inocente ¡estoy mal!
Exclamó, levantando la vista, terror se dejaba ver en sus ojos, eran preciosos, resplandecientes en un dorado color, pero los empapaba el miedo, la aflicción que sentía.
-¡soy un monstruo! ¡por favor perdóname...!-exclamó avergonzado incorporándose en su totalidad, ahora escondiendo su mirada en las alturas, fuera del alcance visual de Christine, a la par que trataba de zafarse de esas delicadas manos, pero ella no dejaba sus intentos de calmarlo.
-Erik, ven, sentémonos...- argumentó Daaé, mientras le tomó firmemente por el antebrazo, para así, guiar su andar, de nueva cuenta relativamente fácil. Al sentarlo, en un sofá justo alado de una cortina amplia de tela, ella le ayudó a quitarse el abrigo de sobre sus hombros y así dejarlo a un lado.
-escúchame...- susurró Christine mientras tomaba asiento alado de Erik, quien, aún se dejaba ver afectado por sentimientos dentro suyo. -estabas horrorizado a la idea de perderme, las actitudes y pensamientos que empleaste fueron erróneas, pero reconoces tu error...
Musitó tranquila, tenía que mostrarse así, aunque la revelación que le había hecho era sumamente sorpresiva...tenía que guardar la calma.
-lo reconoces y eso es lo importante Erik, respira para que puedas calmarte...-le sonrió, no le estaba mintiendo, era una situación preocupante, pero al menos, se encontraba pidiendo perdón a sus acciones cuestionables.
-Christine...
Susurró aún con la mirada escondida en la palma de su mano, la cual se sostenía desde el peso que dejaba sobre su rodilla, encontrándose encorvado hacía adelante, eso era dolor en su voz, arrepentimiento y culpa.
-además...si tan sólo hubieras sido honesto con lo que sentías...no me negaría-alzó Daaé, siendo en una milésima de segundo, captora de toda la atención de Erik.
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The Phantom of the Opera||El canto del Ángel
Fiction Historique• 1890, París Francia Christine Daaé vive en la Ópera Garnier como una bailarina estrella, pero cuando el antiguo director anuncia su retiro, ella recibe una oportunidad de mostrar su talento, sin contar que llamaría la atención de su ángel personal...