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Irina seguía tan de cerca a Erik, sólo escuchando como de esta biblioteca tuvo que ser su nuevo destino cuando otra fue quemada ya hace algunos años, todo por el contenido de los libros, honestamente se moría de curiosidad de que tipo hablaba, sólo para que Erik no dejara de hablar y se explayara en sus diálogos. Su voz estaba clavándose profundamente en su pecho a estas alturas, pero a su vez acariciando sus oídos, casi podría sentir su profunda pero suave voz abrazarle el corazón...era casi magnifico.
Cuando ni notó que habían arribado a la biblioteca, —Bibliothèque de l'Institut national d'histoire de l'art, encontrándose con tinieblas al cruzar por el marco de la puerta, parecía seguir indicaciones de Erik, que sólo obedeció cuando él abrió la puerta delante de ella.
Irina desvió su mirada de él, cuando la fresca noche dejó de sentirla en la ventisca en el rostro, y en cambio la hermosa infraestructura de un cielo sostenido por amplios arcos, dejando entre medio mesas con demasiadas sillas, apareció delante de ella. La tenue luz de las bombillas en cada mesa, podrían quitarle el poco escalofrío por la noche que comenzaba a dejar el calor atrás. *Biblioteca del Instituto Nacional de Historia del Arte.
-¿quieres ir a un sitio en concreto o me acompañarás?- la voz de Erik le devolvió a la realidad, que, cuando chocaron miradas, Irina podría sentirse hechizada por tal resplandecientes joyas ¿cómo era posible que sus ojos brillaran entre las penumbras?
-te acompaño...-suspiró, con algo de duda en su voz, no quería recibir un rechazo por su parte, pero sus nervios cayeron por la borda cuando al oírle, Erik, dibujó una muy y apenas perceptible sonrisa en sus labios. ¿Qué pasaba que podría observar esa expresión en él? Jamás fue de sonreír, esto, le conmovía.
Cuando comenzó a seguirle por la edificación, pasando por estrechos pasillos con pilas y pilas de libros y subir por unas escaleras de caracol, un segundo piso dejando sólo 2 metros desde la corona de la cabeza de Erik al techo, más anaqueles con enormes tomos de libros les recibieron. La iluminación aquí era la misma, podría ver una ligera aureola tintineando en ciertas zonas en medio de pasillos, podría creer que se trataba de estancias para sentarse a leer.
-¿Conoces bien este lugar?- cuestionó Irina, cuando vio a Erik como a cada pasillo que giraban el pasaba rápidamente la mirada por las superficies, parecía estar buscando algo.
-no realmente, sólo vengo aquí cuando necesito inspiración- respondió, sólo dándole un rápido vistazo, para después proseguir con su "búsqueda".
Fue en este instante donde llegaron a la zona de la luz, a la mesa de mediano tamaño a comparación de las de la planta baja, pero con buena cantidad de sillas. Irina se quitó su abrigo de encima y lo dejó en una silla, para que a su vista periférica llegara que Erik se encontraba haciendo lo mismo con su respectiva capa.
Pero su vestimenta podría confundirse con las penumbras, su camisa, chaleco, pantalón y botas era de un negro más oscuro que el plumaje de un cuervo. Si lo encontrara de espaldas en un pasillo, podría no percibirlo, su cabello de un marrón carob se perdería igual. Aunque de lo que estaba segura es que esos penetrantes dorados ojos, más brillantes que el oro mismo le clavarían sus pies en el suelo sin posibilidad de moverse, casi pareciendo que le fue lanzado un conjuro, pero ese brillo no era normal, tendría que existir una flama sobrenatural en ellos como para que sobresalieran de todos...mejor dicho, siempre fue así, Irina lo recordaba de este modo desde siempre.
-tal vez demore una hora o poco más, pero si te sientes cansada no dudes en decírmelo- alzó Erik dejando su capa perfectamente acomodada en el asiento de una silla.
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The Phantom of the Opera||El canto del Ángel
Ficción histórica• 1890, París Francia Christine Daaé vive en la Ópera Garnier como una bailarina estrella, pero cuando el antiguo director anuncia su retiro, ella recibe una oportunidad de mostrar su talento, sin contar que llamaría la atención de su ángel personal...