¹|50

26 2 0
                                    


El paseo en barco en las aguas del Golfo de Vizcaya, fue tan ameno, que les hizo perder la noción del tiempo para volver a tocar la orilla de La Grande Plage a quizá justo antes del atardecer, las nubes en tonalidades que variaban desde el rosa y morado, se dejaban ver en amplias ondas.

Para suerte de Christine, no devolvió nada de la comida de hace algunas horas, ella, se encontraba fascinada por las olas romperse al barco avanzar, Raoul no podría encontrarse en mejor posición para sólo dedicarse a admirar a Daaé, pero, al notarla señalar cosas tan simples, le hacía ver cosas que él antes no era testigo.

Para Raoul no era su primer viaje en barco, pero el ver la espuma, las burbujas, el agua picada junto al sonido que venía después, olores y el sabor de la sal en el aire, eran cosas no dignas de su atención, o mejor dicho, ni se había detenido a observar si quiera que existían y ahora, junto a Christine, podía detenerse a observarlos para deleitarse con ello. Y sí, era perfecto.

-Monsieur, ¿podría decirme que horas son?-cuestionó Raoul apenas ayudó a bajar a Daaé del barco, la luz y colores en el cielo le decían que era tarde y cuando el dueño del barco sacó su reloj de bolsillo y señaló que eran las 9 con 16 minutos, el Vizconde se mostró sorprendido.

-Creo que nos perdimos la cena, concluye a las 9, con 40. Me parece que sería algo descortés llegar justo ahora, pero podríamos pedir algún postre si tienes hambre...-comenzó a explicar Raoul.

-¡tranquilo! No tengo tanto apetito, apostaría que tus demás familia esta en recepción-respondió Daaé. -pero primero tengo que cambiar mi vestimenta, este no es un vestido de noche.

Raoul sonrió ante tales palabras, él la veía en perfecta sintonía consigo misma, que estaba más que perfecta, pero si Christine deseaba cambiarse, le acompañaría. Así que volvieron al Hotel, a minutos caminando.

-...no tardo

Suspiró adentrándose a su alcoba privada, mientras Raoul se quedaba del otro lado del pasillo en la sala principal, aunque apenas al tomar asiento en un sofá menos de un minuto llamaron a la puerta, pensando que podría ser servicio a la habitación, pensaría en pedir té para más tarde, ya que apostaría que allá en recepción habría algún licor y tanto como Christine como él podrían tomar algo.

Pero vaya sorpresa al encontrarse del otro lado de la puerta con nada más que su madre, sostenido algo en sus manos.

-Madre, pasa...-suspiró, tenía que admitir que no la esperaba en ningún momento hasta la habitación.

-no, no, sólo quise darte esto en persona-alzó, sonriente, se notaba que se encontraba quizá más feliz de lo normal, que el brillo que reflejó en sus azules ojos al extenderle lo que tenía en las manos, fue totalmente visible.

Raoul al tomarlo, era la foto que Monsieur Marcel, les había tomado a él y a Christine hace algunas horas en Rocher de la Vierge, en ella, era visible el profundo beso que le estaba dejando en los labios, junto a un firme y seguro agarre en la cintura de Daaé, a la vez de tomarle amorosamente de la mano que descansaba sobre su pecho.

-oh, muchas gracias madre- agradeció sintiendo como por la velocidad del palpitar de su corazón comenzó a subir el calor a sus mejillas.

-me alegra tanto Raoul, que por fin, bueno...en fin, me estoy adelantando a muchas cosas, sólo el tiempo me dará o no la razón- alzó su madre tratando de alcanzar la mejilla de su hijo, pero irrumpiendo su camino alzando las manos mostrando las palmas, -pero por ahora, no sabes lo feliz que me siento por ambos...por ti hijo.

Sus palabras eran sinceras en felicidad, lo reflejaban sus ojos de igual manera, pero sus palabras tenían razón, no era momento para adelantar las cosas, Raoul más que nadie sabía que por la fotografía, cualquiera pensaría que es un feliz matrimonio en la luna después de su matrimonio, pero la realidad era otra, él, no podría deducir que tipo de relación tiene con Christine, pero no le molestaba en absoluto, todo era por ella y su lacerado corazón desde hace tiempo, Raoul sería lo que necesitaría.

-gracias...-susurró mientras seguía apreciando la bella imagen de ambos.

-tranquilo hijo, Monsieur Marcel me la dio personalmente y pensé que era algo íntimo de ustedes así que nadie más la vio, lo juro-explicó su madre, levantando su mano de nueva cuenta en una señal de juramento. Raoul podría apostar que el medir sus pasos de expresiones románticas con Christine las querría controlar si estaba frente su familia, más por ella, pero...no recordaba que le habría dicho algo sobre esto a su madre.

-sé que no somos entrometidos, pero no ha habido una boda en casi tres años y medio, apostaría lo que fuera que no les molestaría lanzar los gastos al aire en una fiesta masiva sólo por ustedes-exclamó sonriente Marie. -por eso no dejé que nadie supiera de más hasta que ustedes decidan hablar sobre algo.

-gracias madre-sonrió totalmente agradecido. -¿de verdad no gustas pasar?

-¡no! Tu padre ya debe preguntarse donde estoy, los veo abajo...-alzó mientras sólo apretujó brevemente la mano de su hijo en un gesto maternal, pero antes de siquiera dar un paso se devolvió a su hijo.

-¿sí bajarán no?-cuestionó ya con rostro serio. Ahí, Raoul notó como su madre miraba fugazmente al interior de la habitación.

-claro, sólo Christine esta cambiando su vestido- explicó quizá algo deprisa, logrando captar más la atención de su madre.

-uhm, ya veo, no demoren, Raoul, hablo enserio-Marie, señaló con el dedo a su hijo, vaya que estaba hablando con verdad.

-como ordene Madame- exclamó en respuesta mientras dejaba una sonrisa, aunque detrás, en el interior de la habitación, escuchó una puerta, Christine había terminado. Se despidió fugazmente de su madre quien todavía tenía la mirada encima suyo con ese aire de seriedad, cerró la puerta al último, ya que deseaba enseñarle la fotografía a Daaé y no demoró más en girar en su búsqueda.

-Christine, mira esto...-suspiró alzando la mirada, encontrándosela sentada frente su espejo, mientras se estaba arreglando el cabello, peinándolo enfrente de su hombro. 

-¿es la fotografía?-cuestionó emocionada mientras giraba a él.

Raoul observó como Daaé se apresuraba a caminar hasta recibir la placa en sus manos, sólo se dedicó a verla con detenimiento. Mientras a él le llamó el delicioso aroma de Christine a menos del metro de distancia.

Posicionó sus ojos sobre ella, se encontraba hermosa, perfecta. Su corazón le rogaba que no la dejara ir, ya que si lo hacía, podría simplemente detenerse aquí mismo. Admiró su rostro a tres cuartos, dejando en evidencia sus largas pestañas negras, hermosa nariz en su más bella forma, su pómulo rosado, el nacimiento de su cabello rojizo castaño. 

El borde de su quijada, para recibir su parcialmente descubierto hombro, la tela de su vestido comenzaba muy cerca del mismo, dejándola como una completa deidad digna de tenerlo en la palma de su mano.

-Christine...-le llamó, al recibir su mirada encima, deseaba tanto decirle claramente lo que sentía por ella, sólo así tal vez podría, podría...

-si estas lista, ya debemos bajar- completó, honestamente no eran las palabras que estaba buscando, tenía un profundo sentimiento de pasión en su pecho apretujado contra su corazón que no podía soltar.

¿Por qué no podía decirle esto, pero si podía besarla? Tal vez porque Christine se ha adelantado a besarle en muchas ocasiones, pero a algo sentimental y formal a como al menos Raoul sabía que buscaba, no sabía si ella lo deseaba, ¿tal vez inconscientemente se estaba protegiendo a otro rechazo?

No lo sabía con certeza, pero por ahora, esas palabras no salían de su boca.




The Phantom of the Opera||El canto del ÁngelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora