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—22 de Octubre 1891, París-Francia. Ópera Garnier.

Hace cuatro días, fue el viaje que hicieron a Narbona, en busca de Avery y Celeste, con sus respectivos bebés, sin resultado alguno. Y estas horas, han sido un martirió para Irina, a ella le llegaría una carta con cualquier cosa que se hayan hecho de información las hermanas del convento.

Podría hasta sentirse distanciada de su realidad, ya que no tenía apetito para nada, apenas y tocaba su comida, estos días, ha sobrevivido a base de algunos panes con mucho té. Se veía tan preocupada, que al día siguiente de el viaje, Erik llegó a su oficina lo primero que exclamó fue —¡te ves acabada de energía!

Tenía mucha verdad en sus palabras y por ello, Erik estaba más atento al sentir de Irina las horas que compartían el té, pareciera que en cualquier momento rompería en llanto o iba a explotar en desesperación, esto, con las horas y días, le pasaron factura, Irina, sentía que enfermaría de una gripa, tenía irritación en la garganta junto a dolores de cabeza y de extremidades, además de la fiebre.

La única que parecía no estar sumamente afectada era Lyana, era la única que podía colocarse enfrente a la clase e impartir ensayos. Irina le había entregado la obra por título —Mascarade. Ya que el tiempo de descanso se estaba por agotar y tendrían que comenzar a planear la próxima obra, Irina, le había dicho a su compañera que esta obra, había quedado recluida en algún cajón de su escritorio desde inicios de 1890, si Messieurs Firmin y André, estuvieran buscando la siguiente puesta en escena, Lyana, entraría con —Mascarade.

Irina estaba sola estos próximos días, Amaline, Emma y Victoria estaban en Burdeos, ya que, aquella noche del viaje a Narbona, Victoria, le habría dicho que tendría ella, Irina, que esperar la carta, aquí en París, ya que regresarían a con las jovencitas a asistir algunos partos, ya que, se encontraban en diferentes tiempos de gestación, era algo alucinante.

Pero Irina ahora mismo, sentía, que habría despertado con dolor de cuerpo, quizá la fiebre aminoró un poco, pero seguía siendo molesta, su voz era aún rasposa, no creía que pudiera salir de su habitación.

-¡madre!- exclamó Meg, desde la puerta principal, Irina giró por el delgado pasillo que dirigía a su recamara y suspiró observando a su hija.

-Meg, te dije que no vinieras, podría contagiarte- exclamó, haciendo contacto visual desde más de 6 metros.

-eso no me importa, debo cuidarte- respondió decidida a acercarse a su madre.

-¡no! ¿quieres cuidarme? Ve con las maestras Madame Marley o Madame Dakota, diles mis síntomas y que te digan que podría comer- suspiró, mientras caminaba a la pequeña sala de su oficina, pero aún manteniéndose lejos de su hija.

Meg, sólo la miró en desacuerdo, pero, ¿qué más podría hacer? Su madre, siempre ha sido así, independiente y estricta consigo misma, no es la primera vez que pesca un resfriado, las otras ocasiones, sólo toma algunos tés específicos de hiervas, alguna comida que contenga pollo, verdura fresca, legumbres como lentejas y a la mañana siguiente esta al 100, pero ahora, que elige quedarse en cama o estar aquí en su oficina, probablemente se sienta un poco peor que otras ocasiones.

Pero Meg, no quería dejarla sola, su instinto le decía que obedeciera y fuera a hablar con las demás maestras y tal vez con la enfermera, aunque ella querría quedarse para vigilarla mientras duerme un poco más. Pero sabía que eso no serviría de mucho, así que sólo suspiró un —regresaré pronto madre.

The Phantom of the Opera||El canto del ÁngelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora