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—11 Diciembre 1890, París-Francia. Ópera Garnier.
Una helada mañana, Christine, acababa de concluir un baño con agua caliente, estaba peinando sus largos cabellos frente a su tocador, pero de un segundo a otro, le pareció ver algo por aquel enorme espejo al fondo de su habitación. Esperando otra señal, observó su reflejo unos segundos más, pero al no ver más, caminó a el.
Tocó el cristal con la yema de sus dedos.
-¿Erik?
Cuestionó susurrando al aire, él era el único que pasaba por aquí, ¿Qué habrá sido eso que observó?
Pero ahora un sonido de fuera de su habitación le llamó la atención, giró por completo a la entrada, no quería levantar sospechas a quien sea que estuviera del otro lado, pero se escuchó como un golpe en seco o como si se tratase de un costal cayendo.
Se quedó estática esperando volver a oírlo, no fue un llamado, dio unos pasos a la puerta, ¿sería buena idea salir?
-Christine.
Le llamó desde detrás suya, al observarle, era Erik, en aquel enorme pasillo profundo.
-¡Eras tú!-anunció sonriente, llegando a él. -espera, aún no tomo mi té de ahora en la mañana, déjame ir por el y comenzamos la lección.
Anunció recordando que tan temprano era, aunque debía de admitir que le extrañaba la hora, pero tendría sus razones, tal vez ahora sería como aquella tarde dónde Erik le compartió un libro que había leído de más joven, pero en cambio le oyó hablar.
-Christine, ¿Qué te parece cambiar la lección de hoy por la caminata a aquella plaza que te mencioné?
Recibió una mirada tan brillante y amplia sonrisa de parte de ella, era un si.
-bien, pero ahora si, debes de llevar un abrigo, esta helado y nevando afuera.
Anunciaba mientras daba un paso más, para entrar a la habitación.
-Oh, en ese caso, espera aquí, debo cambiarme, no planeaba salir de la Ópera-exclamó Christine y sin más caminó al fondo de su habitación, girando para perderse en un muro que al parecer cubría el cambiador. Que poseía una enorme tela que tapizaba esa parte.
Erik, le sonrió algo pensativo ya que ella apresuró sus pasos al interior del lugar, tenía el tocador alado suyo y de nuevo recorrió la vista en el, flores, cepillos para el cabello, tocados, algo de maquillaje que no poseía mucho orden, lo cual le causó ternura, pequeñas flores, y ramas con hojas de varios colores a la vez que formas, junto a las rosas que le dio a Christine, estaban del otro lado de la mesa, junto a la carta, no de la misma manera que lo había visto aquella noche, eso significaba ¿Qué Daaé si veía constantemente aquella carta?
Su corazón latió más fuerte, generando un calor que subió rápidamente a su rostro, sentía algo de vergüenza, pero le agradaba aquella sensación, era nueva...al seguir inspeccionando el espejo para subir por el marco, este, reflejó aquel interior de la habitación, donde Christine estaba, el borde de su figura a espaldas parecía estar moviendo activamente cosas fuera de su rango visual, pero un ligero paso bastó para que aquella tela se moviera en un ángulo, y Daaé apareció, veía su larga cabellera caramelo color, sus delgadas manos moviendo al parecer telas, vestidos, ropajes, hasta que en el reflejo apareció su cuello, hombro y espalda desnudos...
Erik desvió la mirada rápidamente al suelo, con su rostro en calor, ¿había subido la temperatura, no? Su pecho retumbaba todavía más en latidos de su corazón, era una hermosa revelación, pero no debía, no podía simplemente ver...
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The Phantom of the Opera||El canto del Ángel
Ficção Histórica• 1890, París Francia Christine Daaé vive en la Ópera Garnier como una bailarina estrella, pero cuando el antiguo director anuncia su retiro, ella recibe una oportunidad de mostrar su talento, sin contar que llamaría la atención de su ángel personal...