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—30 Diciembre 1890, París-Francia. Ópera Garnier.

Todas estas noches que han pasado, Christine cumplió lo que deseaba tanto Erik, dormir junto a él, era una total revelación que su sueño fuera profundo y descansaba en su totalidad. Aunque ciertas noches, había un poco más de acercamiento intimo.

Ya que, estaba frío el ambiente, dormir abrazados y entrelazados era una opción factible, junto a que, en ocasiones, se le daba por acariciar donde su mano descansaba, ya sea cintura, piernas o abdomen de Christine, Erik no perdía la oportunidad de sentirla, tan suave junto a su delicadeza de tacto, movía algo en Daaé, era genuino deseo, pero, al no saber que tan receptivo se encontraba Erik a avanzar todavía más, sólo lo guiaba por todo su cuerpo.

En aquella pasada noche del 24, fueron a con Pierre, ya que ellos solos cenaban, él y su esposa, todos los años, desde que conoció a Erik, le estuvo invitando cada fecha, que hasta ahora, decidió aparecer junto a alguien, Christine, aquella bella dama que él le habría dado el rubí, como una clara muestra de que fuera su corazón.

La cena pasó bien, la mujer, esposa de Pierre, Madame Jeanniene era una cariñosa ama de casa que su pasión era cocinar y cuidar de las plantas, tenía su propio cultivo para sus platillos.

Su noche fue amena, pero sólo era el inicio de la misma, pasada de media noche, cuando regresaron a la Ópera, e ingresar por el pasadizo privado que tenía y conocía solamente el ángel de la música, para llegar al subterráneo, después de aquellos pasillos, dormir, no fue lo primero que hicieron. Ahora, Erik se dedicó a besar y acariciar el cuerpo de su amada, con sus labios, dejando húmedos recorridos por usar su lengua. 

Encendiendo más, aquella fogosa llamarada, que no haría más que arder y quemar.

Que ahora, terminó presionando directamente esta zona tan delicada en Daaé en su cuerpo femenino, con sus labios, que, podría apostar que le dejaba un sabor a vino tinto. Esta noche Christine pensaba que en cualquier momento Erik acabaría entre sus piernas, moviéndose encarecida y enérgicamente.

Pero cuando estaba recuperando el aliento, buscó su mirada, estaba recostado sobre su pecho, sin esperarlo, se encontraba dormido, tal vez fue el vino. Pero le dió algo de gracia que descansaba tranquilamente en una respiración rítmica lenta y profunda, después de que hizo llegar a su amada al éxtasis, besando esta delicada zona, no podría pedirle más, así que como pudo, Daaé jaló alguna sabana cercana y los cubrió.

Siendo testigo como aquellas enormes cicatrices en su espalda desaparecían al ser cubiertas, comenzando a peinar su cabello mientras buscaba dormir por igual.

Eran unas magnificas noches, durmiendo junto al otro, sintiendo el calor abrazador, sintiendo su piel desnuda, para Erik, cada noche, era dormir en el cielo.



Christine estaba harta por hoy, soportar las quejas de Madame Giudicelli quien a estar a 30 de Diciembre, prácticamente a un día del estreno, hizo por fin aparición, pero sus miradas llenas de rabia, le tenían harta, e irónicamente su personaje era el que más interactuaba con ella, por esta noche una rápida ducha e ir al comedor por una frutas era lo único que necesitaba.

-me duelen hasta los hombros.

Se quejó mientras caminaba al interior de su habitación, con un pequeño bowl de fresas.

-¿Gustas un masaje?

Erik hizo acto de presencia llegando desde el espejo, provocando en Daaé una expresión de total felicidad.

The Phantom of the Opera||El canto del ÁngelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora