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Raoul, salió de aquella habitación y caminó por la escalera para dejar atrás el pasillo, esquivando en su camino a varias figuras que pareciera que se habían interpuesto con razón.

-Monsieur De Chagny- rompió su trance un llamado raspante y a su visión, un brazo que le detuvo, se trataba de Monsieur André.

-parece que se encuentra en otra realidad, pero joven Raoul lo necesitamos aquí con nosotros- exclamó el hombre canoso.

-uhm, claro...- exclamó Raoul recordando que el colega Firmin le había pedido un minuto. -¿desea charlar en la oficina?

El hombre mayor alzó la mano antes de hablar.

-lo que deseamos es invitarle a usted Monsieur De Chagny y a Mademoiselle Daaé a la hora del Té en casa de mi colega Monsieur Firmin, asuntos de trabajo, si usted es amable de traer a la joven se lo agradecería...- hablaba, pero Raoul, honestamente sintió una punzada ligera cerca de la zona su diafragma, casi como si fuera su intuición avisando.

-lo lamento Monsieur André, pero Christine no esta disponible hoy en día, así que será sin su compañía- irrumpió Raoul, creía que de esto lo que quería advertirse a si mismo.

-oh, que desafortunado...-susurró el hombre mayor mostrándose pensante, por su mano a la altura de su barbilla.

-y desearía respetar la estadía de Christine en la Ópera, así que, ¿le acompaño a casa de Monsieur Firmin?-cuestionó seriamente De Chagny, consiguiendo del hombre no más que un —de acuerdo, vamos. Casi en automático.

No demorando más que aproximadamente media hora en llegar en carruaje, a una modesta casa de tres pisos, en Saint-Germain-en-Laye, en el departamento de Yvelines cerca del área metropolitana de París. Todo el recorrido Raoul escuchó a Monsieur André muy emocionado denotando cuanto amaba estar a las riendas de la gran casa popular de ópera.

De Chagny, podría apostar la razón por la cual, Gilles estaría insistente en ese aspecto, codo a codo de su colega y mejor amigo, Monsieur Richard Firmin. Raoul, aún no siendo total conocedor de las artes junto a su complejidad por detrás, a la vez de no poseer las habilidades para componer todo lo que conlleva una puesta en escena, había notado una diferencia en la calidad de las obras que habían mostrado, a comparación de la que pudo presenciar en 1890, un Octubre,  —Hannibal.

Tal vez, podría ser que él durante años se dedicó a visitar cada ópera en Francia y sus alrededores que, quizá tenía punto de comparación, hasta llegar a la Ópera Garnier.

Lo que mencionaba Gilles, sería de la carta que le envió a Richard, señalando que si los directores Messieurs Firmin y André, sintieran mucha presión sobre sus hombros, él, Raoul, habría de conocer a varios compositores detrás de varias óperas, hasta inclusive fuera de Francia, para así, ayudar u orientar a la vez que presentar una obra fuera de la lengua germánica occidental inglés junto al idioma local. Y como veía ahora, de una mejor calidad.

Pero al parecer, delante de él, se encontraba sólo media tarta de orgullo en su máximo resplandor y la otra mitad de la tarta se encontraba en la casa la cual se habían detenido justo enfrente.

-llegamos, acompáñeme Vizconde.

El hombre mayor caminó por las escaleras, llegando a la puerta para hacer el llamado en la aldaba, el cual no demoró en ser atendido por un,  perturbado y casi con los nervios desbordando de un Richard Firmin.

-¿Richard? ¿Qué sucede?-cuestionó sumamente extrañado Gilles. Pero antes de hablar.

-¿está aquí? ¡ah!-una delgada voz detrás llamó, para no tardar en aparecer por un borde. Se trataba de una mujer, de edad algo avanzada, pero la energía salía de su almendrada mirada.

The Phantom of the Opera||El canto del ÁngelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora