Después

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-Hay algo en esta nota que no me gusta, Hastings.

A mi pesar, el tono de su voz me impresionó.

-¿Qué se imagina?

Sacudió la cabeza y, tomando la nota, la guardó otra vez en el escritorio.

-¿Piensa hacer algo, ya que se lo toma tan en serio?

-¡Siempre el hombre de acción! Pero ¿qué puedo hacer? La policía del condado también ha visto la carta y tampoco se la han tomado en serio. No hay huellas en ella. No existe la menor pista que pueda conducirnos a descubrir quién la ha escrito.

-O sea, que solo cuenta con su instinto.

-Nada de instinto, Hastings. Instinto es una mala definición. Son mis conocimientos, mi experiencia, lo que me dice que en esa carta hay algo malo.

Agitó la carta y, al fin, cuando le fallaron las palabras, sacudió la cabeza.

-Quizá esté haciendo una montaña de un grano de arena. Pero, sea como fuere, no se puede hacer otra cosa que esperar.

-Bien, el viernes es veintiuno. Si ocurre un gran robo cerca de Andover, entonces...

-¡Qué alivio sería!

-¿Un alivio? Le miré asombrado. La palabra me pareció simplemente inadecuada. Un robo puede ser excitante, pero nunca un alivio -protesté.

Poirot sacudió negativamente la cabeza.

-Está en un error, amigo mío. No comprende lo que quiero decir. Un robo sería un alivio porque libraría mi cerebro de un temor peor.

-¿Un temor a qué?

-Asesinato -respondió Hércules Poirot.

"El misterio de la guía de ferrocarriles" -Agatha Christie, 1936

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