Isabella sale de la habitación, ahora está mejor arreglada, pero evidentemente esa ropa no es del todo adecuada para su cuerpo. Las medidas de Juliana son muy diferentes a las de Isabella, así que esta ropa se le ve un poco grande. Debemos solucionar eso.
—¿Tanto te gustaron los tacones blancos? —pregunto extrañado al verla nuevamente usando los mismos zapatos de la boda.
—Son los únicos que me quedan bien; el resto de zapatos no son de mi talla —me regaño mentalmente al escuchar eso.
—Vamos —digo, tomando las llaves del vehículo y abriendo la puerta del apartamento.
Isabella pasa algo tímida por mi lado y nos dirigimos directamente al ascensor, donde oprimo el botón que nos lleva al sótano dos, que es donde dejo mis vehículos. Ese lugar es algo oscuro, como todos los sótanos, y por lo que puedo notar, a mi querida esposa no le agrada el lugar, pues, de manera involuntaria, tuvo que caminar más cerca de mí.
Desactivo el seguro y abro la puerta del vehículo para que Isabella pueda entrar. Una vez acomodada, partimos en busca de un sitio para comer. El trayecto es corto, veinte minutos cuando mucho, pero llegamos a un centro comercial. No es el más grande ni exclusivo de todos, pero es el más cercano y creo que podremos encontrar lo que necesitamos.
Isabella se baja del vehículo sin esperar a que yo le abra la puerta ni le dé la mano, pero estoy seguro de que será solo cuestión de tiempo antes de que pida mi ayuda. No creo que soporte mucho esos zapatos altos. La haré caminar mucho en este centro comercial. Buscamos un lugar para comer y, durante ese lapso de tiempo, puedo apreciar más libremente y sin presión cada uno de sus movimientos.
No es brusca, no es acelerada y tiene unos modales aceptables. Aunque sé que no es una mujer nacida en cuna de oro, conoce lugares finos, sabe comportarse en estos ambientes y, si algo la sorprende, al menos no lo hace notar.
—Deja de mirarme así —me dice en medio del almuerzo—. Me incomoda.
—Disculpa, solo estaba pensando. ¿Vamos primero por el celular? —pregunto, tratando de disimular que me sigue agradando en general.
Su rostro se pone rojo y no entiendo el motivo. No estamos en ningún contexto sexual como para que sienta vergüenza y no se me ocurre qué otra cosa la pueda avergonzar aquí conmigo, así que le pregunto de frente:
—¿Por qué estás avergonzada?
Eso la hace ponerse aún más roja, pero aun así contesta:
—Se siente extraño que alguien me diga que vamos de compras y no sea yo quien pague. Es casi como si fuera una niña pequeña otra vez, a la espera de que mis padres me quieran comprar algo. Es vergonzoso, pero también humillante.
Siempre he dado regalos costosos y nunca nadie me había dicho eso. No puedo creer que lo diga precisamente ella, quien es con quien sí tengo obligación en muchos sentidos.
—Es por mi causa que en este momento no tienes tus cosas. No deberías sentir vergüenza ni sentirte humillada por eso —le digo, expresando cómo veo las cosas.
—Aun así, se siente extraño —aleja el plato de ella y ahora empieza a tomarse la malteada que pidió.
Un pequeño silencio se forma. Mi vista se centra en sus labios, observando cómo se juntan y se fruncen ligeramente en torno al pitillo que transporta su bebida y los gestos que indican lo mucho que la está disfrutando. Por fin su atención se aparta de la bebida y vuelve a mí, así que disimulo y miro para otro lado.
—Posiblemente, te va a incomodar, pero lo primero que necesito es ropa interior —ahora entiendo el rojo de su rostro hace un momento —Es evidente que la ropa interior, junto con el resto del contenido de ese armario, estaba pensado para alguien más.
Abro los ojos con interés cuando una posibilidad pasa por mi cabeza. ¿Isabella no tiene ropa interior puesta? Mi vista se centra de manera disimulada en su busto y concluyo que definitivamente no lleva sostén, y que por eso está usando dos prendas: una básica blanca y, sobre esa, una camisa azul holgada.
—No me incomoda, vamos —digo, bastante motivado por querer conocer el tipo de prendas íntimas que quiere comprar.
Salimos del lugar y estiro mi mano hacia ella, esperando que la acepte, pero al ver que no lo hace, hablo:
—Pareja feliz de recién casados —sonrío—. Además, prefiero entrar de tu mano a un lugar donde venden prendas íntimas femeninas, así no pareceré un tipo raro.
Me mira, no convencida con mi explicación, pero aun así toma mi mano y yo aprovecho para tenerla más cerca.
A lo lejos puedo ver nuestro esquema de seguridad y de verdad me alegra que sepan ser tan discretos.
—¿Qué tal esa tienda? —le digo, señalando un Victoria's Secret, a lo cual ella solo asiente con la cabeza y vuelve a ponerse roja.
No imagina cuánto estoy disfrutando esto. Apenas entramos, una asistente nos intercepta y se ofrece a atenderla, pero antes de eso me regala una mirada traviesa y no puedo evitar responderle con una sonrisa. Fue un acto reflejo, no lo pensé, pero el gesto no pasó desapercibido para Isabella.
—No quiero que tú nos atiendas —le dice decidida Isabella, dejándome sorprendido—. Dile a alguien más que lo haga.
La mujer la mira con vergüenza al ser descubierta y luego se va. Después de eso, Isabella me mira con evidente enojo.
—Si eso fue delante de mí, no quiero ni imaginar el resto.
Suelta mi mano e inicia a recorrer la tienda. Sabía que esta relación, o lo que sea que es esto, no podía ser tan fácil como borrón y cuenta nueva. No creo haber hecho algo realmente malo, pero ella ya pensó lo peor de mí. Lo merezco, pero no me agrada que me mire de manera fría. La veo tomar unas pocas prendas y, de manera disimulada, indago las tallas. Yo, por otro lado, elijo unas cuantas más, las cuales entrego sin problema a la nueva encargada de atendernos.
Escucho nítidamente cuando Isabella le pregunta a la mujer si puede cobrar las prendas teniéndolas ella puestas, a lo que la mujer le responde que sí y le retira el pin de seguridad y las etiquetas. Isabella toma las prendas elegidas y se dirige al segundo vestidor. Doy un par de vueltas por los exhibidores y, aprovechando el descuido de las asistentes, me cuelo en su vestidor, sorprendiendo a Isabella.
—Estás loco, sal de aquí —dice en voz baja, pegando su espalda a la pared y cubriendo parte de su cuerpo con la camisa que ya estaba lista para volver a ponerse.
—Vamos a corregir algo aquí y ahora —le digo, pegando mi cuerpo al de ella y apoderándome de sus labios sin que pueda objetar.
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ADICTA A SUS BESOS
RomanceUna mañana, Isabella se despierta en la cama de un desconocido, sin recordar cómo llegó ahí. El hombre a su lado, Alexander, resulta ser un atractivo heredero de una familia poderosa, pero también con un lado oscuro: su abuelo le ha legado un negoci...