Todo inicia siempre con la suavidad de un beso, con esos labios que, sin saber cómo lo hace, logran correr cada día un poco más mis límites sexuales y me hacen amoldar a los deseos del hombre que me tiene entre sus brazos. Mi marido. Ya he aceptado que es mío, me pertenece, así como yo le pertenezco. No es un buen hombre, claro que no, no puede serlo y, aun así, no me imagino haciendo esto con alguien más.
Estoy acorralada contra una pared con mis manos prisioneras sobre mi cabeza. Me tiene indefensa con las caricias que sus labios y su otra mano libre me regalan. Puedo sentir la excitación de su miembro frotándose sobre mi cuerpo y, poco después, estoy incómodamente mojada.
—Nos escucharán —susurro preocupada.
—¿Y? No pienso contenerme por ellos. Prefiero escucharte, sentirte —mi bata cae al suelo y quedo igualmente desnuda frente a él.
Su mano aprieta uno de mis senos y lo siento tratando de acomodarse a mi entrada, pero de pronto cambia de opinión.
—Gira, separa las piernas para mí.
La forma en que lo dice suena perversa, sucia y, aun así, quiero hacerlo y lo hago. Sus manos me liberan de manera momentánea para cumplir su voluntad, pero ahí mismo vuelven a ser prisioneras sobre mi cabeza. Su mano libre se desliza por mi espalda y eriza mi piel a su paso hasta que termina en mis nalgas, las cuales aprieta.
—Eres demasiado sexy, Isabella.
Su carne se clava en la mía e inicialmente se queda quieto, pero su mano libre frota mi centro haciendo que sea yo quien mueva mi cadera y quien le exija más.
—No retires las manos de la pared —me dice, soltando mis manos y haciendo que me incline un poco.
Los sonidos que resuenan en la habitación son demasiado sugestivos y no hablo solo de los que emiten nuestras gargantas, sino de aquellos que generan nuestros cuerpos, producto de nuestros choques, de la fricción y de la coexistencia de nuestras humedades. Mi olfato no detecta en este momento olores extraños en la habitación, pero estoy segura de que si alguien ingresara ahora, sentiría el desmedido olor a sexo que sin duda estamos generando.
Ya me he cansado de hacer caso, ahora es mi turno, así que giro y, con mi mano en su pecho, lo guío hasta que cae sentado en la cama. Ahí, en pie junto a él, mis dedos se enredan en su cabello, levantando su cabeza, y me apodero de sus labios de manera caliente, necesitada. Hasta hace poco, era la intensidad y la forma en que consentía mi cuerpo lo que hacía que mis labios repitieran su nombre y jadeara, pero debo admitir que he tomado otra de sus costumbres que, aunque aún me sonroja, sé que pronto dejaré de hacerlo.
Le digo también lo que quiero y cómo lo quiero. Recuerdo que eso inició una noche en la cual estaba tan entregada a él que, cuando me preguntó qué quería, me sacó de balance cuando se detuvo para esperar mi respuesta.
Su mirada miel recaía sobre mí, podía sentir cuán ansioso estaba por hacerme el amor y, aun así, este descarado paraba solo para torturarme y tener otro tipo de diversión que no entendí sino hasta unos días después cuando me atreví a devolverle la jugada.
Es su culpa, esta Isabella de ahora es toda su culpa, él me está formando, me está guiando a ser así y no hay manera en que sea diferente ahora. Me siento sobre él y tengo su hombría en mi mano. Me deleito con las expresiones de placer que me enseña su rostro a medida que mi mano se desplaza por aquella dureza cubierta por nuestras humedades.
Una nueva idea llega a mi mente y no puedo menos que ejecutarla y disfrutarla aunque no esté segura de si lo haré correctamente. Él conoce el sabor de cada parte de mi cuerpo, ha estado en aquella zona donde nadie más y creo que es más que justo que le devuelva la cortesía.
—Acuéstate bien.
Cual niño obediente lo hace y su mirada no parece comprender inicialmente lo que quiero, pero luego, cuando el camino húmedo de besos que voy dejando llega más al sur de su cuerpo de lo que nunca había estado, escucho su voz.
—No te obligues, no hagas nunca, ni siquiera conmigo, algo que no quieras.
¿Por qué pensará que no quiero? Tengo curiosidad, mucha curiosidad de saber cómo se sentirá en mi boca. En mis manos su dureza se siente forrada por una piel muy suave y tan caliente que tiene toda la lógica del mundo que se sienta tan bien en mi interior.
—¿No quieres que lo haga? —Sé que sí, esa mirada me lo está gritando y, sin esperar su respuesta, inicio mi pequeño experimento mientras lo miro a los ojos.
Sus manos aferran con fuerza colchón y cobijas y sé que lo hace para contenerse, para detener todo lo posible el impulso de mover sus caderas ante lo que hago. Es interesante, demasiado entretenido y excitante y, poco después, me encuentro disfrutando esta actividad y tomando nota de aquellas zonas que han generado una mayor respuesta en su rostro y con sus sonidos.
Al inicio de esta noche, pensé en frenarlo debido a la posibilidad de que alguien pudiera escucharnos. Eso era algo que me asustaba y excitaba a la vez. Por eso traté, de verdad traté de controlar el volumen de mi voz y, entre mejor lo hacía, parecía que eso motivaba más a Alexander. El maravilloso vaivén de sus caderas, mezclado con los besos que caían sobre mí, me hacían subir el volumen nuevamente, así que sin duda este es un contraataque más que justo de mi parte.
—Isabella.
Su voz suena muy gruesa y entonces sé que está en su límite de resistencia, lo cual hace que lleve su miembro más profundo y reciba todo lo que tiene para darme. Él ya me había hecho venir tres veces, así que esta oportunidad debía valer por esas tres ocasiones. Su sabor es peculiar, no puedo decir que me agrade, pero tampoco me desagrada. Siguiendo su ejemplo, llego a sus labios y permito que pruebe su sabor.
—Necesitamos mañana sacar cita médica para planificación, muero por dejar de usar el preservativo —dice, abrazándome y tratando de recuperar el aliento—. Si no, a este paso, esos tres hijos de los que hemos hablado llegarán muy rápido.
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ADICTA A SUS BESOS
RomanceUna mañana, Isabella se despierta en la cama de un desconocido, sin recordar cómo llegó ahí. El hombre a su lado, Alexander, resulta ser un atractivo heredero de una familia poderosa, pero también con un lado oscuro: su abuelo le ha legado un negoci...