64. ENTREVISTA Y DATOS DE CONFIANZA Y DESCONFIANZA

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Siempre había visto esa universidad por fuera, pareciéndome impresionantes sus edificaciones, pero ahora, recorriendo los pasillos que me llevan al lugar de mi entrevista, no estoy segura de poder sentir ahí un ambiente universitario cuando todo parece más un club que un lugar de estudio.

—¿Sabe usted lo anormal que es cambiar de universidad en su último semestre de carrera?

La pregunta hecha por el decano Jadman es una que no esperé que me hicieran, pero que sin duda ha rondado en mi cabeza desde que Alexander me habló de la necesidad del cambio.

—Sí, señor, y si de mí dependiera, preferiría no realizar el cambio —el hombre de rostro mucho más severo que el del mismo rector a todas luces quiere intimidarme—. Solicito el cambio no por estar en descontento académico con mi anterior universidad, sino por fuerza mayor debido al cambio en mis condiciones personales, más puntualmente en un aspecto de seguridad por el que nunca antes había tenido que preocuparme.

—Su matrimonio con un Pizano es ciertamente una mejoría en sus condiciones, eso es verdad.

No me agrada lo que ese hombre acaba de decir, pero debo aceptar que así es como me deben ver todos desde afuera. Posiblemente, a ojos de todos, yo debo ser una oportunista, una trepadora que logró atrapar entre sus redes (o piernas) a un hombre rico que me mantendrá de ahora en adelante con todas las comodidades del mundo sin necesidad de esforzarme en la vida.

—Sé que de ser aceptada se verá como si hubiera lavado el título, pues a la final, aunque mi formación mayoritariamente sea de universidad pública, el cartón que me acredite como profesional dirá el nombre de una institución de renombre como lo es esta. Por eso, me esforzaré en dejar en alto el nombre de esta institución —concentro mi mirada ahora solo en ese hombre para contestar— y hacer que quienes creen que no voy a poder con esto, reconozcan mi valor.

Un carraspeo llama la atención hacia el rector, quien tiene en sus manos lo que supongo es mi expediente académico junto con mi información personal y familiar.

—Continuemos entonces —dice el hombre de pequeños lentes y atuendo impecable.

El resto de la entrevista fue más o menos lo que esperaba: preguntas familiares, un sondeo sobre el tipo de pensamiento que tengo con respecto a algunos temas de interés nacional y académicos y mis perspectivas a futuro. Detecto varias expresiones de burla, pues varias personas parecen estar más que seguras de que no podré con la exigencia académica de esta institución y que mi título terminará siendo comprado. Ellos no tienen forma aún de saber que esas expresiones solo me motivan a esforzarme más.

El más joven de los entrevistadores toma la vocería y ahonda sobre el trabajo que voy a desempeñar en la empresa y mi motivación para elegir esa área. Aunque el señor rector no fue grosero de forma directa, sí sentí cierta hostilidad, pero en cambio, el profesor Rostian fue el único que sentí imparcial y que sí ahondó en mis respuestas no de forma suspicaz.

Salgo de la sala de reuniones en la cual se efectuó la entrevista y ahora sí le pongo sonido al celular y reviso los mensajes que han llegado. Encuentro varios de mamá, Sophie y Cloe, en los cuales me envían su buena energía para la entrevista, pero el mejor mensaje de todos fue un audio de Alexander en el cual me decía que le gustaría haberme acompañado, no porque creyera que necesitaba ayuda, pues yo tengo todo lo necesario para que me vaya bien, sino porque le habría gustado hacerme un tour por todo el lugar y de paso recordar viejos tiempos.

Camino a casa, devuelvo los mensajes con llamadas y las pongo al tanto de todo, pero estoy impaciente por hablar con Alexander y contarle la experiencia. Sé que no le gustó mi negativa a que me acompañara, pero él no ve las cosas de la misma forma en que las miro yo, de la misma forma en que la ve la mayoría de las personas, y su compañía solo sería interpretada como una forma más de presión ante los directivos de la institución y no como el gesto romántico y dulce que creo que es.

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El abuelo dice que Alexander está con Sebastián, pero aunque él afirma que con Sebastián está totalmente a salvo, no me confío aún; los sucesos están aún muy recientes y no hago más que imaginar que está en peligro constante. Me siento insegura y ansiosa de solo pensar que puedo perderlo. Trato de ser paciente, pero el tiempo parece que avanzara inusualmente lento.

He quedado al día con la novela digital que estoy leyendo y, aunque quedó en una parte muy emocionante, no es suficiente para desligar mi mente de Alexander. No soportando más la situación, marco su número encontrándome con la sorpresa de que está en la clínica y con mi hermana al lado. Observo la hora y tomo como excusa que no los llevó consigo para hacer presión y que vuelva a casa.

Sé que estoy siendo obsesiva, pero por el momento es mi forma de ir asumiendo esta situación, así que le pido a mi hermana que lo haga volver solo por mi tranquilidad. Cuarenta y cinco minutos después, lo veo a través de la ventana del segundo piso bajar de la parte de atrás del auto de Sebastián.

Bajo a su encuentro, sintiéndome aliviada al comprobar que volvió sin un solo rasguño adicional.

—Haré que pronto puedas volver a sentirte tranquila —dice besando mis labios—. Te prometo que encontraré la forma de poder blindarnos, pero por el momento, tengo cosas que contarte.

La conversación gira en torno a la aparente traición de Roberto, a la vez que me confiesa las grandes dudas que siempre tuvo en Sebastián y que ahora cree que pudo haber sido influenciado por Roberto para desconfiar de su propia familia.

—No hay forma en que pueda dudar del concepto que da Sophia. Ella no tiene motivo para ponerse de parte de un grupo o de otro, y eso me hace pensar en la cantidad de informes que pudo haber adulterado y en que, gracias a esos informes, es que yo poco a poco me fui alejando de mis primos.

No me gusta verlo tan confundido, pero me alegra que esté confiando en mí y no se guarde lo que piensa y siente.

—Sé que pronto sabremos qué hacer —digo, consintiendo su cabello mientras entierra su cabeza en mi pecho.

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