30. LLEGADA A IBIZA

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—No te pongas así, si fuiste tú quien dijo que podríamos hacer lo que yo quisiera —dice Alexander ante el puchero que hago por haber abandonado la isla.

—Lo sé, pero no creí que fuera literal empacar y correr para el aeropuerto —digo, algo apenada de haber dejado ese lugar.

—Prometo que te gustará este lugar —dice Alexander mientras desempaca sus cosas, no tan bien, en un armario—. Esta también es una isla y tiene su propio encanto.

—Así no se hace —digo, quitando la camisa de sus manos y colgándola en ganchos para que no se arrugue—. Yo misma te las doblé para que no se arrugaran en el viaje, como para que ahora las dejes en el armario de cualquier forma.

Termino de desempacar todo y, al mirarlo, tiene en sus ojos una mirada cuyo significado no logro descifrar.

—¿En qué estás pensando? —pregunto curiosa, pero solo me regala una media sonrisa antes de darme una respuesta que solo me genera más interrogantes.

—Nada, solo disfruto este tipo de cosas —me abraza antes de seguir hablando—. En algún momento esta burbuja en que estamos va a tener que estallar y debemos volver a nuestra realidad.

—¿Es tan terrible la tuya? —pregunto intrigada, pues no me ha dado aún datos que yo pueda juzgar como malos, pero aún así siempre lo da a entender.

—Ya te enterarás bien, solo espero que no te espantes cuando conozcas mi mundo —¿espantarme? Quiero saber el motivo, pero él aún no quiere hablar de eso.

—No demores tanto en contarme, ¿vale? —digo entrelazando nuestros dedos.

—Prometo hacerlo la primera noche en que volvamos a la realidad. Mientras tanto, disfrutemos esta tanto como podamos.

Sea lo que sea, sé que es muy importante. Lo he descubierto varias veces con llamadas en las cuales alega y evidentemente ordena, pero siempre se ha cuidado de contestar en el balcón y cerrarlo bien para que yo no pueda escuchar. Fragmentos, palabras sueltas es todo lo que alcanzo a captar, pero la principal palabra es mercancía.

Una vez que la llamada termina, ingresa a la habitación y me encuentra ya arreglada, aburrida, esperando sobre la cama mirando el techo.

—Se me fueron todas las ganas de ir a HÏ Ibiza —dice Alexander, posesionándose sobre mí en la cama—. Estás demasiado sexy para dejarte salir de esta habitación y menos quiero que alguno te acaricie con los ojos.

Río ante la ocurrencia de esas últimas palabras, pero refuto las primeras.

—No me vas a hacer perder todo este arreglo. Estamos en España porque querías noches de rumba, así que ahora te aguantas y me sacas a bailar.

Protejo mi rostro con mis manos de la lluvia de besos que está cayendo sobre mí.

—Nooo, dañarás mi maquillaje —digo entre risas hasta que finalmente separa mis manos y me besa.

—Bien, pero necesitaré una compensación por eso —dice ahora, serio.

—¿Perdón? —digo divertida por la locura que dice—. ¿Necesito compensarte por no dañar mi maquillaje? Soy yo quien debería recibir una compensación, mira el estado de mi ropa.

Hoy me he arreglado especialmente bien. Normalmente suelo ir de rumba en jeans y pintas cómodas, pero estando de luna de miel, amerita poner un poco más de esmero en eso. Estoy usando un vestido negro, corto, ajustado, sin escote de frente, pero con uno muy pronunciado atrás.

Antes no había usado este tipo de prendas pensando no solo en la comodidad, sino en que hay hombres que se hacen ideas extrañas cuando ven mujeres con este tipo de ropa. Para mi buena fortuna, esa no será una preocupación para mí esta noche. Voy con mi esposo y me he arreglado de forma tal que me gusta cómo me veo y de la forma en que creo que a él le va a gustar.

—Porque veo tu ropa es que estoy encima tuyo —lo veo relamer sus labios—. Prometo no tocar tu maquillaje.

Se reubica y reparte besos por mis piernas y por la cara interna de mis muslos, haciendo que comprenda lo que quiere hacer.

—Qué tramposo eres —digo, cerrando los ojos y preparándome mentalmente para disfrutar lo que hace.

Para la Isabella de hace poco más de una semana, esto habría sido impensable, pero la pena es algo que he estado perdiendo gradualmente con Alexander. Hasta el momento, todas las experiencias a su lado han sido mucho más que satisfactorias y han hecho que confíe en él en materia sexual.

Mira mi zona íntima y vuelve a relamer sus labios a la vez que pasea sus dedos, repartiendo mi humedad hasta mi centro, el cual consiente así inicialmente.

—Hermosa.

Su voz está cargada de deseo y es entonces que siento su aliento acercarse a mí hasta que por fin sus labios y lengua entran en contacto con mi intimidad. Me sobresalto por ese primer contacto, pero luego no puedo más que sentir y retorcerme ante la ola de sensaciones que me recorren y de las cuales no puedo escapar.

Sus manos aprisionan mis caderas para que no escape de él, pero la presión que ejercía desaparece por completo, dando espacio para que me mueva rítmicamente con mi pelvis a mi antojo. Es el movimiento de mi pelvis junto con mis dedos enredados en su cabello los que están marcando el ritmo de cercanía que necesito, pero es la pericia del movimiento de su lengua la que al final hace que me corra en sus labios.

Un sonido agudo escapa de mis labios y quedo casi sentada ante lo fuerte de esa sensación. Es mi primer orgasmo en esa modalidad y él se ha encargado de beber con diligencia todos mis fluidos. Lo miro satisfecha, muy satisfecha, pero luego vuelve y desliza su lengua mientras me mira directo a los ojos y retoma su correría. En esta nueva etapa del juego, invita a un par de dedos a ingresar en mí y no me queda más remedio que casi gritar su nombre cuando, en medio de una nueva oleada de placer, mis paredes se contraen apretando sus dedos en mi interior.

—Yo cumplí, no he estropeado tu maquillaje —dice el muy tonto, haciéndose el inocente. 

—Un hombre de palabra —remato en medio de mi respiración aún agitada.

ADICTA A SUS BESOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora