He sido una tonta. ¿Qué tanto me costaba tomar el celular y llamar a Alexander para corroborarlo? Nada.
Aquella mujer simplemente me dijo que había habido un atentado en una de las fábricas y que Alexander, para evitar problemas, me quería en un lugar más seguro, uno en el cual estuviera menos expuesta, con menos gente. Todo sonó tan lógico cuando ella lo dijo que, aunque aparentemente todos eran empleados, era muy difícil identificar a un infiltrado a simple vista.
La mujer se veía profesional y seria, así que nunca dudé de su palabra, ni siquiera cuando me direccionó a otro sótano diferente del parqueo que normalmente usamos con Alexander.
—Llamaré a mi escolta —dije en ese momento.
—No será necesario. El señor no quiere que ellas estén ahí; no confía del todo.
Eso sonó extraño. Ya habíamos discutido ese tema con Alexander y, hasta donde sé, él y Sebastián habían verificado los antecedentes de mis dos escoltas. Cuando decidí dar media vuelta y salir corriendo, ya fue demasiado tarde.
—Ven aquí, princesita —dijo la mujer antes de alcanzarme, halarme del cabello y darme un golpe que reventó mis labios—. Tú te vienes con nosotros.
De la nada apareció un hombre de traje formal que podría pasar perfectamente por un trabajador cualquiera del edificio y puso sobre mi rostro un trapo con olor raro. Eso es lo último que recuerdo.
Al abrir los ojos, descubrí que estaba encerrada en una pequeña habitación sin ventanas y en la que lo único que había era una pequeña pero pesada cama de hierro con un colchón de calidad regular y un baño pequeño. Al principio, fue muy difícil comprender la situación, pero luego de hacerlo, la desesperación me alcanzó y, por más que lloré, grité y golpeé la puerta, nadie apareció.
No tengo idea de cuánto tiempo ha pasado, pero debe ser mucho a juzgar por el hambre que tengo. La luz amarilla del techo es lo único que me permite ver, así que espero que no la apaguen, sino tendré realmente miedo. Rezo a cuantos santos puedo recordar y prometo una gran cantidad de cosas, con tal de poder salir con vida de este lugar.
—Alexander, mi amor. Sácame de aquí, encuéntrame —digo en voz baja al terminar de orar, pues espero que obre algún milagro que lo guíe hasta mí.
De pronto, escucho que meten la llave en la cerradura y la gruesa puerta metálica chirrea moderadamente mientras la abren. Casi por inercia me levanto de esa cama.
—¿Llevas rato despierta, dulzura?
De no ser por la situación de peligro en la cual evidentemente estoy, el sujeto pasaría por un chico engreído cualquiera, pero no puedo considerarlo inofensivo pese a esos zapatos Louis Vuitton y su abrigo Burberry que le dan una apariencia elegante y sobria. Cruza la puerta con las manos en los bolsillos, mostrándome lo despreocupado que está, y me sonríe con suficiencia.
—Deberías contestarme y tratar de mantenerme de buen genio, ¿no te parece?
De forma inconsciente retrocedo hasta que mi espalda golpea contra la pared. Las lágrimas pican en mis ojos y poco después se deslizan por mis mejillas, lo cual lo hace reír.
—Bien, tal vez esto sea mucho para ti en este momento, así que vamos a hacer una cosa. En un momento te traerán algo de comer, así que comerás, te calmarás y, en un rato, cuando vuelva, vamos a hacerle una llamada a tu señor marido y le vas a decir que estás bien y cuánto lo extrañas.
Lo miro con odio, estoy segura, pero parece que eso lo divierte, pues me lanza un beso antes de irse y de que uno de sus hombres cierre la puerta nuevamente. Vuelvo a caer sobre esa cama y lloro amargamente. Alexander me había dicho que solo me moviera con él o con el abuelo, pues posiblemente por estos días mi escolta sería insuficiente. Así que era mejor fusionar los esquemas de seguridad y, aun así, creí las palabras de esa mujer.
—¿Quién la golpeó? —escucho que pregunta al otro lado de la puerta.
—Trató de escapar, señor —contesta la mujer que me engañó.
Por unos segundos todo queda en silencio hasta que escucho un quejido y el hombre vuelve a hablar.
—Nadie te autorizó a lastimarla, ella es mercancía valiosa. Que no se repita.
¿La golpeó? No sé, no estoy segura y, ahora que lo pienso mejor, tampoco me importa. Tal y como dijo aquel hombre, un rato después ingresó esa mujer y me trajo una bandeja con un sándwich y un vaso plástico con jugo.
—Te lo comes todo y estás preparada para cuando vuelva el jefe. No lo hagas enojar.
Tiene el rostro algo inflamado, así que supongo que sí la golpeó. Vuelve a salir de la habitación. Miro la bandeja y me debato entre comer o no comer, pues pienso en la posibilidad de que esté envenenada. Mi estómago cruje fuerte rato después y me obligo a convencerme de que no lo está, ese hombre me quiere viva y de apariencia sana, sino no habría golpeado a esa mujer. Si me iba a envenenar, ¿qué le importaba que yo tuviera el labio magullado? ¿Verdad?
Con esa lógica, me como lo que me trajeron y quedo con hambre. Un poco más calmada y menos hambrienta, entro al baño y me sorprendo al encontrar algunos artículos de tocador como papel higiénico, toallas limpias, jabón de baño, champú y un cepillo de dientes rosado junto a una crema dental, entre otras cosas. No estoy segura de qué pensar, así que decido, por el bien de mis nervios, no concluir nada aún.
Una vez hago lo que tengo que hacer y refresco mi cara, abro la puerta plegable del baño para volver a la habitación donde me sorprende encontrar nuevamente a aquel hombre. No parece ser mayor que yo.
—Te ves mejor. Te llamas Isabela, ¿verdad?
Muevo la cabeza de manera afirmativa.
—Ven aquí, Isabela. Por el momento no tengo intención de lastimarte, así que tranquila, nada malo te pasará, si tu marido coopera con nosotros. Por tu bien, espero que Alexander te ame.
Saca un celular de su bolsillo y me lo entrega.
—Márcale a tu esposo, dile que estás bien y que quieres seguir así.
Recibo el aparato y marco su número. Apenas contesta, digo su nombre nuevamente envuelta en llanto y solo alcanzo a escuchar que me pregunta de manera acelerada si estoy bien y si sé dónde estoy, pero antes de que pueda decir algo más, aquel hombre me arrebata el celular y me empuja haciendo que caiga de manera pesada en la cama.
—Ella está bien... —empieza a hablar ese hombre y sale de la habitación.
Trato de correr detrás de él, pero otra persona llega rápidamente y vuelve a cerrar la puerta con seguro. Solo escucho a aquel hombre cuya voz se hace cada vez más lejana mientras habla con Alexander. Soy solo yo y mi respiración agitada, lo único que escucho ahora.
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ADICTA A SUS BESOS
RomanceUna mañana, Isabella se despierta en la cama de un desconocido, sin recordar cómo llegó ahí. El hombre a su lado, Alexander, resulta ser un atractivo heredero de una familia poderosa, pero también con un lado oscuro: su abuelo le ha legado un negoci...