—Necesito ausentarme y hacer trabajo de campo, no puedo quedarme más tiempo tras el maldito escritorio —dice Sebastián enojado.
—Lo que estás proponiendo es una masacre, Sebastián. No podemos simplemente llegar y abrir fuego.
Estoy en una discusión acalorada con Sebastián mientras el abuelo y mi tío solo observan sentados a un lado. Afortunadamente, Isabella no está, pues hoy es su entrevista en la universidad, así que estará fuera durante varias horas. Le prometí que no le ocultaría nada y no lo haré, pero una cosa es no ocultarle cosas y otra muy diferente es que esté presente en las discusiones. Prefiero presentarle los datos filtrados, saltándome todo el drama.
—Ya los canarios cantaron. No hay probabilidad de error, Yoshua y los Wilson son quienes infiltraron las ratas y planearon esto —me dice como si lo que está diciendo fuera lo más obvio por hacer. Luego mira al abuelo y a su padre—. Ustedes me aseguraron que podría solucionar esto y que tenía toda la libertad para moverme y, ¿ahora están haciendo esto?
—Y confiamos en ti, hijo, pero...—interrumpe Sebastián aún más exaltado.
—Sabía que volverían a poner un "pero". Estoy cansado de que me aten las manos, no puedo hacer mi trabajo, trabajo que ustedes mismos me asignaron y me obligaron a aceptar. ¿O es que ya no lo recuerdan?
—Pensé que ya lo habías superado, Sebastián. Todo es por el bien de la familia. Estabas trabajando bien, estabas concentrado. ¿Tanto te importaba esa mujer que logró desestabilizarte?
—No me importa la mujer, abuelo, pero soy el encargado de la seguridad de esta familia y yo mismo dejé entrar la falla de seguridad —cae derrotado sobre una silla y cubre su rostro con las manos—. Yo dejé entrar a Ekaterina a ciertas zonas. Fue mi amante por más de un año y tuvo tiempo de sobra para infiltrarse y saber cómo operábamos de manera interna.
Me siento perdido en esta parte de la conversación, pues no entiendo a qué es lo que supuestamente obligaron a Sebastián por el bien de la familia.
—No había forma en que supieras eso. No eres de palo y, además, yo también miré el cuerpo de esa mujer. Cualquiera de nosotros pudo haber caído ante semejante tentación —dice mi tío tomando a Sebastián por los hombros—. Ahora necesitamos solucionar y no agrandar el problema.
—¿Cómo consiguieron el número de Isabella? —pregunto tratando de entender toda la situación.
—No lo sé. Supongo que intervinieron tus llamadas antes de la boda y dieron con ella. Pensaron en generar terrorismo con eso, desestabilizarnos, pero no contaron con que Isabella de verdad pensara que eran felicitaciones —dice Sebastián.
—No es posible que consiguieran el número de Isabella antes de la boda. Debió ser después —digo seguro, y ante la mirada interrogativa de todos debo ampliar un poco más la información, aunque obviamente no les voy a decir que la secuestré y obligué a casarse conmigo—. El número de Isabella es nuevo, lo cambió después de nuestra boda.
—Entonces, ¿cómo supieron que no estaban generando el terror deseado? —la pregunta del tío Ronald es muy válida.
—Solo personas muy allegadas sabrían eso, así que no puede ser alguien infiltrado en la empresa.
Levanto la mirada con terror ante esa posibilidad. Es verdad, Isabella aún no pone un pie en la oficina. Solo su familia y unas pocas personas más tienen su número nuevo y ni mi secretaria lo tiene. Mi mente funciona a mil en este momento buscando culpables y no me agrada la corta lista de sospechosos que queda tras eso. Descarto a su personal de seguridad, pues son muy nuevas para ser consideradas sospechosas; la infiltración lleva más de un año, así que el sospechoso es alguien de mucha confianza que vive en la casa o tiene acceso fácil y seguido a ella.
El personal de servicio en la casa del abuelo serían los principales sospechosos a investigar, pero lo dudo mucho, pues esas personas llevan demasiados años trabajando para él. La otra opción que llega a mi mente es Sebastián y Roberto. A mi mente llegan las palabras de Isabella diciéndome que hable con él, que se lo debo por ser mi familia, pero no estoy seguro de qué traición me dolería más, si la de Sebastián o la de Roberto.
—Debo seguir investigando y cobrarme una afrenta. Aún no estoy contento, pues insisto en que mi método ahorra tiempo y envía el mensaje más claro y fuerte de todos —se levanta para irse.
—Espérame, voy contigo —me mira como si no entendiera lo que acabo de decir—. Hace días que no salgo y estoy por enloquecer, así que te acompaño a las investigaciones y sé que estaré seguro con tu esquema de seguridad.
—¿Quieres que sea tu niñera? —dice con sarcasmo.
—Acabo de escuchar que eres el encargado de la seguridad de la familia, y si es así, lo lógico es que esté a salvo contigo, ¿verdad?
Me mira serio por un momento antes de contestar.
—Bien, pero no te atrevas a tocar la radio de mi auto, la dañarás, todo lo dañas.
No puedo creer que aún recuerde ese incidente y en todo caso fue su culpa por poner música tan espantosa.
—Prometo no tocar tu estúpido radio —digo mientras desaparezco escalera arriba para arreglarme rápidamente y salir con él.
Sebastián siempre ha preferido manejar su propio vehículo. Dice que se siente más en control así y, aunque lo entiendo, Roberto afirma que eso es un fallo de seguridad, así que no es usual que yo lo haga.
—¿Cuál es tu plan? —pregunto curioso por saber cómo opera la mente de Sebastián—. ¿Le cobrarás la afrenta a tu amante?
Lo veo apretar con fuerza el volante antes de contestar, así que se nota que ese tema le disgusta mucho.
—No, eso ya me lo cobré —responde para mi sorpresa, pues nunca pensé que fuera tan eficiente—. Falta cobrarle la falta a la familia, pero con ella ya todo está arreglado. Tengo dos cosas en mente y la segunda no te va a gustar.
—Habla —lo insto para hacerme una idea de qué es lo que vamos a hacer.
—Primero quiero averiguar a dónde irá esta noche Yoshua. Ya tengo mi contacto para ello y luego iremos a la clínica. Tengo una teoría y quiero saber si Sophia la puede corroborar.
Lo miro con recelo, pues siento que está desarrollando una especie de atracción hacia mi cuñada.
—¿Qué quieres corroborar? —pregunto curioso.
—El ángulo de la bala que le dio a Roberto —frunzo con fuerza el ceño—. Te dije que no te gustaría la segunda.
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ADICTA A SUS BESOS
RomanceUna mañana, Isabella se despierta en la cama de un desconocido, sin recordar cómo llegó ahí. El hombre a su lado, Alexander, resulta ser un atractivo heredero de una familia poderosa, pero también con un lado oscuro: su abuelo le ha legado un negoci...