55. DESPERTAR DE ALEXANDER

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Me duele el cuello y siento la espalda resentida por la mala posición en la que dormí. No me había dado cuenta de que estaba tan cansada, solo sé que al abrir los ojos el malestar no podría importarme menos, pues la mirada miel de Alexander estaba en mí.

—Hola, amor —logra decir con evidente dificultad.

La manta, de la cual no tengo idea de dónde salió, cae al piso. Me levanto, con la mirada llorosa, y junto nuestras frentes. Algo más iba a decir, pero pongo mis dedos sobre sus labios y muevo la cabeza en señal de negativa para pedirle silencio. No quiero pensar en nada, no quiero escuchar nada, solo quiero disfrutar del momento, de este momento exacto en que puedo tener la certeza de que está bien. No soy capaz de evitarlo y mis lágrimas finalmente escapan de mis ojos. Toda la angustia que estaba contenida en mi pecho escapa por mi boca de manera intermitente, dando espacio a que el alivio se anide ahí.

Acaricio su rostro, mientras una de sus manos llega hasta el mío y seca con sus dedos parte de mis lágrimas.

—Dormiste demasiado, me estabas asustando —vuelvo a poner mi dedo en sus labios y él los besa. Sonrío ante esos detalles tontos que me hacen amarlo—. Debo llamar al médico, ya vuelvo —digo, alejándome y saliendo de la habitación ante su atenta mirada.

Poco después, hay un médico y una enfermera verificando el estado de Alexander y dándonos a todos un parte de tranquilidad. El abuelo lo abraza, evidentemente conmovido al verlo despierto. El señor Ronald logra llegar unas horas después, pero no vi a Sebastián ese día ni los dos días siguientes. Según el abuelo, él debía ponerse al corriente con todo el trabajo atrasado para que ellos pudieran continuar presentes y apoyar a Alexander.

—Por fin puedo conocerte, aunque no fue en las mejores circunstancias —dice mi hermana a Alexander.

—Perdón, pensábamos invitarte a una cena en nuestro apartamento para terminar de limar las asperezas —dice Alexander, aparentemente apenado.

—¿Qué apartamento? —habla de una vez el abuelo, quien estaba detrás de nosotros en una silla—. No estarán pensando en irse de la casa, ¿verdad? Ahora menos que nunca pueden hacer eso, Alexander necesita cuidados especiales y en la casa hay suficiente ayuda.

Intercambiamos miradas con Alexander, pues evidentemente no le habíamos contado nada al abuelo aún y no pensábamos hacerlo hasta que el apartamento estuviera equipado. Pero ahora, debido a los evidentes cuidados que debe tener Alexander, nuestros planes se retrasan.

—No se preocupe, abuelo. No nos iremos por el momento, pero sí queremos un lugar propio para el futuro —digo, tratando de calmar al hombre.

—Cuando eso pase, te vendremos a visitar. No te dejaremos abandonado. Además, tú también puedes venir a visitarnos —dice Alexander, mientras hace muecas para evitar mirar la herida que acaba de destapar mi hermana para validar su evolución.

Mi hermana carraspea, llamando nuestra atención antes de hablar.

—Bueno, los dejo discutiendo, pero antes de irme, recuerden que la enfermera deberá hacer curación diaria —luego me mira—. Espero que ese vaso de yogurt que está en la caneca sea tuyo o de algún otro visitante. Recuerda que se les entregó un listado de alimentos que Alexander no puede consumir aún para evitar irritar la herida.

—¿Cuándo puede ir a casa? —pregunto ilusionada, pero la mirada asesina de Sophie mata mis ilusiones de que sea pronto.

—Aún es muy pronto para pensar en eso, fue una operación complicada por la zona en que se alojó la bala. Alexander está vivo de milagro.

Bajo la cabeza, apenada, pues ya sabía lo cerca que estuvo de morir y somos afortunados al tenerlo aquí. Sophie sale y luego Alexander insiste en que me vaya a descansar, que estará más tranquilo si sabe que voy a la casa a comer y descansar un poco.

—Llevas días aquí, es justo lo que dice Alexander —dice el señor Ronald, quien acaba de llegar—. Ve a casa a descansar que papá y yo estaremos aquí al pendiente y cualquier cosa te llamamos.

Acepto el consejo y me retiro a la casa, donde como, me doy un largo baño y duermo debidamente por primera vez desde el momento del atentado. Al despertar y sentirme más calmada, muchas cosas llegan a mi mente y decido que cuando Alexander esté ya en la casa, completamente fuera de peligro, voy a hablar seriamente con él y le pediré muchas explicaciones.

Por fin le dan el alta a Alexander. Tiene un proceso de recuperación aún por delante, pero su vida no corre peligro. Mi ingreso a trabajar obviamente ha sido aplazado para poder acompañarlo y ya ha llegado a mi correo la fecha para la entrevista en la nueva universidad, aunque según me dice el abuelo, eso no es más que una formalidad, pues ellos ya han arreglado todo. Comentarios como ese son los que me han estado haciendo dudar de la impresión inicial que me dio ese hombre.

Alexander está con cara de fastidio hace mucho rato, pero no pudo hacer nada una vez que el abuelo decidió sacar los viejos álbumes de fotos y mostrarme el crecimiento de su familia. Ya no se usan las fotos en físico salvo en ocasiones muy especiales, pero creo que esa es una costumbre bonita. Acabo de ver crecer a los hijos y nietos de ese hombre, y está emocionado contándome historias.

De pronto, la expresión en el rostro de Alexander cambia a una seria al mirar una foto en primer plano del abuelo con un niño en su regazo. Luego toma otro álbum y pasa sus hojas con rapidez, buscando quién sabe qué.

—Parece que ese anillo era muy importante para ti —dice señalando el anillo que porta el abuelo en casi todas las fotos—. ¿Qué significa?

Hay un intercambio extraño de miradas hasta que el abuelo finalmente responde:

—Una prueba de poder para que las personas indicadas sepan que eres la cabeza de familia o, en su defecto, que actúas en nombre del jefe de la familia.

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