40. "MERCANCÍA" FALTANTE

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Mis vacaciones han terminado y ya no puedo seguir eludiendo mis responsabilidades. Estoy mentalizado para que las primeras dos semanas sean brutales para mí. Por más que alguien me reemplazó en la empresa, un temporal no puede manejarlo todo, así que hay negociaciones pendientes. Los clientes "especiales" no pueden ser atendidos por cualquiera, así que, aunque traté de dejar ese tipo de temas arreglados antes de mi boda, las urgencias ocurren.

Algunos "insumos" desaparecieron de una de las bodegas de la ciudad y, para eso, no existen pólizas legales que pueda llamar a cobrar o denuncias que instaurar. Las investigaciones se deben hacer internamente para detectar la falla y solucionar el problema, pero, mientras tanto, tengo un cliente peligroso pidiendo la devolución de su mercancía o su equivalente en dinero.

No soy idiota, obviamente eso no vale todo lo que me está pidiendo, pero se escuda en el daño a su nombre por fallarle a sus clientes. Patrañas, eso no son más que patrañas. Le he pedido unos días, pero no creo que me dé más de una semana.

—Solo puedo pensar en un trabajo interno —dice Roberto—. Las cámaras muestran el descargue de la mercancía en nuestras bodegas y no registran nada sospechoso desde su llegada.

Observo el monitor y reviso los videos de seguridad. Siento que algo no se ve bien, pero no estoy seguro de qué es.

—No nos cerremos a las posibilidades. ¿Quién supervisó el cargue?

Quiero reconstruir la escena en mi cabeza, así que pregunto todo tipo de detalles.

—Davis lleva con nosotros como cinco años. Ha demostrado ser confiable hasta el momento, meticuloso y muy agradecido por el trabajo.

Conozco al hombre y no creo que se venda después de todo lo que nos debe, pero no estaré tranquilo hasta que hable con él y lo mire a los ojos.

—No le avises, pero esta tarde vamos a hacerle una visita a nuestro querido jefe de bodega de ese turno.

Me masajeo enérgicamente la sien antes de levantar la bocina y pedirle a mi secretaria un par de pastillas para tratar de controlar el dolor de cabeza. La situación es tensionante, sobre todo porque, si no descubro qué fue lo que pasó, deberé pagar todo ese dinero, y no hay forma en que esa cantidad no se note. Todo dinero que ingresa es muy bien lavado, así que no es simplemente ir y sacarlo del banco; necesitaría explicar el motivo de ese retiro ante el fisco en algún momento.

Mi plan B es el cobro que le encargué a Sebastián. Martha ingresa a la oficina y me deja el medicamento sobre el escritorio, junto con un vaso de agua, y se retira rápidamente. Ella sabe que cuando estoy con Roberto no me gusta ser interrumpido y no debe escuchar nada. Me las tomo y respiro profundo antes de tomar el celular y llamar a mi primo, quien no me ha entregado el parte de la misión encomendada.

Sin señal. El celular de Sebastián está sin señal. Hay varias posibilidades para eso, pero lo más seguro es que esté enfrascado disfrutando cumplir mi encargo. Ya imagino a ese idiota manchado de sangre y tratando de superar en imaginación a Richard. Dejo un lindo mensaje de voz a Sebastián diciéndole que hace días que no nos vemos, que ya volví de mi luna de miel y que lo esperamos a comer en la casa; que el abuelo lo quiere ver.

No puedo decir nada comprometedor. En este momento podría tener el teléfono intervenido o algo. Estoy seguro de que no hay micrófonos en la oficina, pues la hago revisar todos los días al igual que se hace con la de todos aquellos que intervienen en los negocios grandes. Digamos que la función de la persona que hace el aseo no es solo hacer aseo.

—¿Cómo vas con la seguridad de Isabella? —el idiota se ríe antes de contestar.

—Ya tenemos un aceptable número de candidatas para que las evalúes. Mañana estarán aquí —asiento complacido al escuchar eso—. En su mayoría he reclutado mujeres.

Lo miro de manera interrogativa, pues hasta el momento yo no he tenido seguridad femenina y no sé por qué la recomienda para Isabella.

—Prefiero evitarme problemas. Con esa mirada que tenías el día de la boda, estoy seguro de que terminaría ordenando asesinar a varios de ellos solo porque la miraron —tal vez tenga razón.

Incluso evité presentar a Roberto esta mañana con Isabella. Aún recuerdo que le gustó a él en primera medida y que fue mucho más sensato que yo desde un inicio con ella.

—Bien —digo secamente—, cítalas mañana.

Después de eso, me empezó a fastidiar esa sonrisita tonta que lo está acompañando.

—Habla de una vez.

—¿De verdad? ¿Misión a Sebastián? ¿Regresaste a casa de tu abuelo por ella? No creas que no me he dado cuenta de que has escrito mensajitos de vez en cuando y sonríes, ah, ¿y le tienes paciencia a la suegra? —ríe en mi propia cara—. Te tiene en la palma de su mano.

¿Cómo le niego eso? Ni lo voy a intentar, así que simplemente digo:

—Estoy contento, complacido como no creí que estaría con este matrimonio, así que lo voy a disfrutar todo lo que pueda.

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—Yo mismo conté los bultos de "cemento" que ingresaron y los marqué. A cada uno le puse una marca roja para que no se confundieran y los hice poner al fondo del vehículo, tras el fondo falso. El vehículo partió a las ocho y veinte de la mañana y no reportó inconvenientes en el trayecto —me pasa copia de una planilla en la cual están los datos legales del viaje—. Incluso ahí están los códigos de los precintos con los cuales se aseguraron las argollas, fuera del candado, obviamente.

No hay duda en la mirada de Davis, así que el problema no fue por aquí.

—Patrón, puede verificar lo que le digo con las cámaras.

La visita a la bodega uno quedó así, sin información concluyente. Solo tengo ahora un sospechoso menos. El GPS del vehículo no mostró que se hubiera desviado de la ruta ni tardó más de lo permitido en cada parada para comer.

—Consígueme los precintos que retiraron en el lugar de destino —le digo a Roberto—. Quiero confirmar con mis propios ojos la codificación de esos precintos.

Estoy camino a casa cuando entra la llamada de Sebastián.

—Hola primo, me alegra saber que ya estás aquí. Mañana iré a saludar al abuelo y obviamente a conocer a tu esposa misteriosa.

No me agrada que Sebastián la conozca, pero no puedo esconderla para siempre.

—Bien, mañana nos vemos entonces.

ADICTA A SUS BESOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora