70. AGUA Y FOTO

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Pese a todo, alguna vez yo sí lo consideré mi amigo y no me encanta la idea de torturarlo para que me dé el resto de la información, así que eso es algo que dejaré en manos de Sebastián. Me ha contado el motivo de su traición y eso en realidad duele, pero quizás la razón por la cual me duele es porque alejé a mi familia debido a su dañina influencia. Roberto tiene razón, he sido un imbécil, pero ya no más.

Tomo nuevamente el celular y llamo a Sebastián.

—Tengo a Roberto, ¿a dónde lo llevo? —antes de que Sebastián pueda contestar, Roberto grita.

—¿No tienes pantalones para matarme tú mismo? ¿Mandarás al perro de tu primo?

Ahora sí hace el amague de levantarse, pero se ve algo pusilánime tratando de ponerse violento cuando su pierna no le permite levantarse de manera enérgica.

—Obviamente dejaré eso en manos de un experto, tienes más información que queremos —siento cómo se refresca mi alma al ver el miedo en sus ojos—. Un imbécil como yo suele delegar esas cosas y ¿quién mejor que mi primo?

Vuelvo a prestar atención al celular.

—Disculpa, el sonido de fondo no me dejó escucharte.

—Llévalo a la bodega que está en remodelación, me encargaré de él mañana. Si Fausto está contigo, pásamelo.

Miro hacia sus hombres y pregunto.

—¿Quién de ustedes es Fausto?

Un chico de cabello rojizo y ojos cafés se acerca a mí, así que le entrego el aparato. Escucha con atención lo que sea que le diga Sebastián y antes de terminar la llamada solo le escucho decir "sí, jefe" y me devuelve el celular.

—Ya lo llevamos entonces —le digo zanjando momentáneamente ese tema—. Cuando estés con la chica, envíame una foto de ella, será una linda manera de convencer al hermano.

—¿Alguna recomendación especial para la foto? —sonrío ante la pregunta.

—Sorpréndeme —suelta la carcajada.

—Bien, luego no te quejes.

Ahora pienso que tal vez no debí haberle dicho eso.

Aquel hombre de la bodega tenía toda la razón, me alejé mucho del negocio por dedicarme a la parte administrativa y, aunque eso es lo que realmente me gusta, debo aceptar que me sorprendió que ni siquiera conociera las instalaciones que están adecuando como bodega. No han iniciado oficialmente los trabajos de remodelación, así que por eso Sebastián las tiene en uso para este tipo de situaciones.

Al seguir al tal Fausto al interior del lugar y observar la seguridad con la que toma a Roberto y lo introduce a una habitación, me doy cuenta de que es usada de forma continua. La habitación está en obra gris, sin ventanas, y hay una silla pegada al suelo en donde Roberto es amarrado. El hombre abre una llave de agua y un pequeño chorro empieza a caer sobre la cabeza de Roberto, quien de manera frenética lucha por zafarse de los amarres.

Observo al hombre con curiosidad y veo cómo gradúa el chorro al mínimo, haciendo que solo una gota caiga cada ciertos segundos sobre la cabeza de Roberto. Cuando salimos del lugar, dejando a un Roberto de mirada furiosa y amordazado, le pregunto a Fausto.

—¿Por qué unas gotas? ¿Eso qué hace?

El hombre me mira divertido y procede a explicar con simpleza.

—Desesperarlos. No es mortal ni doloroso, pero sí incómodo y es algo que, con el pasar de las horas, los quiebra mentalmente.

—Interesante, ya se me hacía extraña una llave de agua ahí, pero ahora veo que no es al azar —digo dispuesto a soltar ese tema por el momento.

—Pero tiene muchos otros usos esa llave de agua —aparentemente a este hombre le gusta el tema—. Con suficiente fuerza no los deja respirar, o si el sujeto se hace encima o tiene mucha sangre, lo podemos lavar y que todo se vaya por el sifón.

Ya entiendo el motivo por el cual Sebastián preguntó por este hombre. Tiene el mismo gusto algo retorcido por la sangre.

—Entiendo, también está ahí por practicidad.

Me acomodo como puedo en aquel lugar buscando la forma de matar algo de tiempo hasta que Sebastián me envíe lo convenido. Aprovecho y llamo a Isabella para confirmar que está en la casa a salvo.

—Hola, amor, ¿te demoras? —pregunta con voz de niña consentida y sonrío al imaginar el puchero en su rostro.

—Temo que sí, estoy haciendo una especie de trabajo conjunto con Sebastián, por eso demoraré en llegar, pero no te preocupes, apenas llegue te daré el beso de buenas noches —trato de introducir algo de humor en la situación.

Isabella no sabe exactamente qué es lo que estoy haciendo, pero ya le había dejado claro que era algo importante para nuestra situación, así que afortunadamente no está encaprichada en que regrese a casa.

—Solo prométeme que te vas a cuidar, ¿vale? No te arriesgues sin necesidad.

—No me arriesgaré sin necesidad, sé que tengo una hermosa mujer que me espera en casa.

La llamada termina en medio de palabras tiernas y un renovado deseo de ofrecerle tranquilidad en la vida a mi mujer. Ella tenía una vida tranquila antes de mí, así que no quiero que se arrepienta de lo que ha dejado atrás. Van a ser las ocho de la noche, así que tomo rumbo a un muy reconocido bar en donde de forma inmediata soy atendido y en donde, poco después, llega el mensaje de Sebastián con la imagen adjunta.

—No puede ser —trato de suprimir la carcajada que amenaza con salir—. Ahora tengo mucha curiosidad.

Debo volver a centrarme y llamar a Yoshua, así que guardo la imagen y marco a nuestro querido "cliente".

—Hola, Yoshua, tenemos una conversación pendiente —quiero ir de frente y hacer que me tome en serio—. Estoy en el bar de nuestra primera reunión.

—Lo siento, Alexander, hoy estoy ocupado, ya tengo un compromiso, pero puede que en dos días te pueda abrir un espacio —su tono suena burlón y eso hace que con más ganas envíe la foto.

—¿Estás seguro? Revisa tus mensajes y me respondes.

Pocos segundos pasan desde que digo eso y la respuesta.

—Eres un maldito, si algo le pasa, te puedes dar por muerto.

—Tranquilo, se ve que ella la está pasando bien, por el momento.

—Ya voy en camino.

ADICTA A SUS BESOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora