—Ahora entiendo por qué este es el lugar feliz de Sebastián —dice Richard, llevándose una uva a la boca—. Cuando me explicó sus motivos, pensé que estaba sobrevalorando todo, pero ahora veo que la lejanía y la paz son muy convenientes.
El jet nos trajo a la hacienda de mi familia. Aparentemente, Sebastián le dio todas las indicaciones necesarias a Richard, incluyendo que no le gusta que los hombres circulen dentro de la casa a menos que sea estrictamente necesario. Afortunadamente, Richard ya había llenado la alacena y, una vez que las cajas fueron dejadas en la mitad de la sala, lo siguiente en la lista era comer.
—Este lugar es hermoso, pero sobre todo el espacio que creó bajo las caballerizas; es casi inspirador. Haré algo parecido en la mía, ya lo he decidido.
Sonrío ante el comentario mientras dejo mi vaso de jugo vacío sobre la mesa.
—¿Su lugar feliz? No sabía que Sebastián necesitara uno —confieso.
—No parece que convivas mucho con tus primos. Además, todos los hombres necesitamos uno.
Es cierto que no conozco realmente a mi primo; hasta ahora estoy reconectando con él, y eso pesa en mi conciencia.
Siento curiosidad por el hombre sentado frente a mí; no entiendo esa sombra de nostalgia que por un segundo se reflejó en su rostro. ¿Fue eso un reproche por no conocer a mi primo? ¿Tal vez el gran Richard se siente solo? Aunque parece improbable para el hombre fiestero y enamoradizo al que adoran los paparazzi.
—¿Tú no tienes un lugar feliz? —me pregunta.
Nunca había pensado en eso. Recorro mentalmente diferentes lugares y escenarios que me parecen hermosos o pacíficos, pero ninguno me importa realmente.
—No hay un lugar, pero sí una persona.
Sonríe de forma burlona hacia mí; sé que lo que acabo de decir le parece una tontería. No me importa. Acabo de recuperarla, ofrecí mis servicios y lealtad a este hombre por ella y valió la pena, así que es tonto que le esconda esto.
—La presencia de Isabella es todo lo que necesito para sentirme en mi lugar feliz —sonrío como un idiota—, ya sea en una playa, en casa o simplemente caminando de su mano por una calle llena de vendedores ambulantes.
Me mira como si fuera un niño iluso, pero no le doy importancia.
—En algún momento estarás en la misma situación que yo. Mi abuelo solía decir: "A cada marrano le llega su nochebuena". Eso significa que nadie se salva, y tú, amigo mío —detengo mis palabras, me pongo de pie y pongo una mano en su hombro—, no serás la excepción. Cuando menos lo esperes, el nuevo rey tendrá su reina.
Menea la cabeza y sonríe.
—¿Una reina? —repite en voz baja—. No digas tonterías. Aunque debo confesar que tu cuñada es tentadora, aún le falta algo. Ve a descansar; necesitas hacerlo para poder atender adecuadamente al invitado del cuarto de diversiones.
Ahora soy yo quien sonríe. Solo he entrado un par de veces a ese lugar y, aunque al principio me pareció una monstruosidad, ahora agradezco su existencia.
Voy al cuarto que suelo usar cuando vengo a este lugar, aflojo mis ropas y me tiendo en la cama con el celular en la mano, indeciso sobre qué escribir. Aunque sé que el mensaje tardará en llegar, le envío un texto a Isabella para que sepa que estoy bien y que pronto volveré. Cierro los ojos e imagino su suave cuerpo junto al mío, y así, mi conciencia se desvanece por unas cuantas horas.
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El sonido de golpes en la puerta me devuelve al mundo de la vigilia. Parpadeo varias veces y estiro la mano para alcanzar el celular y mirar la hora. He dormido solo tres horas.
—Voy —grito mientras salto de la cama.
—El patrón lo espera en la sala —dice Michael—. Es bueno, no te demores.
Quedo estático hasta que desaparece de mi vista. Michael es mayor que yo, calculo unos quince años, y parece ser alguien muy afable, fácil de tratar. Me agrada. Tres horas... Creo que he dormido lo suficiente para hacer lo que debo hacer y volver a mi casa, para seguir finalmente con mi vida. Me lavo la cara y acomodo nuevamente mis ropas antes de dirigirme al lugar donde Richard me espera.
—Esta parte es tuya —dice, entregándome una de las cajas de dinero.
—Sabes que no lo hice por el dinero —respondo, sin recibir la caja.
—Lo sé, pero aun así te la ganaste, por el riesgo, por el buen desempeño. Aunque estuve tentado a quitarte una parte por la tontería esa del herido y los dos chicos nuevos.
Lo miro sin comprender del todo, así que sigue hablando.
—La muerte de aquel hombre era inminente, y los otros dos simplemente no tuvieron suerte al llegar con los Williams; no eran fieles a ellos —defiendo mi actuar.
Me lanza la caja, y por puro reflejo la recibo. Sigue hablando.
—Estuvieron a pocos minutos de encontrarse con la policía. ¿Estabas seguro de que moriría antes de que ellos llegaran? ¿Seguro de que no se dio cuenta de algo con lo que podría identificarnos?
—Aunque viviera, teníamos caretas y nadie se llamó por su nombre. No había forma de que ese desdichado supiera quiénes somos.
Levanta los hombros y acto seguido me sirve un trago del mismo licor que él está bebiendo.
—Igual, ese era un riesgo innecesario; por eso se minimizó.
—¿Alguien volvió y lo remató? —pregunto con una sensación desagradable en el pecho.
—Tenía que hacerse. Esos dos hombres nuevos tampoco son una buena decisión. No fueron fieles a su "empleador" anterior; ¿qué te garantiza que no aparezca un mejor postor que tú?
—¿Los mataste? —pregunto, horrorizado.
—Obvio no, pero no quedaré tranquilo hasta que Sebastián esté aquí y los alinee. No te confundas; ya sé que eres confiable y que tienes potencial, pero te falta experiencia, mucha experiencia en el mundo real. Así que, aunque tengo un trato con Sebastián, te lo voy a dejar por unos cuantos meses hasta que estés listo.
—Se supone que ya no necesitaré a Sebastián porque ahora tú nos ofrecerás la protección; eso hacía parte del trato —digo alerta.
—Y así es. Por eso este dinero era tan importante. Hay muchos gatos que mover, y la atención de esos gatos solo se consigue inicialmente con esto. Una cajita de estas mismas fue repartida entre todos los hombres que participaron. Quedaron más que contentos con la distribución de utilidades y la promesa de acciones futuras. Aun así —me hace señas para que lo siga mientras hablamos—, Sebastián tiene que enseñarte a desconfiar. No me interesa que tu, mi socio, mi principal transportador, quiebre o gane un nuevo enemigo y no se dé cuenta.
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ADICTA A SUS BESOS
RomanceUna mañana, Isabella se despierta en la cama de un desconocido, sin recordar cómo llegó ahí. El hombre a su lado, Alexander, resulta ser un atractivo heredero de una familia poderosa, pero también con un lado oscuro: su abuelo le ha legado un negoci...