Solo estaba pensando en mí y en el rollo moral que asumí en la vida, juzgando y dando por hecho que el bien y el mal están divididos por una línea clara y bien definida. Desde que estoy con Alexander, me doy cuenta de que eso no es así. En este punto de la vida, si Alexander solo hubiera tomado sus cosas y escapado conmigo, muchas personas se habrían quedado y sufrido las consecuencias, entre ellas posiblemente esa inocente bebé.
No conozco a Noah, pero hasta donde sé, él tuvo el valor y la firme intención de salir de este tipo de vida y, aparentemente, lo había conseguido. Sin embargo, eso solo fue posible porque Sebastián y ahora Alexander estaban haciendo todo lo posible por mantenerlo a salvo junto con su hija. Escapar y llevar una vida totalmente recta con el hombre que amo no es posible en este momento.
Solo caigo en cuenta de su lucha cuando menciona el funeral de Mía. Yo tampoco podría abandonar a mi familia en un momento así.
—Claro que sí, debemos ir. ¿A qué hora partimos?
El cansancio es evidente en su rostro y, aunque me encantaría que tuviéramos tiempo para acurrucarnos en la cama y descansar uno en los brazos del otro, la realidad es que no lo tenemos.
—No lo he cuadrado aún. Iré a hablar con mi tío para ultimar detalles y que podamos viajar todos juntos.
Me besa una última vez antes de salir de la habitación. Miro el gran oso sobre la cama y mis hermosas rosas en la mesita de noche y sonrío. Alexander es un buen hombre, a pesar de que el tipo de vida que ha llevado lo pudo haber convertido en alguien diferente.
—Te llamaré, Jacob —le hablo al oso mientras lo abrazo—. Volveré por ti.
La verdad, desde que Alexander lo asomó por esa puerta quería apretarlo y sentir qué tan suave es. Es un oso marrón claro, súper esponjoso, y de verdad me gustaría poder apapacharlo un poco más, pero tengo cosas que organizar justo ahora. Lo acomodo sobre una silla y procedo a alistarle algo de ropa a Alexander para que se bañe y se arregle. También organizo nuestras maletas para el viaje con lo poco que trajimos de la casa del abuelo.
Alexander se está demorando, así que salgo a buscarlo y lo encuentro en la sala con el tío Ronald. Están tan enfrascados en la conversación que no se dan cuenta de mi presencia. Están hablando con Sebastián y, según parece, ya están por colgar.
—Esta misma noche estaremos ahí, no les digas nada, es mejor así —le dice Alexander, teniendo el altavoz activado.
—Bien, les haré una reserva entonces para que puedan dejar las maletas antes de pasar a la funeraria —responde la voz que identifico como la de Sebastián.
Me acerco a ellos y Alexander me toma de la mano.
—Hola, Sebastián —saludo, algo apenada por no haber siquiera pensado en ellos en todo el día.
—Hola, Isabella. Me alegra que estés bien —dice Sebastián—. Sophia estará muy contenta de tenerte aquí. Ella realmente se preocupa por ti y ya no sabía qué decirle porque no le contestabas ni le devolvías las llamadas. Por favor, llámala.
—Eso haré, aunque no sé realmente qué excusa poner. No puedo decirle la verdad.
—Algo se te ocurrirá —contesta como si nada—. Lo realmente importante es que escuche tu voz, con solo eso ella quedará tranquila, aunque no lo admita.
Es verdad, Sophia me regañará por un buen rato, pero definitivamente estará mucho más tranquila al escucharme.
—Parece que has aprendido a conocerla en muy poco tiempo. Me alegra que se lleven bien, y gracias por cuidarla. Sé que mi hermana no es precisamente una persona fácil.
—No comprendo exactamente a qué te refieres. A mí me parece muy fácil de tratar.
Me sorprende mucho ese comentario. Mi hermana nunca fue una persona muy abierta a la gente, y eso empeoró un poco después de terminar con el innombrable.
—Me alegra escuchar eso.
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El vuelo se siente absurdamente corto y, en un dos por tres, ya estamos en el hotel. El señor Ronald y la señora Enola están alojados en la habitación de al lado, así que, una vez listos para salir, pasan por nuestra habitación para que partamos todos juntos.
La sala de velación es un lugar amplio, con mucha iluminación y todo el café que la gente quiera tomar. Veo muchos rostros afligidos y, entre ellos, está el abuelo y un hombre al que Alexander me señala como Noah. Es un hombre apuesto, de cabello castaño y ojos cafés, cuyo rostro muestra lo poco que ha dormido en estos días. Su mirada está perdida hasta que llegamos a él y Alexander dice su nombre.
—Por fin estamos aquí, Noah.
El hombre levanta la cabeza y nos mira con incredulidad, pero parece salir de su estupor cuando el abuelo toca su hombro.
—Estamos contigo, muchacho —dice el tío Ronald, apareciendo detrás de nosotros y acercándose a Noah para abrazarlo—. Perdona que no hayamos podido llegar antes.
—No importa, están aquí ahora —dice Noah.
Frente a nosotros, a muy corta distancia, está el hombre a quien Alexander consideró durante mucho tiempo su mayor rival. No estoy segura de si él sabe o no que Alexander lo consideraba así, pero de lo que sí estoy segura es que, si lo sabía, no le importaba. Es evidente en aquella mirada que no tiene ningún tipo de rencor o reproche hacia mi Alexander. Cuando el abrazo con su tío termina, Alexander también lo abraza.
—No esperaba verte —confiesa—, pero me alegra tenerte aquí y ver que estás bien.
Mis ojos están húmedos por lo emotivo del momento, al saber que Alexander está sanando una vieja herida. Ahora entiendo los celos de mi marido hacia este hombre, pues aun en circunstancias tan terribles como esta, él se comporta de manera apropiada, con sobriedad y tacto.
—He hecho todo lo posible para venir, solo lamento haber tardado tanto en despertar.
Noah menea la cabeza ante las palabras de Alexander.
—No tienes ni idea de lo bien que lo has hecho. Sebastián me ha contado ya un poco, pero después tendremos tiempo para eso.
—Tienes razón, tendremos tiempo —dice Alexander—. Permíteme presentarte a mi esposa, Isabella.
El hombre posa por fin su mirada en mí y me regala una suave sonrisa.
—Gusto en conocerte, Isabella, y gracias por la gran ayuda que nos has dado. Sophia es un sol y, gracias a ella, estoy mucho más tranquilo. Este no es un lugar para una bebé.
Me cae bien. Poco después, cerraron la funeraria y la señora Enola y yo fuimos dejadas en el hotel, donde poco después Sebastián trajo a Sophia y a la bebé. Fue bonito, pero extraño, ver a la señora Enola consentir a Sebastián. Él se ve muy rudo, pero parece que con su madre es todo un caramelo. Los hombres se fueron todos con Noah, supongo que para tratar de ponerse al corriente y quizás tratar de ayudarlo a ahogar sus penas.
—Hace tantos años que no cargaba a un bebé —dice la señora Enola—, y una niña más. Ojalá Sebastián me dé nietos pronto e incluya una niña.
Creo captar un gesto extraño en el rostro de mi hermana y, entonces, me pregunto si ha sucedido algo entre ellos durante estos días que llevan juntos.
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ADICTA A SUS BESOS
RomanceUna mañana, Isabella se despierta en la cama de un desconocido, sin recordar cómo llegó ahí. El hombre a su lado, Alexander, resulta ser un atractivo heredero de una familia poderosa, pero también con un lado oscuro: su abuelo le ha legado un negoci...