Las sensaciones son abrumadoramente intensas, mucho más de lo que jamás imaginé. Siento mucho más de lo que alguna vez pude experimentar en la soledad e intimidad de mi habitación.
—Alexander —su nombre escapa de mis labios en un susurro suplicante mientras él se desliza aún más hacia el sur de mi cuerpo, hasta encontrarse con la última prenda que me cubre.
¿Avergonzada? ¿Intimidada? Las dos cosas, pero no hay vuelta atrás. Su mirada me contempla con deleite, como si fuera lo más maravilloso del mundo. Se pierde un instante en mi intimidad, pero pronto se recompone y se acerca para acariciarla con sus labios sobre la tela.
Besa y lame sin piedad esa zona y la cara interna de mis muslos, sin que yo tenga la posibilidad de defenderme de la fiereza de ese ataque. Me siento enloquecer, siento que quiero algo más, que necesito algo más, y no puedo evitar expresarlo. Su sonrisa orgullosa aparece, y ahora retira su pantalón con una sola mano sin desatenderme, mientras estoy hecha un manojo de sonidos y movimientos nerviosos.
—Aún no —dice antes de volver a apoderarse de mis labios y buscar de manera provocativa con su lengua la mía.
Toma mi mano y la conduce sobre esa parte de su anatomía que aún no conozco, pero que, según siento, está ansiosa por presentarse. Se siente firme, se siente caliente y algo húmeda sobre la tela. Aunque lo toco sobre la tela, las facciones de su rostro se alteran levemente para mí, y eso hace que me arriesgue solo un poco y deslice de arriba a abajo un par de veces mis dedos, haciendo que vuelva y se desboque en mis labios.
¡Piedad! Esto debe ser lo que mi amiga llama un buen preámbulo, el juego previo antes del sexo. Si esto es solo el comienzo, estoy segura de que caeré rendida a sus pies cuando alcancemos el clímax.
—Eso solo era un vistazo, así que no tientes lo que aún no puedes manejar —dice, tras lo cual siento cómo baja por un lado mi ropa interior, y yo dócilmente levanto mi cadera y le ayudo con el otro extremo—. Esta noche, yo me encargaré de todo.
Se separa de mí y desliza mis bragas por mis piernas hasta que finalmente salen y las lanza a un lado. Por inercia, vuelvo a cubrir mis senos ante la imposibilidad de cerrar mis piernas. Estoy nerviosa, nerviosa y excitada, así que necesito calmarme y concentrarme en algo para poder superar este momento.
—Relájate —se inclina hacia mí y besa mis labios—. Solo disfruta el momento —besa mi rostro y cuello, mientras sus dedos se deslizan por mi humedad íntima y se ensañan torturando deliciosamente mi botón—. Eso es —dice, complacido por los sonidos que nuevamente dejo escapar.
Sé que su cuerpo, al igual que el mío, quiere más, pero se niega a darnos aún lo que necesitamos. Un primer orgasmo me asalta y me tenso, pegándome a su cuerpo y soltando un gemido casi en su oído. Quiero más, quiero más, y estoy por decirlo en voz alta cuando la intrusión de sus dedos en mi cuerpo me sorprende. Se siente raro, pero bien, y aun así sigue siendo insuficiente.
Al bajar la vista, me sorprendo a mí misma moviendo las caderas. Uno de mis brazos está enredado al cuello de Alexander, mientras que el otro está apoyado en la cama, permitiéndome inclinarme y ver lo que sucede ahí abajo. Sonidos cortos salen ahora también de los labios de Alexander, y eso, sumado a nuestra piel perlada por el sudor, hace que la escena se vea mucho más erótica.
—Necesito más —logro decirle por fin.
Un sonido algo gutural sale de sus labios y deja su labor para eliminar la última prenda en su cuerpo y acomodarse encima de mí. Una cosa es ver el miembro masculino en una película porno y otra muy diferente es lo que veo en este momento. Mi primer pensamiento me asusta, pues automáticamente detallo su extensión y me pregunto cómo es posible que todo eso pueda caber en mi interior.
Una de sus manos atrapa las mías sobre mi cabeza, mientras la otra acaricia su hombría, y la siento por primera vez directamente sobre mi piel. Me tortura; esa debe ser su intención, pues siento que pasea su miembro por mi entrada, sobre mi clítoris, y se desliza ahí un momento, tratando de alborotar y humedecer lo que no puede estar más alborotado ni más humedecido.
—Alexander.
Ante la mención de su nombre, sonríe y se alinea con mi entrada. Puedo sentir cómo poco a poco se desliza, abriéndose paso en mi interior. Al principio es incómodo, pero excitante. Sus besos y caricias me mantienen distraída hasta que la incomodidad se convierte en dolor, y sus labios beben mis quejidos, los cuales poco a poco se transforman en gemidos.
Nuestros movimientos acompasados son increíbles y hacen que llegue mi primer orgasmo con una facilidad que me asombra, considerando el dolor reciente. No descanso. Tras los espasmos que convulsionaron mi cuerpo, afloja el agarre de mis manos y estas se ubican en sus hombros, pero él cambia de posición y continúa con un movimiento rítmico. Lo siento en mí y saber que las expresiones de su rostro las genero yo, me encanta.
Un segundo orgasmo llega y, de manera automática, me levanta, haciendo que ambos quedemos sentados en la cama, yo sobre él. Sus manos en mis nalgas aceleran el compás, y puedo sentir que él está por llegar. Mi cadera no ha dejado de moverse y no puedo creer que esto es tener sexo. Es mejor de lo que esperaba, mejor de lo que mi amiga me contaba que era. En un movimiento rápido, me deja sobre la cama y sale de mí, dejando caer sobre mi vientre su espeso y blanco semen.
—Isabella, eres mía, solo mía —dice casi sin aliento y cayendo al lado mío.
Me siento relajada y muy satisfecha. El cansancio me asalta de un momento a otro y mis párpados se cierran, mientras Alexander dice algo. No pongo cuidado en qué, solo alcanzo a agradecer que se vino por fuera y que, al menos por este momento, no seré madre.
¿No quería un hijo? Es el último pensamiento que acompaña a mi conciencia.
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ADICTA A SUS BESOS
RomanceUna mañana, Isabella se despierta en la cama de un desconocido, sin recordar cómo llegó ahí. El hombre a su lado, Alexander, resulta ser un atractivo heredero de una familia poderosa, pero también con un lado oscuro: su abuelo le ha legado un negoci...