52. MOTEL

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Entramos con la moto directamente a un garaje techado, y Alexander no permite que me retire el casco hasta que un chico llega y cierra la puerta desde afuera.

—Ahora sí —se acerca y él mismo me ayuda a retirarlo—. Veamos el lugar.

Toma mi mano y subimos unas pequeñas escalinatas que dan a un cuarto de tamaño decente con varias peculiaridades. Obviamente, las comodidades básicas como un buen colchón, una TV de tamaño decente y aire acondicionado están presentes. Aun así, mi vista se queda pegada en aquel gran espejo que está en el techo.

—Es lo más cliché que pude encontrar —dice Alexander, abrazándome por la espalda—. Cosas como grandes tinas y jacuzzis las encontramos en un buen hotel, pero ese gran espejo, no.

Nunca imaginé estar en una habitación así; tengo curiosidad por cómo nos veremos teniendo sexo. Supongo que debe ser excitante ver cómo nos consentimos. Me encanta el cuerpo de Alexander, es toda una obra de arte a mis ojos, pero creo que se verá raro ver el mío completo en acción.

Besa mi cuello y me dejo llevar por la agradable sensación de cosquilleo que genera en mi piel.

—¿Te agrada el lugar? ¿Tienes curiosidad? —Él conoce la respuesta, por eso sus labios no dejan de moverse, ni sus manos de deslizarse suave y sensualmente bajo mi camisa, haciendo erizar mi piel.

—Quiero todo contigo, cada experiencia —mi voz se escucha mucho más excitada de lo usual al estar iniciando, todo por imaginar lo que podré ver en ese espejo.

Desabotono mi camisa mientras Alexander se encarga de la cremallera de mi jean y, antes de bajarlo, acaricia sobre mi ropa interior con un poco de presión, haciendo que junte mis piernas y trate tontamente de apretar mi vagina para frenar un poco la humedad que ya empieza a generarse y amenaza con escapar de mí.

—Aquí no tienes que contenerte; gime, grita si quieres —dice a mi oído y hala el lóbulo de mi oreja.

Mi pantalón cae, y su mano sigue jugueteando sin llegar a traspasar la barrera impuesta por la tela. Retiro su mano y giro para encargarme también de sus prendas, pero en mi caso, no dejé ni su bóxer.

—Fue mucho tiempo sin tocarte —dice mientras se posesiona sobre mí en la cama, y nos ponemos al día con todos los besos que nos estamos debiendo.

El momento es intenso y, como siempre, al contacto de sus labios puedo sentir la conexión profunda que siempre deseé. Nuestros cuerpos se rozan despertando todas las fibras del mío, como si el suyo desprendiera cierto magnetismo al cual no me puedo resistir y hace que me olvide del mundo. De pronto, solo existimos los dos. Mis dedos se enredan en su castaño cabello y lo acompañan en parte del recorrido que hace por mi cuerpo, el cual ya ha comprobado la suavidad, calor y humedad de sus labios.

La imagen que observo de nuestros cuerpos en el espejo ocasiona que las sensaciones se intensifiquen y gima como nunca al ver cómo se tensionan los músculos de su espalda. Levanta su mirada, conectando con la mía, y creo que si me pidieran una imagen que representara ojos de lujuria, sería esta. Arqueo mi espalda, siendo casi imposible soportar la ola de placer que me invade al sentir y ahora ver lo que hace con su boca entre mis piernas.

Mis uñas se deslizan por su piel y, al volver a tomar sus labios, me las ingenio para apretar sus nalgas entre mis dedos y, posteriormente, darle una palmada sonora que nos hace reír.

—Mi turno.

Intercambiamos posiciones y ahora es él quien mira el espejo. Ubico mis rodillas a cada lado de su cadera y lo beso a mi total antojo. No lo dejo entrar en mí, pero sí hay un roce, una fricción constante que nos tiene generando fluidos y nos tortura en medio del disfrute. Levanto la vista y ahí estamos, totalmente entregados al momento, y no puedo resistir más mis ganas de sentirlo.

Alabados sean los inventores de los métodos anticonceptivos, pues de no haber ido al médico para poder planificar, esta noche habría sido muy peligrosa. Seguimos nuestras expresiones y movimientos a través de ese espejo, y es mejor que estar mirando una película porno, mucho mejor.

—Isabella, mírame —obedezco inmediatamente sin perder el ritmo de lo que hacemos—. No olvides que te amo —su voz ronca es lo más sexy que he escuchado, pero nada puede superar esas palabras. Es como si me hubiera ordenado venirme, pues mis paredes se contraen de manera inmediata y hacen que él también lo haga.

Fue intenso, excitante, lindo, sexy, tierno y muchas cosas más. Terminamos jadeantes, húmedos y con una sensación de bienestar increíble.

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—Isabella, despierta —no quiero salir de la cama, tengo sueño, así que me arropo la cabeza con la sábana—. No quiero que amanezcamos aquí, no es un lugar adecuado para eso.

Sus palabras me hacen recordar en dónde estamos, así que destapo mi cabeza y me encuentro con el espejo en el techo. Me veo espantosa, muy despeinada y con el poco maquillaje que me apliqué, corrido.

—Qué horror —digo volviendo a taparme con la sábana—. Me veo espantosa.

—Claro que no, no digas tonterías —dice abrazándome.

—Debo darme un baño —lo escucho reír, pero me suelta y retira la sábana de mi cuerpo.

—Entonces démonos un baño.

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La mañana transcurre de manera normal. Hasta el mediodía, llamo a mi amiga Cloe para saber cómo le fue en su primer día de trabajo. Está contenta, casi no le cabe el alma en el cuerpo de tanta felicidad. Ella afirma que es un trabajo que se ve pesado, pero que evidentemente va a ser un reto interesante. Ella es así, le disgusta que algo le quede grande, casi que eso hace parte de la marca Cloe.

—Conocí hoy al famoso primo Sebastián durane la inducción a la empresa —dice con la voz ilusionada—. Si yo hubiera sabido que ese hombre estaba así de bueno, le habría dicho al abuelo de una que me caso y le doy los nietos que quiera.

No puedo hacer menos que reírme.

—¿Cómo alguien que está tan bueno puede ser tan serio y aun así verse tan sexy? —sigue hablando—. Amiga, creo que estoy enamorada.

Pongo los ojos en blanco al escuchar eso. Estoy segura de que Sebastián, si acaso, la saludó, nada más. Ser alguien persistente es algo bueno en algunas ocasiones, pero no es bueno serlo en todo. Pobre Sebastián, espero que sepa manejar a Cloe, pues ella ya lo declaró su objetivo.

Termino la llamada e inmediatamente ingresa un nuevo mensaje de texto de aquel número desconocido, pero en esta oportunidad, siento que puede no ser una broma y el miedo me recorre, haciendo que todos los vellos de mi cuerpo se ericen.

ADICTA A SUS BESOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora