—Tú primero —dice, clavando el mentón en la almohada que tiene abrazada hace rato.
—Bien, yo primero —respondo complacido ante el cambio de actitud—. Somos una pareja de recién casados; tendremos que mostrarnos cariñosos, afectuosos en público.
—¿Qué tan afectuosos? —pregunta con el ceño fruncido.
—Lo suficiente como para que nos crean que somos una feliz pareja de recién casados. Así que habrá algunas cogidas de mano, uno que otro abrazo y, si es necesario... un beso en público.
—No voy a volver a besarte —dice, abriendo desmesuradamente los ojos.
—¿Por qué no? Soy tu marido y eso es lo mínimo que voy a aceptar de ti a diario. Un beso en la mañana al despertar y otro en la noche antes de dormir, y solo si es necesario, un beso en público. Al menos hasta que me aceptes —digo confiado.
—Estás muy convencido de que te voy a aceptar, ¿y si eso no pasa? —Ahora achica los ojos, como escudriñando mi rostro.
—Físicamente somos demasiado compatibles y eso ya lo sabes —la miro de manera sugestiva con la intención de incomodarla y removerle los recuerdos de hace un momento—. Disfrutaste nuestros besos tanto como yo. Además, estoy muy generoso al no exigirte nada más.
Su rostro se tiñe de rojo y es adorable realmente, sobre todo cuando su mirada cae apenada.
—Además, este mes lo vamos a usar para conocernos. Iremos a muchos lugares y tendremos citas. Imagina que es un cortejo —remato.
—¿Algo más? —pregunta, apurándome.
—Por el momento estarás siempre conmigo, pero eventualmente tengo que volver a trabajar. Así que no puedes andar sola y no es desconfianza, es por tu seguridad. Tengo más enemigos que amigos, Isabella, así que tendrás tu propio esquema de seguridad.
Retomo mi semblante serio y continúo:
—Una vez que volvamos de nuestra luna de miel, tendremos que ir una vez a la semana a casa del abuelo para cenar. Quiero que te lleves bien con él y, si te es posible, no interactúes con el resto de mi familia, sobre todo con mi primo Sebastián —ese hombre tiene todas mis alarmas encendidas, así que no lo quiero cerca de ti.
—Es extraño, pero bueno —dice sin más—. Ahora es mi turno.
—Te escucho —digo ansioso por conocer sus condiciones.
—Solo te pido una cosa, respeto de aquí en adelante —cambia de posición la almohada y despega la espalda del espaldar de la cama.
—Sé explícita —digo, sin comprender todo lo que abarca el término para ella.
—Nos casamos por la iglesia, tenemos un compromiso ante Dios, un lazo sagrado. Así no me guste admitirlo, por eso no lo puedo romper. Yo intentaré, realmente haré el esfuerzo por... —duda por un momento antes de continuar— por aceptarte. Puede que no pueda enamorarme de ti, pero sí intentaré que tengamos una convivencia armoniosa.
¿Amor? No aspiro a tanto por el momento con ella. Sé que es un imposible, pero indudablemente espero que con el tiempo ella sí pueda enamorarse de mí. Necesito ese hijo y no quiero criarlo solo como le tocó a mi abuelo conmigo; no quiero que un hijo mío crezca sin madre. Seré un gran actor.
—Espero fidelidad. No quiero saber ni darme cuenta de que has estado con otras después de que nos casamos. Si eso pasa, te aseguro que no habrá forma en que yo pueda seguir siendo tan dócil.
Casi me causa risa lo que dice, pues no puedo tener relaciones sexuales con ella, pero tampoco quiere que las tenga con otras. Vamos a ver cuánto es el límite de mi resistencia, aunque realmente no estoy seguro de poder cumplir eso, pero lo intentaré.
—Espero confianza, pues yo voy a confiar en ti. Te apoyaré en lo que pueda y espero que tú también lo hagas.
Suena tonto lo que dice. Yo puedo darle lo que quiera, puedo apoyarla en todos sus planes, eso ya se lo había dicho.
—Estoy de acuerdo con todo, aunque ya te había dicho que te daría lo que quisieras —respondo.
—No entiendes, Alexander. El apoyo no es solo lo que se pueda comprar con dinero; es que tengas con quién hablar cuando llegas cansado, alguien que te escuche, te entienda y te dé consuelo y consejo —me mira algo dudosa antes de continuar hablando—. Se supone que ese es el principal apoyo que se deben dar las parejas. La parte económica claro que ayuda, pero no es la realmente importante.
Trago saliva ante lo que estoy escuchando, pues no esperaba que el concepto de matrimonio religioso tuviera tal peso en ella, como para proponer cosas tan ambiciosas. Creo que estoy procesando todo lo que ella acaba de decir. Bajo la cabeza y sonrío al recordar las palabras del abuelo. Quizás la abuela fue así, y por eso él dice que necesitaba una mujer que me ayudara, que me apoyara, pues dice que la abuela fue parte vital para crear todo lo que ahora tenemos.
—Bien, prometo respetarte en todo el sentido amplio de la palabra. Fidelidad, apoyo, interés. ¿Te parece si iniciamos por ahí? El resto ya lo veremos después.
Tapa parte de su rostro con las manos y cierra los ojos por un momento, como si estuviera tratando de interiorizar lo que acabamos de hablar. Luego, el sonido de un monstruo rugiendo en su estómago me recuerda que ninguno de los dos ha desayunado y ya casi es mediodía.
—Parece que antes de ir por tu celular y la ropa, necesitamos comer algo. Ella solo dice que sí y entra al baño para darse una ducha y ahora sí poder arreglarse debidamente.
Una vez que escucho el sonido de la ducha de fondo, salgo de la habitación para darle más espacio. Voy a la cocina y, mientras Roberto se decide a contestar mi llamada, reviso el contenido de las gavetas para ver si hay algo que podamos comer que nos dé algo de aguante hasta que lleguemos al restaurante, pero tal parece que mi cocina es solo bonita, pues no tiene alimentos. No sé por qué me sorprende.
—Dime —escucho la voz de Roberto al otro lado de la línea.
—Saldremos a comer algo y al centro comercial, así que necesito que cuando volvamos el armario de Isabella esté vacío. No quiero volver a verla usando cosas que estaban destinadas a Juliana.
—¿Qué quiere que hagamos con las cosas? —pregunta serio.
—Guarda todo en un depósito, después miramos. Y asegúrate de que la seguridad nos siga hoy, pero dándonos espacio; no quiero que la intimiden más de lo que ya lo hago yo —creo que dejo escapar un poco de aire de manera sonora.
—Comprendo —dice de forma pausada Roberto—. ¿Cómo van las cosas con la señora?
Sonrío sin poder evitarlo al escucharlo decir "señora". Por lo menos ya tiene claro que no la puede mirar; ella ya no es el resto, es mía, así este matrimonio aún no esté consumado.
—Mucho mejor de lo que esperaba, así que una vez que volvamos de las compras, quiero que tengas listo el avión. Nos iremos de luna de miel.
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ADICTA A SUS BESOS
RomanceUna mañana, Isabella se despierta en la cama de un desconocido, sin recordar cómo llegó ahí. El hombre a su lado, Alexander, resulta ser un atractivo heredero de una familia poderosa, pero también con un lado oscuro: su abuelo le ha legado un negoci...