57. CONVERSANDO DE VERDAD

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Estúpida dieta, estúpidas recomendaciones de mi cuñada. Ya estoy en casa y, contrario a lo que creí, mi alimentación nada que mejora de sabor. Mi cuñada instruyó muy bien a Isabella sobre qué es lo que debo comer y cada cuánto, así que, después de que Isabella descubrió al abuelo camuflando un pudín, no he podido consumir nada que sepa bien. Tengo la leve sospecha de que mi cuñada se está desquitando conmigo por haberle quitado a Isabella.

—No digas tonterías —me reprende Isabella tras ese último comentario y poniendo en mi boca una cucharada de un caldo con pollo bajo en sal—. Ella solo es muy estricta, ya te darás cuenta de que todo lo hace por tu bien, desde pequeña ha sido así.

La miro no muy convencido, pero me obligo a tragar lo que pone en mi boca, solo porque quien me alimenta es ella.

—Gracias por cuidarme —digo conmovido por su dedicación en todos estos días—. Cuando podamos, prometo compensarte.

—Claro que te cuido, eres mi marido y si no lo hago yo, ya vi que sobran las manos diligentes —río un poco, pero no fue mi culpa, yo no hice nada para que sobraran ojos para mi cuidado y que mágicamente a la hora de mi baño aparecieran varias enfermeras para eso—. Aún me ofuzco al recordar el momento en que entró mi hermana y las espantó —pone los ojos en blanco al recordar el momento—, y yo pensando que era lo normal.

Termina de alimentarme y me ayuda a llegar al lavabo para cepillarme. Quiero muchas cosas con mi mujer, pero lo único que puedo ofrecerle es un abrazo mediocre y uno que otro beso.

Mi mente da vueltas entre la gran cantidad de cosas que tengo sin resolver. Está mi tema con Sebastián, de quien ya no sé si confiar o no; ahora debo sumarle la sorpresa del abuelo con la misma sortija que tiene Sebastián, y no me gusta, pues eso me hace dudar del hombre que me crió. El abuelo no pudo ahondar mucho en el tema con Isabella presente, solo dijo que era importante y que representa poder.

El abuelo es aún quien tiene la sartén por el mango en muchos temas, así no lo parezca. Muchos tratos que llegan a mí ya han sido pre-negociados con el abuelo. Según él, es su forma de hacer la transición para que me conozcan y yo me adecúe al tipo de trabajo que él maneja. Todo lo hace ahora por teléfono y soy yo quien pone la cara.

—Vamos a descansar —me dice mientras con cuidado me ayuda a meterme en la cama.

La observo cambiarse. Se retira la ropa y se pone una pijama suave de pantalón y camisa de tiras. Durante ese proceso deseé haber podido hacer tantas cosas, que apenas llega a mi lado la abrazo y aspiro el tentador olor de su cuerpo.

—¿Ya quieres que hablemos? —digo con voz suave—. Sabes que tenemos que hacerlo en algún momento —digo tratando de cerrar por lo menos este punto de mis pendientes.

—Supongo que ya es hora —dice alejándose un poco para poder mirarnos a la cara.

Inhalo todo el aire que puedo como si este tuviera la propiedad de convertirse en valor dentro de mi organismo y luego, inicio a hablar. Es justo que sea yo quien hable primero, siendo quien la metió en problemas.

—Estás aquí conmigo por culpa de mi orgullo y ganas de poder. El abuelo debía elegir entre Sebastián, Noah o yo para pasar el poder y retirarse definitivamente.

Bajo saliva al reconocer ahora lo imprudente de mi actuar, lo infantil que suena ahora, aun cuando me justifiqué mucho en su momento.

—Noah siempre fue el favorito para liderar, es listo y tiene la habilidad de caerle bien a todo el mundo.

—Tú eres así también —interrumpe Isabella y sonrío ante su tierno intento de hacerme sentir mejor.

—Pero Noah no quería heredar esto, así que me empeñé en aprovechar la oportunidad y vencer a Sebastián. Un día hace dos años...

Le cuento mi versión de todo, las condiciones del abuelo, lo que sucedió con mis ex y cómo egoístamente la obligué a estar en mi vida.

—Ahora estoy enamorado de ti y temo que me odies al saber el tipo de mundo al que te traje.

—No te puedo odiar —pasa sus dedos por mi rostro como aquel primer día—. Empezara como empezara esta historia, la única verdad es que nos amamos y, hubieras sido más maduro, Noah o Sebastián más ambiciosos, o yo otro tipo de mujer, no nos podríamos tener el uno al otro como ahora.

¿Acaba de decir que me ama? Sé que después de eso dijo algo más, pero no puede ser tan importante como eso.

—Isabella, ¿me amas? —antes no había querido escuchar esa respuesta, pero ahora es imperante tenerla.

—Saber que podría perderte me hizo comprender que no estoy confundida, que este sentimiento en mi pecho no es una ilusión que me protege, es real. Te amo, Alexander, como nunca creí que fuera posible amar.

Nuestros labios se acercan y bailan una danza lenta pero cargada de emotividad. Es mucho el peso que carga ese beso, pues con él estamos intercambiando nuestro sentir y haciéndolo llegar al corazón del otro.

—No quiero perderte, pero puede pasar después de que escuches lo que tengo que decir.

No fue fácil explicarle que estamos en medio de un negocio ilícito y que no lo estamos por elección propia, pero más complicado fue decirle que el atentado no fue por un intento de secuestro debido a los negocios normales, sino que es alguien que quiere debilitarnos para que dejemos de cobrar y volvamos a ser víctimas.

—No podemos ceder, si lo hacemos no habría forma de garantizar nuestra subsistencia, pero cerrar las empresas tampoco es viable cuando hay tantas familias cuyo sustento económico depende de nosotros.

La miro con detenimiento esperando su reacción. Espero miedo o reproche en su mirada, llanto o insultos que sean el preámbulo a su intención de dejarme y llevarse consigo mi felicidad. No podría detenerla, las cosas han cambiado desde que la conocí y obligarla ya no es una opción para mí.

—Puedes irte si quieres —digo cerrando los ojos—. Prometo que no te faltará nada y que tendrás toda la protección necesaria mientras todo este problema pasa.

ADICTA A SUS BESOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora