19. KARAOKE

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Mientras Isabella se cambia la ropa, me quedo disfrutando un poco más la vista del lugar y las ráfagas de aire fresco que la marea trae consigo. El vino desapareció hace ya un rato y tal parece que ha sido del gusto de Isabella. Yo no tengo que cambiarme; mi ropa es cómoda y solo me deshice de mi chaqueta al bajar del avión y desabroché los primeros botones de la camisa para sentirme más relajado.

—Un mes, tengo un solo mes para hacer que esta locura funcione —me recuerdo en voz baja.

La noche está despejada y permite ver claramente un gran número de estrellas que titilan en el firmamento y tratan sin suerte de opacar la luz de la luna. Hace mucho no dedicaba tiempo a mirar el cielo; se siente extraño, pero bien, casi como si todo estuviera confabulado para que esta fuera una gran noche.

—Me gustaría que viéramos el amanecer desde aquí —dice Isabella, recostándose nuevamente contra el balcón y mirando también el cielo.

——¿No sería mejor mirarlo en la playa? —pregunto, tratando de disimular que me encanta cómo se le ve ese vestido vaporoso y corto con tenis.

—No, hoy no quiero meter los pies en la arena, solo exploremos.

Le ofrezco mi mano, la cual ella mira dudando un poco por unos segundos, pero finalmente la toma. Esa es una buena señal, una gran señal de que, aunque no confía en mí, por lo menos le gusto y se está planteando la posibilidad de pasar un buen momento conmigo. Claro que sabré aprovechar eso. Tengo demasiadas ganas de tenerla nuevamente en mis brazos y repasar su piel con mis labios.

Salimos del hotel y caminamos gran parte del área turística. Para mi sorpresa, compramos comida chatarra en la calle; creo que nunca antes había hecho yo eso y, la verdad, me gustó. Hablamos tonterías, no había un tema específico, y ahora sé que hay una gran cantidad de programas que debo mirar. Fue agradable no hablar de negocios, deudas y favores que cobrar.

—Cambiemos de actividad —digo con voz firme.

—Pero nos falta mucho por mirar —dice, poniendo cara de perrito triste, a lo cual no puedo evitar burlarme, pues no sé en qué momento empezó a hacerme caritas.

—Pero es lo justo, tendremos muchos días para recorrer la isla.

—Tú ganas —responde por fin—. ¿Karaoke?

—¿Qué? —pregunto con asombro—. Te aseguro que no quieres escucharme cantar.

—Eso solo hace que me den más ganas de escucharte. —Sonríe y su mirada parece iluminarse.

Lleva un buen rato sonriendo, así que, aunque no quiero hacerlo, no tengo más opción que decir que sí. El lugar al que ingresamos es pequeño y con una decoración muy tropical. Afortunadamente no hay mucha gente e Isabella puede cantar seguido, y debo admitir que no lo hace nada mal; con razón le gusta.

El licor poco a poco empieza a hacer su efecto e iniciamos un juego de miradas que, al compás de la música de fondo, tiene intenciones de convertirse en algo más. Hacen una pausa en el tiempo de karaoke para poner algo de música y algunas parejas empiezan a bailar, así que sin pensarlo le tiendo mi mano.

—Nuestro primer baile —dice ella con un dejo de sarcasmo en la voz.

—Es el segundo, perdón por eso —le digo, tomando su cintura y haciendo que bailemos un poco más cerca.

El ambiente del lugar es bueno, no es elegante ni nada por el estilo, pero me agrada. Bailamos mucho y todo se siente perfecto. Tengo química con esta mujer, mucha mejor química que con mis ex reales, y no tengo forma de negar eso. Su mirada expresiva, el contoneo de sus caderas, el agradable sonido de su risa y el olor de su piel me tienen encantado en este momento.

Deseo apoderarme de sus labios y deslizar mis manos por las curvas de su cuerpo hasta volver a escuchar el sonido maravilloso de sus jadeos. Quiero ver en sus ojos una emoción diferente, esa que solo pude disfrutar de manera fugaz y superficial ayer. Son algo así como las dos de la mañana y creo que llegó el momento de volver a hacer algo de verdad. Es cursi, no es mi estilo, pero creo que es algo que con esta mujer puede funcionar.

Me levanto y hablo con el DJ para pedir un favor especial y el hombre, con una gran sonrisa, acepta sin problema. La música cesa y voy hasta Isabella pidiendo nuevamente su mano y, aunque me mira de manera rara, la toma y camina conmigo hasta la pista de baile. La música que ponen siempre como vals de los novios empieza a sonar en el establecimiento y un sonido de "ah" generalizado por parte de todas las damas del lugar se hace audible.

Está funcionando, la mirada de Isabella me dice que este detalle cursi le gusta, así que una vez que el baile termina, me acerco a sus labios encontrándolos receptivos a mi toque. Sus labios siguen el compás de los míos y jugamos un rato a saborearnos, disfrutarnos; cortamos el beso y volvemos a iniciarlo varias veces hasta que finalmente, la música vuelve a animarse y la pego a mí para bailar ahora nuevamente algo animado pero con una connotación de movimientos más sensuales.

—¿Aún quieres ver el amanecer desde el balcón? —pregunto tras llevar más o menos una hora comportándonos como una pareja normal.

—Sí, quiero —dice decidida—. Debe ser hermoso, ¿también quieres?

—Sí, quiero —respondo sin duda ante lo bello del paisaje entero.

Salimos del local con la firme intención de deshacer nuestros pasos hasta el hotel, pero para mi sorpresa, el nivel de resistencia que tiene Isabella al licor es muy bajo. Así que, cuando salimos a la calle, el fresco del ambiente le empezó a hacer daño, por lo que fue algo complicado llegar hasta el hotel. Al llegar, pido algo de sal para que comamos y que ella pueda ver el amanecer, tal y como era su deseo, pero por más que lo intenté no fue posible, así que terminamos los dos abrazados en esa cama, completamente vestidos.

ADICTA A SUS BESOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora