72. APOYAR A NOAH Y BUSCAR UN NUEVO PLAN

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Estoy de pie frente a la habitación del abuelo. Van a ser las once de la noche, pero, pese a ello, la luz se filtra bajo su puerta, haciéndome suponer que está despierto. Golpeo tres veces y, unos segundos después, escucho un carraspeo, indicándome que necesitaba aclarar la voz antes de preguntar finalmente:

—¿Quién es?

—Alexander, ¿puedo pasar?

—Pasa.

Su voz se siente algo tambaleante. Confirmo en parte las palabras de Isabella al contarme que el abuelo estaba muy afectado por la situación de Noah. Me siento en el borde de la cama y ahora también puedo confirmar la congoja en su semblante.

—Supongo que Isabella te contó sobre Noah.

—Sí, lo hizo, pero solo porque está preocupada por ti —aclaro.

—Lo sé, es buena chica.

—¿Qué es exactamente lo que está pasando con Noah? ¿Por qué no puedes ir a verlo?

—El único que puede ir por el momento es Sebastián. No estoy seguro de que se alegre al verme; posiblemente lo único que logre sea hacerlo sentir peor.

La historia que me cuenta el abuelo no es una historia feliz ni muy detallada. Solo dice que, tras una discusión fuerte que tuvo con Noah, este decidió irse y dejar a la familia. Según entiendo, el único con quien habla es con Sebastián.

—Su mujer tiene una enfermedad terminal y por eso volvieron al país, para que ella pudiera estar al lado de su familia antes de morir —me enseña una foto que saca de entre un libro—. Tienen una bebé recién nacida.

No puedo imaginar cómo se debe estar sintiendo Noah. La foto lo muestra junto a una mujer trigueña y extremadamente delgada, mientras empuja una carriola. Él está atravesando solo el peor momento de su vida.

—Hablaré con Sebastián para que lo acompañe. Necesita mínimo un hombro para llorar y tienes razón, ni el tuyo ni el mío son los indicados.

La mirada del abuelo se cristaliza. Algún día espero también arreglar las cosas con Noah. Pero por el momento solo nos queda respetar su decisión y dejarlo en paz. No confía en el abuelo y en mí, y por mi parte, supongo que me he ganado esa distancia con creces.

Veo agotado al abuelo, más viejo. Quizás lleve mucho en ese proceso, pero la verdad es que hasta ahora no le he prestado la atención debida a mi familia. Para mí, es casi como si se hubiera vuelto viejo de la noche a la mañana.

—Sé que es peligroso alejar a Sebastián en este momento. Piénsalo bien —dice el abuelo—. Quiero a Noah y sé que necesita un hombro en el cual llorar, pero no quiero arriesgarte en el proceso. Si tan solo yo hubiera sido menos terco, si lo hubiera entendido, la situación sería diferente.

Sonrío al escuchar eso. Antes no habrían sido posibles esas palabras. El abuelo era un roble, uno de esos hombres que odiaban exponer sus sentimientos. Sé que dejarlo ir es un riesgo para nosotros, pero algo me dice que Noah lo necesita más. Además, ya es hora de que me defienda y me haga mi propio nombre. No puedo vivir escondido a la sombra del terror que causa Sebastián.

—No te preocupes, nos las apañaremos. Además, ya es hora de que Noah vuelva a casa. Deja eso en mis manos.

Salgo de la habitación del abuelo, rumbo a mi cuarto, donde una Isabella con ojos somnolientos esperaba ansiosa mi regreso.

—¿Cómo te fue? —pregunta una vez entro.

Me meto entre las cobijas y la abrazo antes de contestar.

—Bien, está más calmado. Hablaré más tarde con Sebastián para que vaya y lo apoye, pero me preocupa la bebé. Según entiendo, Mia puede morir en cualquier momento, así que Noah está casi todo el tiempo con su mujer. No me agrada que la niña esté al cuidado de una desconocida mientras él acompaña a su mujer, pero entiendo también que la clínica no es un lugar al cual se deban llevar recién nacidos de visita.

—¿Y si voy yo para ayudar con la bebé? —ofrece Isabella.

Eso sería lo ideal, debo admitirlo, pero no puedo arriesgar a Isabella y menos a la bebé y al mismo Noah.

—Por seguridad, ninguno de los dos debemos ir. Es arriesgado que lo haga Sebastián, pero él sabe manejar eso mejor que nosotros, solo que no me lo imagino cambiando pañales o preparando biberones.

Reímos un poco al imaginar una escena así.

—Tienes razón, amor. Pero sigo preocupada por el cuidado de la bebé —habla pensativa Isabella—. Hablaré con mi hermana, pero no estoy segura de que pueda ir por sus turnos.

La miro con esperanza, pues si ella logra convencer a mi cuñada, le estaré debiendo un favor gigante a esa mujer.

—Es familia y médica, la niña no podría estar en mejores manos —sigo reflexionando—. Habla con ella por si puede. Mientras tanto, le pediré a Sebastián que tanteé el terreno, pues puede que Noah no acepte a nadie cerca de su hija. No sé qué tipo de pensamiento pueda tener en este momento.

Duele reconocer que de Noah no sé mucho realmente. Puede que la situación sea igual que el malentendido que se presentó con Sebastián y la imagen que tengo de él se encuentre distorsionada.

—Bien, hablaré con ella.

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—¿Qué tal tu noche? —pregunto temprano en la mañana a Sebastián.

—Estoy seguro de que mejor que la tuya —responde serio—. Pero si la pregunta es si la chica llegó sana y salva con su hermano, la respuesta es sí.

Aún no me acostumbro del todo a la forma de ser de Sebastián. Es serio, pero de vez en cuando deja ver destellos de las excentricidades que lo hacen parecer un ser humano normal y la prueba es la foto altamente sugestiva de la chica. Foto que tengo muy bien guardada por razones varias, entre ellas, como seguro adicional al documento firmado.

—Tenemos que hablar urgente de algo, nos vemos en un rato en la oficina.

—¿Es urgente o importante? —pregunta suspicaz.

—Las dos cosas.

—Entonces voy mejor para la casa y de paso saludo al abuelo —dice Sebastián.

Efectivamente, Sebastián llega a casa y puedo comprobar que él estaba al tanto de la situación de Noah y al igual que el abuelo, está dudando en ir solo por cuidarnos. Le he dejado en claro que buscaré la forma de finiquitar el problema con los William, tal y como hice con Yoshua.

—Ellos son diferentes —acota Sebastián—. Ten cuidado, los nexos políticos que tienen son fuertes y pueden perjudicarnos mucho.

—Lo sé, así que en caso de necesidad, usaré el mismo juego de cartas.

—¿La influencia de don Darío Rajoy? —pregunta haciendo mala cara.

—Así es, es una carta que no me gustaría jugar, pero en caso de necesidad tendré que hacerlo.

El señor Darío Rajoy es un miembro ilustre de la sociedad, prominente político ahora, pero un hombre tan peligroso en antaño, que aún ahora muchos en el bajo mundo lo consideran casi una leyenda. Afortunadamente, tiene una deuda que pagar al abuelo y por eso nosotros somos de los pocos de la nueva generación que sabemos de él.


NOTA DE AUTOR:

El señor Darío Rajoy, aparece en mi novela TE DECLARO MÍO, es el padre de Lorena, la protagonista de esa historia.

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