Despierto con el pulso algo acelerado y el cuerpo caliente. Aún tengo somnolencia, y eso me dificulta comprender el motivo por el cual he dejado escapar un jadeo y me siento tan bien de repente.
—Isabella.
Su nombre escapa de mis labios a la vez que levanto la sábana para descubrirla atendiéndome de manera muy diligente. Yo acabo de despertar, pero, por lo que puedo apreciar, mi amigo ahí abajo lleva un rato ya bien despierto y dispuesto.
—Alexander —contesta ella, poniendo cara de inocente y retirando su camisón.
¿Dónde quedó la mujer inocente a quien yo sorprendía? ¿Ahora me hace asaltos sexuales a la madrugada? Sonrío ante ese pensamiento y me encanta. Gatea sobre mí y me besa de forma tan sensual que me deja con ganas de más cuando se aleja. Se acomoda sobre mí y, sin dejarme ingresar, inicia un vaivén lento que genera una deliciosa fricción entre nuestros sexos, casi hasta el punto de ser tortura.
Tomo con firmeza su cadera y la obligo a quedarse quieta por un momento para controlar un poco mis ansias, pues su trabajo inicial estuvo muy bien hecho y necesito contenerme un poco. Muerde su labio inferior a la vez que me mira con tanto deseo que no puedo menos que soltar su cadera y deslizar mis manos hasta sus senos, los cuales aprieto y pellizco con más presión de la usual. Retira mis manos de sus senos y las ubica en sus nalgas. La observo con adoración y curiosidad hasta que se inclina hacia mí y me deja degustar sus pezones cual si fuera un infante hambriento.
Su fantasía y su necesidad en este momento es la mía, así que la dejo ser mientras disfruto todo lo que hacemos. Se encarga de dejarme entrar en ella y su movimiento cada vez más enérgico logra hacer que me corra en tiempo récord.
—Buen día, esposo mío —dice, descansando sobre mi pecho.
—Buen día, esposa mía —respondo, invadido por esa sensación de bienestar que queda después del sexo—. Qué buen despertar, ¿que hice para ganármelo? —pregunto mientras paseo mis dedos por su sedosa espalda.
—Aunque no me estés diciendo los pormenores de todo, me doy cuenta de que te estás esforzando para que la situación mejore, así que solo quiero que inicies el día con la motivación correcta.
—Seguiré esforzándome cada día, créeme.
Los dos soltamos la risa.
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Nuevamente tengo al abuelo en mi oficina, pero, en esta oportunidad, he sido yo quien le pidió venir. Tras desocuparnos de las obligaciones cuadradas para primera hora, me pide que saque del primer cajón del escritorio la libreta roja que me pidió conservar cuando me cedió su oficina.
—Ahí está el número personal del señor Darío Rajoy y el de otras personas influyentes que podrían ser útiles en un futuro —explica una vez que se la alcanzo.
Saca su celular y marca el número lentamente, borrándolo un par de veces hasta que logra marcarlo.
—Cada vez son más complicados estos aparatos —dice para justificarse.
Le ayudo a poner el altavoz para no perderme nada de la conversación. El señor Rajoy contesta al segundo sonido del aparato.
—Señor Rajoy, saludos, soy...
La conversación del abuelo fue larga, pero estuve en todo momento al pendiente de la situación, en espera de que abordaran el tema importante para nosotros. Tras los respectivos saludos y preguntas por el estado de la familia y el pequeño viaje en el tiempo que les acabo de escuchar, por fin llegan al tema que me es de interés: el posible apoyo para combatir a la familia Williams.
—Los Williams son un hueso duro de roer, pero claro que puedo hacer algo —dice el hombre confiado—. Tienen contratos pendientes de firma con el gobierno, creo que para el suministro de raciones de campaña para el ejército. Puedo demorar un poco esa firma. Avísenme si necesitan un poco más de presión, y puede que hasta me entretenga haciéndoles llegar una auditoría sorpresa.
Sonrío al escuchar esas palabras.
—Amigo mío, nunca olvidaré lo que hiciste por mí en aquellos días —sigue hablando el hombre—. Sin tu ayuda posiblemente no habría podido alcanzar mi objetivo, así que mi familia y yo te estamos en deuda. Hablando de familia, ya Lorena está por terminar la universidad y quiero que se fije en un hombre de buena familia, una familia respetable y que la sepan cuidar.
—Podríamos cuadrar una cita con Sebastián —contesta inmediatamente el abuelo—. Sería perfecto.
No puedo creer el giro que da esa conversación y realmente no creo que algo más de lo que sigan hablando pueda llegar a interesarme, pero no puedo evitar sonreír al pensar en Sebastián asistiendo a citas casi a ciegas. Eso es una tontería, estoy seguro de que el abuelo no conseguirá que Sebastián asista a eso, pero aun así, será algo interesante de mirar.
Salgo de la oficina y doy una ronda por la sección en que está Isabella y la encuentro concentrada en una explicación que le están haciendo sobre el uso de un programa, así que doy media vuelta y camino a buscar un café. Estoy seguro de que si la interrumpo en ese momento, me llamará la atención por un montón de razones que para mí son tonterías, pero que para ella son válidas.
Aún falta una hora para que Isabella quede libre para almorzar, así que sin prisa me ubico en una pequeña cafetería de su piso, donde varias personas me miran incrédulos o con nerviosismo, pues no es habitual que me encuentren por aquí tan seguido. Mi celular suena y, al ver el nombre brillando en la pantalla, me preparo para recibir la respuesta.
—Buen día, Alexander —el tono de voz de Austin Williams, contrario al de ayer, es cortante—. Ya he hablado con mi hijo, así que, tal y como te prometí ayer, le voy a poner al corriente de la situación como muestra de respeto a los buenos tratos que hemos tenido hasta el momento.
Con solo eso, ya tengo la respuesta. Si el hombre hubiera decidido solamente cortar la llamada, el tono y la forma en que usó las palabras habrían sido suficientes para saber que está apoyando oficialmente las acciones de su hijo.
—Los términos son los que Antony le expuso ayer en el restaurante, así que tiene ocho días para darnos una respuesta, la cual, por el bien de todos, espero sea positiva.
—Siendo así, señor Williams, puede estar seguro de que tendrá nuestra respuesta antes.
Finalizamos la llamada y vuelvo a tomar camino hacia la oficina en la cual el abuelo sigue con el señor Rajoy en la línea.
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ADICTA A SUS BESOS
RomanceUna mañana, Isabella se despierta en la cama de un desconocido, sin recordar cómo llegó ahí. El hombre a su lado, Alexander, resulta ser un atractivo heredero de una familia poderosa, pero también con un lado oscuro: su abuelo le ha legado un negoci...