Esta mañana abro los ojos cuando Alexander ya está arreglado y casi listo para salir a trabajar. Recibo mi beso mañanero tal y como está estipulado en nuestro convenio verbal y le encimo un abrazo tratando de convencerlo de que vuelva a ser mi almohada. Es su culpa, él me está volviendo una mujer caprichosa y no estoy haciendo nada por impedírselo. Besa mi cuello y, cuando bajo la guardia, de un rápido movimiento escapa de mis brazos para burlarse de mí a una distancia prudente de la cama.
—Debo ir a trabajar y arreglar algunos asuntos que ya son grises —dice con ese brillo pícaro en su rostro— y ya vi tus negras intenciones, así que no me puedo dejar atrapar.
Pongo mi mejor cara de cachorro abandonado, pero parece que es realmente importante lo que tiene que solucionar. Si no, estoy segura de que habría salido victoriosa en esta contienda. Una mueca especial en su rostro me indica que también quiere mimarme, pero aunque la mueca está presente y sus ojos brillan coquetos, sus palabras eliminan mis esperanzas.
—Prometo volver lo más temprano que pueda para consentirte, pero por el momento, eres el principal enemigo que mi trabajo tiene.
Es verdad, así que río por eso. Habría sido feliz solo con una hora más de mimos y así estaría mentalmente preparada para pasar todo el día con el abuelo en el club o donde el pobre hombre quisiera que lo acompañe, pero ni modo.
—Dame cinco minutos, me pongo algo y bajamos a desayunar —digo saltando rápidamente de la cama, tomando un short y una camiseta del cajón, e ingresando al baño.
—No alcanzo a desayunar aquí —escucho que habla junto a la puerta— voy sobre el tiempo.
Abro la puerta ya cambiada (obviamente sin bañarme) y lo encaro decidida.
—No, señor, eso sí que no —me mira incrédulo, pero sigo hablando— mientras estemos los dos en el mismo lugar, vamos a desayunar juntos. No sé cómo vamos a cuadrar la rutina; me despiertas temprano si es necesario, pero eso es lo mínimo que debemos hacer todos los días como pareja.
Mi hermana Sophie es separada, así que cuando terminó con quien fue su marido, lloró mucho y bebimos mucho. Me contó cómo había sido la situación. No habló de malos tratos o golpes, pero sí de muchas otras cosas que ella permitió desde el inicio, las cuales al final ya no pudo soportar y terminaron por matar el sentimiento que la había unido a él. Recuerdo que dijo: "He llegado a dos grandes conclusiones:
1. Si permites algo desde el inicio, tendrás que permitirlo siempre. No lo pongas siempre de primero; hay momentos en que el ser más importante del planeta eres tú.
2. Deben obligarse a compartir tiempo juntos. Si no, puede llegar otra persona y encontrar el tiempo, o hacer que él lo encuentre".
Recuerdo que debatí tanto ese segundo punto, hasta que me lo supo justificar con su propia experiencia: "En ocasiones, él salía temprano a trabajar y yo dormía un poco más porque también llegaba cansada y tarde del trabajo, así que no nos veíamos en todo el día, sino hasta en la noche, y eso cuando se podía, pues lo mismo, en ocasiones el trabajo de uno o del otro se extendía. Y cuando me di cuenta, terminé con un roomie con el cual prácticamente no hablaba y tenía sexo de manera esporádica y cada vez de menor calidad".
Fue triste escuchar eso y no quiero que algo así nos pase. Mi hermana es solo cuatro años mayor que yo, es linda y muy lista, así que si a ella le pasó eso, con más razón yo debo cuidarme.
—Pero no alcanzo... —empieza a hablar, pero tomo su mano y lo halo tomando rumbo a la cocina.
—Llama a quien tengas que llamar y que te esperen diez minutos más, eso no mata a nadie, y si quieres me echas la culpa —no lo escucho decir nada.
Suelto su mano al llegar a la cocina, donde las dos mujeres que están en el lugar nos miran con asombro mientras Alexander se ubica en una de las butacas de una barra. Parece que una de las mujeres sale de su estupor, reaccionando cuando mira que estoy sirviendo dos tazas de café. Mientras lo hago, miro disimuladamente a Alexander, quien está tecleando en su celular.
Supongo que al menos esto sí lo gané. Ahora sí, saludo a las dos mujeres debidamente y les pregunto si hay algo que podamos comer de manera rápida. Ya tenían fruta picada y me parece excelente. Fruta picada, queso y yogur. No es el mejor desayuno del mundo, no es suficiente para resistir toda una mañana de trabajo, pero sí le dará energía suficiente hasta que pueda comer algo mejor. Comemos rápidamente en esa barra, le enderezo la corbata, indago sobre qué es "llegar temprano" para él y, tras otro beso, por fin lo dejo marcharse.
Lo veo alejarse. Por primera vez desde que nos casamos, paso el día lejos de Alexander y, aunque creo que es algo tonto sentir esto, lo extraño. Es como si se hubiera metido bajo mi piel y necesitara de la luz de su sonrisa para hacer algunas cosas con entusiasmo. Las risitas poco disimuladas de las dos mujeres me traen de regreso a la realidad. Fueron espectadoras del bochornoso momento en que quedé embelesada mirándolo.
¡Patética! Así sueno y me veo. Vuelvo a llenar mi vaso de café, indago por el abuelo y me sorprendo al escucharlas decir que el señor Juan Armando ya desayunó.
—El señor siempre ha desayunado muy temprano —me sorprende la voz de la señora Emma a mi espalda— desde la época de la señora. Ella tampoco lo dejaba salir a trabajar sin desayunar.
—Tienes muchas historias que contarme —contesto a la mujer tras saludarla.
—Aunque son muchas más las que no puedo contar —dice tras soltar unas cuantas carcajadas.
Salgo de la cocina con dirección a nuestra habitación para por fin bañarme y arreglarme debidamente. Sé que hoy será un largo día.
ESTÁS LEYENDO
ADICTA A SUS BESOS
RomanceUna mañana, Isabella se despierta en la cama de un desconocido, sin recordar cómo llegó ahí. El hombre a su lado, Alexander, resulta ser un atractivo heredero de una familia poderosa, pero también con un lado oscuro: su abuelo le ha legado un negoci...