Tengo mucha sed, los labios resecos y un dolor en el pecho. Trato de abrir los ojos, pero los párpados me pesan y, poco a poco, empiezo a adquirir conciencia de otras cosas. Un incómodo sonido electrónico de fondo, el olor a medicamento y lejía, y de pronto recuerdo lo que pasó: fui herido. Fuimos citados para negociar un traslado grande, por eso debía ir yo a una parte específica y reunirme con Yoshua Ben Gion, pero en el camino fuimos emboscados.
Todo sucedió tan rápido que incluso yo no estoy seguro de todo lo que pasó. Creo que fue cuestión de los dos minutos más largos en toda mi existencia. El vehículo blindado frenó en seco cuando un coche cambió repentinamente de carril y se vino de frente hacia nosotros. Fue como ver una de esas películas de acción en las cuales, en el último segundo, el experto piloto hace derrapar el vehículo terminando de lado para poder sacar las armas por las ventanas o abrir la puerta.
La vía estaba vacía, afortunadamente, pero eso mismo fue lo que permitió a esos imbéciles moverse con la libertad con que lo hicieron. Salieron del vehículo de forma rápida y dispararon contra el nuestro, cuyo nivel de blindaje, afortunadamente, nos ofreció una buena protección, pero que inevitablemente habría terminado cediendo de no ser por las dos motos que siempre están de respaldo y que hicieron replegarse de manera momentánea a los atacantes.
Ese lapso de tiempo permitió a mis hombres salir del vehículo y tomar posiciones de defensa. Debo confesar que, aunque he recibido amenazas muchas veces, nunca había estado en un atentado real; siempre se había podido detectar la treta o desactivar el dispositivo, que es lo que normalmente usan. No suelo llevar armas conmigo, pero siempre hay una en el vehículo, así que me pareció absurdo mantenerme escondido y quise ayudar pese a las indicaciones de Roberto de quedarme en el coche.
Vi morir a mi conductor y a Roberto herido en el suelo. Nos superaban en número, más el factor sorpresa que usaron, y me creí perdido cuando un sujeto se acercó lo suficiente para disparar en repetidas ocasiones a mi pecho. Si no hubiera tenido puesto el chaleco antibalas, ese habría sido mi fin, pero justo cuando la bala logró atravesar la protección, escuché la llegada de otro vehículo y es lo último que recuerdo.
Logro por fin abrir los ojos y me encuentro con Isabella durmiendo con la cabeza incómodamente recostada en la cama en que estoy. Nunca fue mi intención que ella se preocupara por mí y, aun así, lo conseguí de forma magistral. Aun no sé si me ama, puede que esté aquí solo por compromiso, ese compromiso que ella respeta tanto solo por haber sido oficiado por un cura, pero la verdad es que, sea cual sea el motivo, está aquí a mi lado y, aunque eso me hace sentir bien por un lado, por el otro me muestra que la metí en medio de algo que ella no debería estar viviendo.
La observo y desearía tener en este momento la fuerza suficiente como para recostarla en mi pecho para descansar. Su calor y suavidad es lo único que necesito para descansar. Infortunadamente, mi cuerpo no opina lo mismo que yo. Tengo cubierta una parte del pecho y mover los brazos me causa dolor, sobre todo el izquierdo. Estoy seguro de que la última bala me alcanzó, pero las otras fueron contenidas por el chaleco, el cual absorbió eficientemente los impactos, pero me dejó lastimada la piel y los huesos de la zona que recibió los impactos.
Sus ojos se abren y me descubre acariciándola con la mirada y veo en su rostro algo que me acelera de verdad el corazón. Su preocupación por mí es genuina.
—Hola, amor —digo con dificultad ante lo seca que siento la garganta.
Llega hasta mí y, al juntar nuestras frentes, me hace sentir que estamos conectados. No me deja hablar y tal vez sea mejor así, no estoy seguro de qué decir y podría dañar el momento.
—Dormiste demasiado, me estabas asustando —vuelve a poner su dedo en mis labios, así que los beso, siendo eso lo único que puedo hacer. Me sonríe antes de excusarse e ir por el médico, regalándome una mirada llorosa de alivio antes de salir.
El abuelo y el tío Ronald están aquí, apoyándome y apoyando a Isabella. Junto a ella, de manera intermitente, están una chica rubia de cabello largo a quien ya identifico como Cloe, su mejor amiga, y mi cuñada Sophie. Isabella y Sophie tienen mucho parecido físico, pero mi Isabella es de apariencia mucho más dulce, sin decir que mi cuñada no lo sea, es que no sé cómo decirlo... Sophie es más alta, mucho más mujer fatal y con la mirada más fría. Tal vez sea porque está acostumbrada a ver sangre y gente sufriendo, pero se ve mucho menos vulnerable que mi Isabella.
Cuando por fin logro hacer que Isabella se vaya a descansar, puedo hablar con el abuelo y el tío para contarles lo sucedido. Ellos estaban ansiosos por escucharme y validar lo que se va a hacer.
—No puedo tomar el control públicamente yo —dice el abuelo explicando el motivo por el cual le cedió temporalmente el poder total a Sebastián—. Todos saben que te elegí a ti como sucesor y que me estoy apartando; si vuelvo a aparecer, sospecharán que algo raro pasa y a los que orquestaron su ataque les estaremos confirmando que estás herido o incluso creerán que alcanzaron su objetivo.
—Tampoco puedo tomar el liderazgo yo —dice mi tío Ronald—. Nunca he deseado ese cargo, nunca lo tuve antes, así que no tendría lógica que me encomendaras alguna misión teniendo a Sebastián contigo y a quien ya le has encomendado misiones, hecho que es sabido por todos.
Eso es verdad. Después de la intervención de Sebastián, muchos pagos pequeños empezaron a llegar y cuadramos cuentas. No tengo forma de refutar esa elección sin importar el tipo de dudas que tenga con respecto a la lealtad o intenciones de mi primo. No tengo evidencia contundente para acusarlo de algo tan grave como es la traición al interior de la familia.
—Lo que nos estás contando coincide con los reportes que nos dio Sebastián. Es un alivio que hubiera alcanzado a llegar a tiempo, si Isabella no lo hubiera alertado —presto especial atención, pues el hecho de que Sebastián hubiera ido en mi ayuda debilita mi suposición de que me quiere fuera para tener el poder.
—¿Fue Sebastián quien llegó a ayudarme? —trato de confirmar sus palabras.
Le sería más fácil tomar el control sabiendo que, sin querer, alguien más está haciendo el trabajo sucio por él, ¿por qué me rescataría?
—Así es, Isabella alcanzó a contactarlo antes de que fuera fatal.
Luego me contaron de las amenazas que estuvo recibiendo Isabella sin ella saber que eso eran amenazas y se hace evidente que no puedo trazar más nuestra conversación.
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ADICTA A SUS BESOS
RomanceUna mañana, Isabella se despierta en la cama de un desconocido, sin recordar cómo llegó ahí. El hombre a su lado, Alexander, resulta ser un atractivo heredero de una familia poderosa, pero también con un lado oscuro: su abuelo le ha legado un negoci...