La comida es deliciosa, pero aun así, como poco. Tomamos mucho líquido y hablamos un momento de cosas básicas: color favorito, música que nos gusta, si nos gustan los perros o los gatos, cosas así. Supongo que eso quiere decir que los ánimos de su cuerpo ya se enfriaron un poco y eso me hace sentir mejor.
Entro al baño y me cepillo, pero, estando ahí, llegan a mi mente algunas escenas con mis ex. Por alguna razón, estando solos y aunque fueron inicialmente buenos conmigo, nunca fui capaz de llegar hasta el final con ellos. No me hacían sentir lo que siento con Alexander, así que, tras varios besos, sus cuerpos se calentaban y animaban, pero el mío no. Ese siempre fue el motivo de nuestras peleas y posterior fin de la relación.
Por experiencia, sé que un hombre se frustra cuando deben parar todo estando su cuerpo muy excitado, así que me sorprende un poco que Alexander no se ponga agresivo conmigo por eso. Lo he sentido muy excitado dos veces y, cuando me he alejado, lo ha aceptado sin tratar de forzarme.
Salgo del baño y lo encuentro en el balcón. La serie está pausada, el blackout está levantado y parece que acaba de olvidar la escena candente de hace un momento. Miro en la misma dirección que él y me recuesto en la baranda. Tiene un cigarrillo entre los dedos y debo confesar que no me gusta eso. Anoche fumó, pero fue uno solo, así que me quedé callada, pero no me agrada que lo haga, menos en nuestra habitación.
Termina el cigarrillo y se acerca con marcada intención de abrazarme, pero freno su avance con una mano en su pecho.
—No, no, no —le digo arrugando la nariz—. No me agrada el olor a cigarrillo, ve y cepíllate.
Me mira sorprendido, pero hace lo que le pido.
—No me agrada el olor a cigarrillo, por favor, no fumes cerca de mí —le digo, por fin aceptando su beso cuando regresa.
—Bien —responde como si nada—, puedo contenerme cerca de ti.
Estamos abrazados en el balcón, una suave brisa con olor a sal nos golpea y se siente agradable. El silencio es un compañero fiel del momento y, ante la atmósfera relajada, no puedo evitar decir algo que tengo atrapado entre pecho y espalda desde hace ya un rato.
—No me dejas ir, pero tampoco eres un patán conmigo y, sobre todo, no me he sentido presionada o forzada a que tengamos intimidad, aunque lo que buscas es un hijo. No te entiendo, Alexander.
Unos cuantos segundos pasan antes de obtener mi respuesta.
—No lo recuerdas, pero te hice una promesa, Isabella. Te prometí tratarte bien y tratar de hacer que tuvieras un beneficio de esta relación. Luego, las promesas crecieron y también te prometí respeto —toma mi rostro para que lo mire antes de seguir hablando—. Yo cumplo mis promesas; son, quizás, la base para muchas cosas en mi vida, incluyendo los negocios.
—De alguna forma, ¿esto es parte de un negocio? —pregunto, tratando de encajar esto.
—No va a sonar romántico, pero en parte sí. Después te explicaré esa parte, pero por el momento...
Me besa de forma lenta y sus manos buscan mi cintura bajo la camisa. Poco a poco, mi voluntad deja de ser mía para fusionarse con los deseos de aquel hombre que, con sus besos, genera sensaciones deliciosas en mí. Mi camisa va subiendo hasta que levanto dócilmente los brazos y él la termina de retirar. Mis manos tratan de imitar su acción anterior, pero realmente es él quien termina de retirar su camiseta para que acompañe a la mía en el suelo.
—Vamos adentro —digo tras un jadeo que escapa de mis labios—, alguien podría vernos.
—Nadie podría vernos —dice tomándome en brazos y llevándome hasta la cama—, estamos en el piso más alto del edificio más alto de esta isla. Pero no te preocupes, hoy no planeaba que pasara nada más ahí.
Es verdad, pero no por eso se siente correcto estar en un momento íntimo casi a la intemperie; incluso ahora me siento extraña con el blackout arriba. Sus labios no han dejado de recorrer mi piel y sus hábiles manos retiran sin dificultad mi pantalón deportivo.
—Eres muy sexy —dice, regalándome una mirada cargada de deseo e imponiendo su cuerpo sobre el mío.
Mis dedos recorren los músculos de su espalda y delinean su pecho, sintiendo cómo su piel se calienta más a cada momento. El roce de mi piel contra la suya es delicioso y creo que, si estuviera un poco más en mis cabales, me habría avergonzado del tono de los sonidos que salen de mi boca y de la frecuencia con que arqueo mi espalda para invitarlo a continuar con su tarea. Mis dedos, ahora enredados en su cabello, lo acompañan por aquel recorrido que inicia en mis labios, se desliza por mi cuello y se detiene al llegar a mis senos, los cuales, sin ningún tapujo, libera de su prisión de encaje.
No sentí su mano pelear con el broche de la prenda, pero definitivamente pudo hacerlo con una sola mano, y la sorpresa es tanta que, al sentir libres mis senos, una de mis manos se mueve automáticamente a taparlos. Su mirada se centra en la mía, casi como si estuviera pidiendo permiso para lo que quiere hacer. Muerde su labio inferior y vuelve a subir a mis labios, como sabiendo que esa es la llave de entrada para todo lo que él quiera y desee conmigo.
Mi mano abandona mis senos para ser reemplazada por la suya en uno de ellos. Mis pezones son consentidos con cierta presión y los siento tan duros que estoy segura de que podrían verse a través de dos o tres prendas si no tuviera brasier. Sus labios reemplazan a sus manos en la tarea de consentir mis senos y juro que, si su cuerpo me lo hubiera permitido, habría cerrado con fuerza mis piernas para contener la humedad palpitante que siento se acumula ahí.
—Alexander —su nombre sale casi suplicante de mis labios, y es ahí cuando siento que realmente todo se sale de control.
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ADICTA A SUS BESOS
RomanceUna mañana, Isabella se despierta en la cama de un desconocido, sin recordar cómo llegó ahí. El hombre a su lado, Alexander, resulta ser un atractivo heredero de una familia poderosa, pero también con un lado oscuro: su abuelo le ha legado un negoci...