No hay forma sencilla ni segura de tener esta conversación, así que solo dejaré que todo fluya. Hemos terminado el tinto, arreglado para bajar a desayunar y luego iremos al jardín a conversar. El abuelo insiste en llevar a Isabella al club en los próximos días para presumirla, y esa me parece una idea muy buena, pues estando con él y en esta casa, ella no correrá peligro y de paso el viejo será feliz.
Tomo su mano y vamos hasta el jardín, sentándonos junto a una pequeña fuente rodeados de tulipanes. Esas eran las flores preferidas de la abuela, así que el abuelo se encarga de mantenerlas lo mejor posible.
—Mañana debo ingresar a trabajar nuevamente, Isabella, y nuestra dinámica va a cambiar mucho. Por eso es necesario que tengamos esta plática.
—Por lo menos tú tienes una rutina desde mañana. Yo ya no tengo trabajo ni puedo volver a la universidad —ese es un ataque que merezco—. No tengo problema con acompañar al abuelo al club, pero no puedo solo hacer eso todo el día o todos los días; necesito trabajar.
—Puedes trabajar en la constructora —digo, ilusionado con que ella acepte—. Aprenderás muy pronto, estoy seguro. Solo necesito que me digas qué área te gustaría liderar y listo.
Me mira con espanto cuando digo eso último.
—Aún me falta un semestre para terminar mi carrera y, además, no tengo experiencia en ese tipo de empresas. No he sido jefa de un área, no puedo hacer algo como eso.
—No deberías preocuparte por eso. Me encargaré de que alguien te enseñe, te acompañe todo el trayecto hasta que estés completamente capacitada para el cargo. Además —digo, orgulloso—, eres mi esposa. Lo más lógico es que cuando termines la carrera trabajes en alguna de nuestras empresas, no que busques trabajo por fuera.
Esta parte de la conversación fue fácil. Isabella no aceptó ser líder de nada, pero sí ser auxiliar en un área que a mí, en lo personal, no se me habría ocurrido: Gestión Humana. Quería que nadie supiera que era mi esposa, pero ya le he sacado esa idea absurda de la cabeza, pues parece que había olvidado que salimos en revistas y en varios programas de chismes en TV. Siendo así, ya sabe que desde pasado mañana, con el abuelo y con la asesoría de Roberto, iniciará a organizar su esquema de seguridad.
Iniciará a trabajar en cuanto solucionemos el tema de la universidad.
Creo que estoy manejando esto muy bien. He tratado de mostrarme sereno para no asustarla. Decidí que le contaré las cosas de manera gradual y mediré sus reacciones para saber si está lista para la siguiente noticia. Solté primero datos pequeños como su rutina y seguridad.
—¿Tendrán que acompañarme a todos lados? —pregunta, un poco incómoda.
—Temo que sí. Ellos incluso estuvieron en nuestra luna de miel. Son muy discretos; se les paga bien por eso —mi respuesta no es que le guste mucho, pero tampoco refuta—. Ellos no son solo seguridad física; incluso te cuidan de los paparazzi. Esa gente es una peste y la foto que publicarán será siempre la peor: en la que estás de mal genio, bostezando, despeinada. Créeme, la van a sacar de contexto para convertirla en un hecho interesante.
Su ceño se frunce y sé que di en el clavo con eso.
—Prometí ver a mamá en cuanto pudiera. Vamos a ir a visitarla. ¿Cuándo le digo que podemos ir?
—Esta tarde, si quieres —respondo convencido, pues después tendré menos tiempo—. Invítala a cenar al restaurante que elijas, dile que pasamos por ella a recogerla y, si quieres, de una vez a tus hermanos.
—No, a mis hermanos no —dice de una—. Primero mamá solita, luego a mis hermanos.
La miro sin entender eso, así que ella aclara.
—Mamá es algo temperamental, la reina del drama, así que ella sola podría ser difícil. No me gustaría sumarle a mis hermanos.
No creo que eso sea práctico, pero es su familia y ella la comprende.
—Bien, creo que por el momento tenemos solo otro tema a tratar y es la casa.
Me mira ahora con ojitos de perrito triste y abro los ojos de manera desmedida al comprender lo que eso significa.
—No, Isabella, no puedes ceder ante el abuelo. Está bien vivir aquí una temporada; puede que volvamos a analizar el tema a futuro cuando tengamos hijos, pero ahora no.
Es demasiado sensible y ya le está dando pesar del abuelo. Mientras contesté un par de llamadas y los dejé solos, el abuelo aprovechó para meterse en la cabeza de Isabella e influir.
—Está solo y es muy viejito.
—Pero no está solo, hay mucha gente a su alrededor. Además, te estabas quejando por no haber decorado tú misma el apartamento a tu gusto; ahora esta casa tampoco es del gusto de ninguno de los dos.
Me lanza una mirada asesina que no me había lanzado antes.
—Mi motivo principal no fue que no me gustara la decoración. ¿Cómo no puedes entenderlo todavía?
¡Idiota! ¿Cómo voy a decir eso?
—Lo sé, disculpa —digo, tomando sus manos—. Pero somos recién casados y quiero que vivamos solos. Quiero que el lugar sea nuestro. Quiero que hagamos el amor en la cocina o en la sala si es que queremos. Quiero que pongamos música a volumen alto sin que incomodemos a alguien. Quiero... —mis labios son acallados con un beso.
—Entendí —me sonríe con dulzura—. Yo también quiero eso, es solo que me da pena con él. Pero tal vez podamos encontrar una solución, una manera de atenuarle las cosas al pobre hombre.
—¿Cuál pobre hombre? —No entiendo del todo lo que le dijo el abuelo mientras no estuve.
—Claro que sí, es un pobre hombre. Creó una empresa para el bienestar de su familia. Ahora todos están tan ocupados trabajando en esa empresa que a duras penas lo visitan, y para rematar, su esposa falleció. Este no era su sueño a esta edad —vaya teatrito el que le armó. Pero si él nos obliga a venir seguido a verlo...
Manipulador, eso es lo que es ese hombre.
—Algo se me ocurrirá para estar con mi mujer a gusto —luego sonrío ante la idea que pasa por mi cabeza y saca una carcajada de Isabella.
—Conozco esa cara. ¿Qué locura estás pensando, Alexander? —sus ojos están muy abiertos y se ve realmente expectante a lo que voy a decir.
—Nada loco. Solo pensaba en que si este lugar nos restringe mientras encontramos una solución, tendremos que ser creativos y darnos nuestras escapadas de vez en cuando.
—¿Nuestras escapadas? —pregunta, pareciéndome muy linda su expresión, además de encantarme la idea de presentarle ese tipo de lugares.
—Conocerás un motel.
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ADICTA A SUS BESOS
RomanceUna mañana, Isabella se despierta en la cama de un desconocido, sin recordar cómo llegó ahí. El hombre a su lado, Alexander, resulta ser un atractivo heredero de una familia poderosa, pero también con un lado oscuro: su abuelo le ha legado un negoci...