No es real, Isabella, no es real. Solo has decidido pasar ratos espectaculares con este hombre y tratar de sacar la mayor ventaja de esta situación. Todo en él es un espejismo; en realidad, es un mal hombre. Me repito mentalmente esas palabras una y otra vez mientras caminamos hasta el hotel. La recepcionista, al igual que varias auxiliares, trata de disimular delante de mí, pero es evidente que se les cae la baba por él cada vez que pasa.
¿Cómo culparlas? La primera vez que lo vi, pensé que mi imaginación lo había sacado de alguna revista de moda. Soy consciente de que mi "marido" es increíblemente atractivo. No puedo creer que esté aquí con él. Lo miro y no entiendo por qué un hombre como él hizo lo que hizo. Tengo mucha curiosidad por saber qué pasó con la mujer cuya ropa usé el primer día. Aún no me atrevo a tocar ese tema, pero sé que eventualmente me enteraré.
—Deberíamos comer algo antes de subir a la habitación —digo, cansada por todas las actividades del día y la cantidad de sol recibida—. Estoy segura de que una vez que me duche, la cama gritará mi nombre y no tendré energías para volver a salir de ella.
—Pero estamos llenos de arena —dice Alexander—. Si no quieres salir, pidamos servicio a la habitación.
—No, eso es más demorado. Yo quiero comer algo ligero y luego descansar —digo haciendo un puchero.
Recuerdo su primera elección de restaurante en el centro comercial y posteriormente su cara cuando le dije que aquí en la isla comeríamos algo en la calle. Alexander no es alguien normalmente quisquilloso, pero está acostumbrado a las comidas finas, elaboradas. Así que creo que se incomoda un poco cuando le hablo de comidas ligeras o alimentos sencillos en lugares en los cuales no confía.
No estoy segura del porqué, pero si él es quien tiene la sartén por el mango, termina cediendo a todo lo que le pido.
—Bien —dice por fin, y vamos hacia el restaurante del hotel.
Afortunadamente, aún había comida bufet, y pudimos comer algo rápido y subir a la habitación a descansar. Necesito retirar toda la arena que queda adherida a mi cuerpo y enredada en mi cabello, así que siento mucho alivio cuando al fin puedo darme una ducha.
—Tu turno —digo, saliendo del baño con una toalla en la cabeza y un tarro de crema hidratante en las manos.
Alexander no se hace de rogar. Entra al baño y, en cuestión de cinco minutos, ya está afuera. Ventajas de ser hombre, supongo; no tienen que pelear con el cabello para lavarlo ni desenredarlo. Cuando sale, yo ya estoy aplicándome crema en la cara. No soy maniática del cuidado, pero la cantidad de sol, viento y agua salada que hemos disfrutado hoy lo amerita.
Sale del baño con solo una pantaloneta puesta y se lanza boca abajo en la cama, ocupándola en diagonal.
—Da la vuelta, necesitamos hidratarte —digo, acercándome a él con dos cremas en las manos—. Cara y cuerpo, si no te verás terrible en unos años.
Alexander gira y yo me siento a su lado, destapando primero la crema para la cara.
—Se siente frío —dice una vez que empiezo a aplicarle la crema en el rostro.
Tiene los ojos cerrados y parece que está disfrutando de lo que hago. Mis dedos recorren su rostro, permitiéndome disfrutar de él. Todo se siente apacible, como si trajéramos con nosotros parte de la sensación que nos dejó mirar el ocaso en la playa. Por alguna razón, ese pequeño instante se sintió mágico. No fue sexual, no fueron palabras, fue otra cosa, aunque no sé qué.
Repaso una última vez su rostro con la yema de mis dedos y el impulso de besarlo me asalta. Teóricamente, puedo hacerlo cuando quiera; es mío, por la razón que sea, es mío, ¿verdad? No todo puede ser cuando él quiera, también puede ser cuando yo quiera. Paso mis dedos por sus labios y luego me inclino sobre él y los rozo con los míos.
Responde a mi beso y, con un ágil movimiento, hace que quede encima suyo con mis rodillas a cada lado de su cadera. Él está sentado y me mira de manera intensa, con deseo.
—¿Dijiste algo de hidratar mi cuerpo? —dice, besando mi cuello y rozando su nariz en él—. Hueles muy bien.
Me estiro para tomar el tarro de crema y aplico un poco en mis manos. Sigo sobre él, solo que ahora lo que estoy haciendo se siente demasiado sugestivo. Esa no era mi intención inicial, pero se siente morbosamente bien. Mis manos recorren sus músculos, repartiendo la crema de manera uniforme y dejando un pequeño brillo en el trayecto hasta que la piel la absorbe por completo. Sus brazos, su pecho, su cuello... y a medida que lo hago, sin necesidad de que él haga algo, siento que me estoy humedeciendo.
—Gira —le indico para que se acueste boca abajo en la cama.
Continúo con la tarea, ratificando que me gusta lo que estoy haciendo. Mis manos recorren los firmes músculos de su espalda y, sin darme cuenta, me descubro inclinada hacia él, besando su nuca y mordiendo levemente el lóbulo de su oreja. Mis manos no se detienen, siguen apretando su carne y disfrutando la agradable sensación que ofrece la crema para deslizarme sobre su piel.
Alexander tiene los ojos cerrados, pero un sonido bajo es emitido por su garganta y su movimiento suave de cadera me hace saber que está tan excitado como yo. Quiero sexo, definitivamente quiero hacer el amor con este hombre. ¿Amor? Sacudo mi cabeza y espanto ese pensamiento rápidamente. No puedo llamar a esto amor, quizás instinto de supervivencia o locura, pero no amor.
La luz de la habitación está encendida y eso me genera un poco de vergüenza, pero al analizarlo sé que es tonto y no pienso alejarme en este momento de este hombre solo por apagar ese bombillo. Me quito la camisa de dormir, la dejo a un lado en el suelo y me inclino sobre la espalda de Alexander, permitiendo que mis pezones rocen su espalda y se endurezcan con el roce. Mis dedos se enredan en su cabello y halan su cabeza hacia atrás, buscando que me dé más acceso a su cuello desde atrás.
Mi juego dura poco, pues sus ganas se confabulan con su fuerza y unos segundos después estamos en otra posición.
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ADICTA A SUS BESOS
RomanceUna mañana, Isabella se despierta en la cama de un desconocido, sin recordar cómo llegó ahí. El hombre a su lado, Alexander, resulta ser un atractivo heredero de una familia poderosa, pero también con un lado oscuro: su abuelo le ha legado un negoci...