24. Y UNA SEGUNDA VEZ...

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Isabella acaba de entregarse a mí y ahora no hay forma en que la pueda dejar ir. No es solo el hecho de las condiciones impuestas por el abuelo, ni que me guste físicamente, sino que no hay forma en que pueda dejar ir el tipo de dulzura que me muestra. Estoy agotado, pero ella lo está mucho más; eso es algo que salta a la vista y me agrada.

Es como haber desempacado y jugado con un nuevo juguete. Terminaste de jugar, pero sigues ansioso por volver a hacerlo. Espero que el esfuerzo que he hecho por controlarme realmente valiera la pena. Necesito ser un maldito príncipe este mes para poder mostrar una relación sólida al abuelo, así que estoy usando todo cliché tonto que llega a mi mente, cortesía de las innumerables películas de comedia romántica que he tenido que ver en la vida (obviamente no por mi elección).

Observo nuestros cuerpos y definitivamente necesitamos un baño. Me habría gustado dejarla descansar un poco, pero no basta con limpiar de su vientre mi semilla; ha sido inevitable que tanto en la cama como en nuestros cuerpos queden evidencias de que esta ha sido su primera vez. La sangre es en definitiva muy escandalosa.

Voy hasta el baño y lleno por primera vez este jacuzzi, graduando su temperatura para que esté tibia para nosotros. Llamo a servicio a la habitación y pido que la mucama pase, realice un cambio de tendidos y nos traiga mecato para comer. No estoy seguro de qué es exactamente lo que le gusta a Isabella, pero lo que sí sé es que no es amiga de las cosas tan sanas siempre, así que pido un poco de todo.

—Isabella, Isabella —la despierto con suavidad—, vamos, necesitamos un baño.

Sus ojos se abren mostrándome lo somnolienta que está.

—Lo sé, pero no me quiero mover —vuelve a cerrar los ojos.

La sábana está medio cubriendo su cuerpo. No sé en qué momento se envolvió en ella, pero en definitiva prefiero verla desnuda.

—No te muevas, yo te baño —quito la sábana y la tomo en brazos para ir hasta el baño.

Su sorpresa es mucha y su primer impulso es agarrarse fuerte a mí para no caerse... como si eso pudiera pasar.

—Alexander —me regaña, y creo que espanto su sueño con eso.

No puedo evitar reírme, pero sigo con ella en brazos y la dejo sobre el mueble del lavamanos mientras compruebo la temperatura del agua. Al girar hacia ella, está completamente roja nuevamente y tiene los ojos cerrados. Acabamos de tener sexo y, aun así, le da vergüenza verme desnudo.

—Vamos, es hora del baño —digo levantando su rostro y besando sus labios.

Me quedo besando sus labios y separo sus piernas para estar cómodamente cerca de ella. Me responde el beso e, infortunadamente para ella, solo eso necesito para que mi cuerpo se entusiasme nuevamente. Me regaño mentalmente; no quiero lastimarla, decidí que la trataría bien y no pecar en excesos con ella, pero es tan difícil cuando todo en ella no hace más que tentarme.

—Tienes razón, necesitamos el baño —dice tratando de escapar de mis brazos, pero no la dejo.

—Dije que yo te bañaría —la bajo del mueble y la guío hasta la regadera para que nos demos una ducha rápida.

—Yo puedo hacerlo —dice abriendo la llave al máximo y metiendo todo su cuerpo bajo el chorro.

Sigue evitando mirarme. Tomo su shampoo y se lo aplico.

—¿Lo estoy haciendo bien? —pregunto mientras masajeo su cabeza.

—Sí —responde perdiendo el ritmo que llevaba con el jabón de baño.

Sonrío, es dulce, demasiado transparente. Le gusta que la toque, lo disfruta tanto o más que yo; el tipo de conexión que sentimos es increíble, sobre todo cuando nos besamos.

—Te ayudo a enjuagar y entra al jacuzzi, te aseguro que te ayudará a relajarte.

Dócilmente se deja ayudar y sigue mis instrucciones. Mientras tanto, yo aprovecho para limpiar mi cuerpo y la sigo. La temperatura del agua está perfecta y parece que realmente Isabella la está disfrutando. La miro y no tengo queja, fuera de las ganas locas que tengo de volver a tener sexo con ella.

—Te dije que te gustaría —digo llegando junto a ella, halándola para sentarla en medio de mis piernas y haciendo que se recueste en mi pecho.

—Es verdad, me gusta —responde, tras lo cual mis manos juguetean con sus senos y vuelvo a sentirlos duros en mis manos—. Alexander, no deberíamos aún —dice con voz suave.

—Yo solo estoy consintiendo a mi esposa —digo en su oído—, a la única mujer a la que legalmente puedo consentir y llamar mía.

Muerdo el lóbulo de su oreja y beso y lamo su cuello mientras una de mis manos se cuela a consentir rítmicamente entre sus piernas. Sus jadeos parecen hacer eco entre estas paredes y eso me excita más.

—Eres malditamente sexy, Isabella. Siente cómo me tienes —digo haciendo que sienta mi erección pegada a su espalda baja.

El volumen de sus jadeos se intensifica y estar en ella nuevamente se ha vuelto una necesidad. Así que no me contengo más y la giro para que quedemos frente a frente y, tras apoderarme de sus labios, vuelvo y la hago mía. Toda ella es una mezcla que altera mis sentidos; es lo que veo, su olor, sus sonidos, su sabor, su tacto, toda ella.

Sus paredes se contraen y me aprietan de tal manera que generan mi orgasmo y poco faltó para venirme en ella. Sus piernas alrededor de mi cintura estuvieron a punto de hacer que perdiera el control de la situación y que pudiera dejarla embarazada.

—Vamos a tener que tomar medidas, Isabella —digo recostando mi frente en la de ella—. No quiero que quedes embarazada en plena luna de miel; tenemos algo de tiempo para eso, aprovechémoslo.

Isabella está jadeante y su mirada no muestra reproche por lo que acabamos de hacer.

—Ese "aprovechémoslo" quiere decir que vamos a tener tanto sexo como podamos, ¿verdad?

Río ante sus palabras, pues es verdad que mi imaginación está corriendo creando una cantidad de escenarios increíbles y poses en las cuales estar con esta mujer.

—¿No te está gustando? —pregunto seguro de la respuesta.

—Claro que sí —queda recostada en mi pecho para que la abrace—. Solo recuerda asegurarte de que yo sea la única.

ADICTA A SUS BESOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora