60. NUEVO RESPETO POR SEBASTIAN

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La música que escucha Sebastián es espantosa y me es difícil contenerme para no quitarla. No es ni español ni inglés; creo que es japonés o coreano, no estoy seguro.

—No puedo creer que a un grandulón como tú le sigan gustando esas cosas —me fulmina con la mirada.

—Ya estás advertido, es mi auto, mi música —río al imaginar que todavía mira anime—. Además, no te imaginas lo didáctico que es. La cantidad de ideas que me genera ver eso es increíble —ahí se me borra la sonrisa.

Ahora que lo recuerdo, la mayoría de los animes que miraba Sebastián en la adolescencia tenían muchas escenas de sangre y tortura, así que puede que eso influyera en su predisposición a realizar los ajustes de cuentas de la familia. Ese pensamiento me hizo saltar a otro tema que debo abordar: los ajustes de cuentas de la familia.

Solo he pedido ayuda a Sebastián una vez para eso, pero sé que el abuelo le asignaba muchas tareas fuera de las normales de su negocio, lo que hacía que compartieran tiempo extra incluso antes de que Noah se fuera. Creo que Isabella tiene razón, debo hablar con él, pues todo puede ser producto de mis ganas de demostrarle al abuelo que soy mejor que los demás y retribuirle de alguna forma el cuidado especial que ha tenido conmigo al terminar de criarme.

—Ya casi llegamos, déjame hablar a mí.

Miro por la ventanilla y constato que no estamos en una buena zona. Algunos jóvenes detienen sus actividades y se quedan mirando el vehículo de Sebastián. Supongo que no ven vehículos de gama alta seguido por aquí, o que si los ven, solo pueden significar dos cosas: acaba de llegar una presa fácil que está perdida, o es un duro. Agradezco que seamos lo segundo.

Observo el espejo lateral y no veo que nadie nos siga.

—¿Dónde está tu escolta? No los he visto en todo el camino —pregunto, algo inquieto por eso o por lo que la falta de la misma pueda significar.

Un escalofrío recorre mi columna al darme cuenta de que estoy en un mal lugar y que puede que Sebastián me esté trayendo a una trampa, un lugar donde solo me arroje del vehículo y la comunidad haga el trabajo sucio por él a tan solo tres pesos. Y pum, coartada automática: eran muchos y no me pudo defender. No tendría que decir nada más.

Mira su reloj y del compartimento que está entre los dos asientos saca el espantoso anillo dorado y se lo pone.

—No demora en pasarnos una Ford Raptor F-150 Shelby color negro. Esa es la escolta, y no me gusta sentirlos tan cerca a menos que sea indispensable —en ese momento el vehículo nombrado se hace visible en el espejo lateral—. Ellos pueden monitorear siempre el GPS de mis vehículos, así que realmente nunca me pierden de vista y, en caso de necesidad, tengo dos formas de activar la alarma.

—¿Tu escolta va en un vehículo más costoso que tú? —digo, escéptico.

—Claro, con eso ellos llaman más la atención que yo —baja del vehículo y lo imito, creo que adquiriendo un nuevo respeto por mi primo.

Camina con paso confiado hacia las escalinatas de un edificio, donde un grupo de chicos lo saludan con la cabeza y le abren espacio para que pueda pasar.

—Viene conmigo —le dice a los jóvenes, que me observan como tratando de saber qué tan peligroso puedo ser.

Paso por su lado ignorándolos e imitando el paso confiado de Sebastián. No soy tan intimidante físicamente como mi primo, pero tampoco soy un enclenque y sé pelear, aunque no esté en condiciones aún. En condiciones normales, podría dar una buena pelea a ese grupo. Subimos las escaleras hasta el tercer piso, donde golpea confiadamente en la tercera puerta.

Unos segundos después, una mujer joven de apariencia corriente y muy drogada abre la puerta y sonríe abiertamente a Sebastián mientras se lo come con la mirada.

—Sigan.

Grita un sujeto con camiseta esqueleto de malla y muchas cadenas con grandes dijes. Pasamos por el lado de la mujer, quien nos sigue con la mirada y ahora me observa. Creo que me acabo de sentir sucio.

—Dime que tienes lo que necesito —le dice Sebastián.

—¿Cuándo te he fallado? Esta noche se presenta un DJ aparentemente famoso en el Paradise Club y la hermana menor de Yoshua quiere ir. Yoshua es sobreprotector con ella, así que la acompañará.

—¿Cómo estás tan seguro de eso? —pregunta Sebastián mientras juega visiblemente con su anillo, lo que se ve extraño.

—Tengo un cliente regular, un riquillo cuya hermana es la mejor amiga de la tal Nathaly, la hermana de Yoshua. Le estoy dando producto a cambio de información y sé que lo que dice es verdad porque su hermana estará ahí también.

—Bien, si la información es verdad, cumpliré tu petición; si no lo es, te cobraré el tiempo perdido. ¿He sido claro? —la mirada de mi primo es realmente intimidante cuando quiere serlo y eso pone evidentemente nervioso al hombre, quien asiente antes de contestar.

—Sí, señor, pero le aseguro que es verdad. No arriesgaría el favor que necesito.

Salimos del lugar y subimos al vehículo, donde por fin puedo preguntar.

—¿Ahora hacemos favores? —pregunto curioso por las palabras del hombre.

—Algo así. Es un sistema que ha implementado Richard y he comprobado que es muy efectivo, más efectivo que el dinero en sí.

Richard es un buen amigo de Sebastián. Por él es que lo conocí y, pese a que mi primo no es amigo de las multitudes y, por ende, de las rumbas, contrario a Richard, sí tienen la habilidad de ser creativos para sacar información y, según parece, hasta intercambian técnicas.

—Ahora rumbo a la clínica —dice seguro Sebastián.

—Espera, llamo a Sophia para comprobar que esté de turno —digo tomando el celular para marcarle y salir de dudas a dónde ir, pero nuevamente Sebastián me sorprende con la seguridad de su respuesta.

—Sale de turno en una hora, así que debemos apurarnos para que pueda revisar la historia clínica en caso de que no tenga tan presente el tipo de lesión de Roberto.

—¿Por qué sabes los horarios de trabajo de mi cuñada?

ADICTA A SUS BESOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora