85. LA AMENAZA DE ISABELLA

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Escucho los pormenores de lo que quiere Richard. Él cumplió su parte inicial del trato, así que en este momento no le puedo decir no a ninguno de sus planes. Ya casi llegamos a la "casa de seguridad", según la llaman Sebastián y el propio Richard. Ahí dejaré a Isabella, pero estoy seguro de que no será tarea fácil convencerla de que se quede para poder completar los planes.

La tengo a mi lado, pero eso no es suficiente. Ahora necesito garantizar que no vuelva a correr peligro. Los Williams siguen por ahí, en algún lado, y ya deben estar moviéndose tras el escándalo que armó Richard en sus instalaciones. Él había hablado de no dejar testigos para convertirse solo en un rumor, así que no comprendí inicialmente cuando ordenó no matar a esos hombres. Pero ahora está claro: los necesita con vida para que contesten las llamadas de los Williams y hacerles creer que Isabella sigue ahí.

Ese lugar está muy lejos, así que eso me ayuda a ganar algo de tiempo y esconderla, pero indudablemente volveré ahí. Y cuando lo haga, espero que Richard ya tenga a Antony en su poder. Será todo un placer estampar mis puños contra ese engreído rostro y escucharlo llorar. Llorará mucho más de lo que lo hizo Isabella, me encargaré de eso.

Aprieto aún más a Isabella contra mí y, por un momento, solo me concentro en sentir el calor que emite su cuerpo, disfrutar lo suave de su piel y aspirar su olor. Tenerla así me relaja, pues la cantidad de cosas que pasaron por mi cabeza mostrándome lo que podían hacerle fue aterrador. Cada escenario que llegaba a mi cabeza era peor que el anterior y eso alimentaba mi determinación de decirle sí a lo que sea que tuviera planeado Richard. Espero que él no sea solo una fachada y de verdad sea el sujeto tan terrible como lo afirma su creciente reputación.

El vehículo se detiene frente a una residencia de clase media que ha sido acondicionada especialmente para estas situaciones. Mi tío nos espera con la puerta abierta. La cargo tan suave como puedo para no despertarla mientras sigo a mi tío al interior de la casa hacia la habitación que tiene asignada. Al dejarla sobre la cama y tratar de retirar mi brazo, despierta.

—Por favor, no te vayas, no te expongas —habla angustiada y vuelve a pegarse a mí.

Le devuelvo el abrazo con suavidad a la vez que trato de calmarla, pero ella sigue hablando y expresando todos sus temores.

—Temí morir, temí no volverte a ver.

Sus grandes y hermosos ojos verdes están clavados en los míos y, como siempre, no recuerdo haber visto antes una mirada tan hermosa y genuina.

—¿Pero sabes qué fue lo que más me torturaba, Alexander? Pensar en que por mi culpa te manipularan, pensar que por mi torpeza...

Interrumpo esa última frase besando fugazmente sus labios y tomando su rostro entre mis manos.

—No fue tu culpa, Isabella. No tenías experiencia en esto, la responsabilidad de todo lo que te pase es mía, fui yo quien te metió en este mundo —digo con amargura.

—Ya habíamos discutido esto, me habías advertido y aun así seguí a esa mujer —sigue culpándose, pero al menos ya no llora—. Imaginar que pudieran llegar a ti y lastimarte por mi culpa, eso fue lo peor de mi cautiverio.

Justo cuando pienso que no puedo quererla más ni valorarla más, aparece con esto. ¿La cautiva es ella y se preocupa por mí? Sonrío ante lo afortunado que soy. No entiendo cómo una mujer como ella está conmigo, así que todo lo que haga por protegerla siempre será poco, pues siempre merecerá más. Ella es mi tesoro.

—Mírame, nada me pasó y nada te volverá a pasar.

Ya es de día y debo irme, así que muy a mi pesar, rompo el abrazo y tomo sus manos para besarlas antes de hablar.

—Date un baño, deshazte de esa ropa, come algo y duerme. Necesito terminar este tema —me mira con el terror reflejado en su rostro.

No puedo evitarlo, es por su seguridad, por nuestro futuro.

—Mi tía y mi tío estarán contigo. No estarás sola.

—Pero yo te quiero a ti conmigo, no a ellos. No quiero que te expongas, no quiero que te ensucies las manos. Tú no eres así, Alexander, no eres un hombre malo.

Sabía que algo así cruzaría por su mente por la forma en que se dio su rescate.

—No me agrada lo que voy a hacer, pero debo hacerlo, Isabella. Es por los dos... —me interrumpe.

—No me uses de excusa. Puedes salir de esto, montar algo nuevo.

—El mundo no funciona así, amor. No siempre se puede elegir, así que hay que actuar en consecuencia con las cartas que nos han tocado en la vida.

Esto es un drama y el tiempo se me está agotando. Mi celular suena y veo que es Michael, debe estar pensando que dejé todo tirado, que no tengo palabra. Isabella observa mis movimientos y, de forma especial, el celular en mi mano.

—Debo irme, pero te prometo que cuando regrese todo estará mejor. Sacaré tiempo para que terminemos el tema de nuestro apartamento y...

Isabella se aleja de mí y toma rumbo al baño. Antes de cerrar la puerta, voltea a verme y dice:

—No te puedo asegurar que me quede después de que soluciones esto, Alexander. Tengo muchas cosas en qué pensar ahora.

La puerta del baño se cierra. No puedo creer lo que estoy escuchando. Bueno, sí lo creo, pero no quiero. Es injusto, pero la entiendo. Cuando regrese, trataré de suavizar las cosas, pero por el momento de verdad tengo muchas ganas de ponerle las manos encima a Antony Williams.

Con esa nueva motivación en mente, salgo de la habitación y en el pasillo le devuelvo la llamada a Michael.

—¿Dónde nos vemos?

—Creí que ya no contábamos contigo —responde el hombre—. Te estoy enviando la ubicación al celular en este momento.

—Bien, ¿sabes algo de Antony? Aún no me llama —pregunto ansioso.

El teléfono genera otro sonido de fondo, indicándome que me está entrando otra llamada y es él.

—Me está marcando, nos vemos en el punto —cuelgo la llamada.

Mi tío me espera en la entrada, así que pongo en alta voz la llamada de Antony.

—¿Te crees muy listo? Prepárate para que tu mujercita pague las consecuencias. Disfrutaré mucho todo lo que le voy a hacer.

—No te atrevas a tocarla, infeliz. No te imaginas lo que soy capaz de hacer —amenazo.

Me alegra que no sea una videollamada, pues aunque mi tono está cargado de toda la rabia que le tengo a ese hombre, mi expresión es la de alguien satisfecho sabiendo que su enemigo va directo a una trampa.

—Eso debiste haberlo pensado antes de creerte rudo.


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