34. ADIOS PENTHOUSE

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Vamos camino a "casa", o al menos así se supone que debo llamar al penthouse al cual vamos a regresar. La última vez que pisé este lugar, las cosas entre Alexander y yo me parecían algo terroríficas; en cambio, ahora creo tener sentimientos por este hombre. No hago sino preguntarme si puedo llamar a esto una relación de verdad o si soy presa del famosísimo síndrome de Estocolmo.

No creo que sea loco pensar en eso. Al fin de cuentas, no es muy normal pensar que estoy desarrollando sentimientos reales por un hombre solo porque me encante su físico, me haga gozar en la cama y pueda pagar los gustos que se me antojen, ¿verdad? Por momentos olvido que me casé estando drogada (motivo principal por el cual no lo recuerdo), que no accedí a nada de esto y que me casé sin conocerlo. Y eso me hace preguntarme: si no me gustara físicamente, no estuviera satisfecha entre sus brazos y no pudiera darme los gustos que me da, ¿me sentiría igual?

No conozco esa respuesta y eso me frustra, aunque no pienso dejar de disfrutarlo. Ya concluí que sería tonto no hacerlo.

He estado hablando con mamá desde que nos bajamos del avión y le he prometido ir a visitarla en cuanto pueda. Primero debemos llegar, desempacar, descansar de las vacaciones, hacer mercado y, si es necesario, amarrar a mi marido a la pata de la cama para que me diga todo lo que ha prometido contarme apenas regresáramos a Nueva York. Sé que el tema de las visitas es importante tanto para él como para mí, así que él deberá sobrevivir a la cena familiar con mamá y mis hermanos, y no a su abuelo, tíos y primos.

Cuelgo la llamada y entonces Alexander me da una noticia que daña todo el buen humor que traía.

—Deja eso para después —dice Alexander refiriéndose a mi afán de desempacar las cosas, por lo cual detiene mis manos—. ¿Qué te tiene ofuscada? ¿Qué pensé que te gustaría tener ayuda para tener la casa limpia?

—No, Alexander —contesto con evidente enojo en mi voz—, lo que me tiene de mal genio es saber que ni siquiera tuviste en cuenta mi opinión. Habría sido lindo que mi marido me preguntara las cosas y no solo me informara que, a partir de mañana, tendré a una desconocida dando vueltas en la casa.

—¿Quieres que la despida? —pregunta como si eso pudiera solucionar algo.

—No, Alexander, no quiero que la despidas. Claro que la necesitamos —me mira con desconcierto y de verdad parece que él no tiene ni idea de por qué estoy así.

Cierro los ojos y expulso el aire de manera sonora, tratando de controlarme. No es su culpa, Alexander no tiene hermanos, no sabe convivir con más personas en la misma casa; él siempre ha sido rey.

—Se supone que este es nuestro espacio, no la empresa en la cual tú decides todo. Habría sido lindo que me preguntaras —lo miro ahora un poco más calmada—. Ahora no solo vamos a vivir en un espacio que posiblemente eligió y decoró otra mujer, sino que habrá una presencia que me estás imponiendo.

Su mirada acaba de cambiar y tal parece que acaba de entenderme un poco.

—Tienes razón, disculpa —dice por fin—. Debemos hablar de eso también. ¿Te gusta este piso?

No es que no me guste; el lugar es bonito, pero se siente algo frío. No me refiero al clima, pero no es ese mi principal problema.

—Es lindo, pero siempre pensaré en que aquí querías vivir con otra mujer —no puedo creer lo que acabo de decir, pero necesitaba sacarlo—. No soy amiga de tanta decoración afelpada —digo señalando los tapetes—. Además, prefiero los lugares más bajos.

Se sienta al borde de la cama y yo hago lo mismo. Estoy hecha una boquifloja, no puedo creer lo sensible que estoy. No había considerado hasta ahora que es verdad que las mujeres nos ponemos más sensibles durante el período.

—Podemos poner este lugar a la venta con mobiliario y todo si quieres, y si no te incomoda, mientras encontramos un lugar nuevo podemos vivir en la casa del abuelo. Él se alegrará mucho de tenernos ahí —baja un poco la cabeza y sonríe—. Le estaríamos cumpliendo su sueño prácticamente.

—¿Su sueño? —pregunto algo curiosa por eso.

—Por él fuera, todos viviríamos bajo su techo. Por eso vive en una mansión.

Tengo curiosidad por aquel hombre que crió a Alexander. Quiero saber qué tipo de hombre es el señor Juan Armando, pero a la vez creo que me siento intimidada. Todos sabemos que ese hombre es el fundador del conocido grupo empresarial PICAZZA. Fue uno de los tantos casos de éxito que tuve que estudiar en mi primer semestre de carrera.

—¿Crees que le agrade?

—Le encantas. Creo que es muy posible que le agrades más que yo en muy poco tiempo —dice el muy exagerado—. Y yo estoy seguro de que también te agradará.

Veo a Alexander tomar su celular y ponerlo en altavoz mientras aún está timbrando. La pantalla dice que está llamando a Abuelo y este contesta al tercer repique.

—Hola, abuelo, ya hemos regresado —le saluda Alexander—. Estás en altavoz, Isabella quiere saludarte.

Miro espantada a Alexander pues no estaba preparada para eso y él solo se burla.

—Señor Juan Armando, gusto en saludarlo. Espero que esté bien —hablo algo tímida.

—Isabella, ya te dije que me llamaras abuelo —el hombre tiene una voz afable y algo rasposa, muy propia de una persona de edad avanzada.

—Perdón, abuelo —me corrijo, pero parece que Alexander es algo impaciente con el celular, así que toma la vocería.

—Abuelo, queremos pedirte un favor.

Alexander no se fue por las ramas y, de manera muy directa, le pidió autorización para que nos quedáramos en su casa. El hombre no lo dudó, y casi me voy de espaldas cuando dice que nos esperaba para la cena, hoy.

—Listo, solucionado. No desempaquemos y esta misma noche nos vamos a la casa del abuelo —dice como si todo el problema estuviera solucionado y como si le hubiera caído como anillo al dedo la estadía en la casa del abuelo—. Pondremos a la venta todo esto y podrás buscar el lugar que más te agrade para nosotros.

No puedo creer que para este hombre todo sea tan fácil, simplemente decir "elige" y ya.

—Debemos elegir el lugar entre los dos. Será nuestro hogar y se supone que es donde vamos a criar a nuestros hijos.

Me observa y una de esas sonrisas que me dejan sin aliento surca su rostro mientras me devora con la mirada.

—Me agrada eso, y solo por curiosidad, ¿cuántos hijos quieres que tengamos?

Sus manos ya están sobre mí y creo que pretende que practiquemos para cumplir esa tarea.

ADICTA A SUS BESOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora