16. DIRECTO CON LO QUE QUIERE

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Al salir del baño, Alexander no está en la habitación, así que aprovecho y le pongo seguro a la puerta y me dedico, ahora sí, con juicio a buscar ropa en ese gran armario. La ropa es toda de marcas muy exclusivas, así que debe ser carísima, pero es evidente que no es mi talla ni son mis gustos. Debo encontrar algo para ponerme. 

Una vez que descarto toda la ropa interior, pues no pienso usar la de alguien más, me decido por un par de prendas que son las más sencillas que encuentro y con las cuales puedo disimular el hecho de no tener un brasier puesto.

Miro con desgano esos hermosos pero agotadores tacones blancos y, sin más opciones para salir, me los pongo. El espejo del tocador muestra una Isabella con una mejor presentación personal que hace unos minutos, pero debo admitir que parte de la buena imagen se la debo a este corte de cabello moderno, pues tampoco pienso usar todo el maquillaje de otra mujer.

Salgo de la habitación y me encuentro con "Mi marido".  Una parte de mí se regocija al mirarlo y saber que es mío; al menos en papeles lo es.  No hay forma en que pueda negarme a mi misma que me encanta su físico y que prácticamente me derretí a causa de esos labios. 

Lo sigo sin chistar, pues definitivamente quiero comer algo y necesito ropa.

El pensamiento de un hombre comprándome ropa, sobre todo prendas íntimas, es algo que me avergüenza, pero igual debe hacerse; no puedo andar por la vida sin ropa interior. El ascensor nos deja en un sótano oscuro y debo confesar que no soy amiga de la oscuridad, así que, muy a mi pesar, me acerco un poco más a él hasta que ingresamos al vehículo.

Nunca había estado en un vehículo tan lujoso; su cojinería en cuero es hermosa y el olor del vehículo es como si acabara de salir del concesionario. Trato de concentrar mi mirada en la ventana, pero no puedo alejar por mucho tiempo mi vista de él, pues no solo es apuesto, sino que esa arrogancia y altivez en su mirada ejerce en mí una especie de magnetismo. No puedo creer lo que estoy pensando, pero... qué bueno sería poder doblegar esa mirada y que fuera más cálida y, por qué no, ardiente para mí.

Mientras almorzamos, sus miradas avivan esa extraña lucha que existe entre mi cabeza y mi cuerpo con respecto a cómo comportarme con él. Mi cabeza dice que es a todas luces un mal hombre, el mismo demonio en su punto exacto para tentarme, pero mi cuerpo sucumbe hacia él con solo mirar esos labios que parecen gritar que los pruebe. Al salir del restaurante, me sorprende al prácticamente obligarme a tomar su mano, cual si de una pareja real nos tratáramos.

—Pareja feliz de recién casados —tras ese argumento, sonríe haciendo que casi pierda el equilibrio en estos hermosos tacones—. Además, prefiero entrar de tu mano a un lugar donde venden prendas íntimas femeninas, así no pareceré un tipo raro.

No creo que le dé vergüenza entrar a un lugar de esos, pero decido seguirle el juego. Mi cuerpo gana terreno y me recuerda que acordé darle la oportunidad por el bien del compromiso que hice ante Dios, así no lo recuerde. Enderezo mi espalda y trato de caminar lo más derecha y orgullosa a su lado. Traté, en serio traté, de sentirme en una cita con el hombre que me está cortejando, pero al entrar a una tienda, la mirada coqueta de una de las vendedoras y el gesto espontáneo del hombre a mi lado hacia la chica me hacen ver que esto aún no es una relación de verdad.

—No quiero que tú nos atiendas —le digo con enojo a la chica, que me mira con vergüenza—. Dile a alguien más que lo haga.

Me sorprendo a mí misma con lo que acabo de hacer, pero en mi defensa, me digo que es indignación al darme cuenta de que él no está tomando esto en serio. Fue él quien forzó este matrimonio; por su culpa estamos en esta situación, él debería ser el más interesado en que esto funcione.

Después de eso, suelto su mano y digo, enojada:

—Si eso fue delante de mí, no quiero ni imaginar el resto.

Recorro la tienda sin mucho ánimo y respiro fuerte un par de veces para desahogar la frustración que siento. Tomo unas pocas prendas que considero realmente bellas y, tras hablar con la nueva vendedora y validar que se pueden pagar teniéndolas puestas, ingreso a uno de los vestidores. Tal vez parte de mis reacciones están amparadas en el hecho de que me siento extraña y puede que algo vulnerable al no tener ropa interior puesta.

Me desvisto rápidamente y me pongo la ropa interior. El espejo a uno de los costados del vestidor me permite apreciar cómo me veo, y me gusta, pero fuera de eso, debo admitir que se siente bien la suave tela en mi piel. Estoy por empezar a vestirme cuando siento que alguien entra al vestidor de manera intempestiva.

—Estás loco, sal de aquí —digo en voz baja, pegando mi espalda a la pared y cubriendo parte de mi cuerpo con la camisa que ya tenía en la mano.

—Vamos a corregir algo aquí y ahora —me dice, pegando mi cuerpo al suyo y apoderándose de mis labios.

La sensación fue idéntica a la de esta mañana. El compás de nuestros labios es perfecto y, en pocos segundos, su lengua ya danza con la mía y mis manos pierden el interés en seguir sosteniendo la camisa, buscando una mejor ubicación alrededor de su cuello. Estoy por soltar un pequeño jadeo cuando alguien detrás de la cortina habla.

—Señorita, encontré dos modelos que me gustaría que viera; creo que son acordes con lo que me dice que está buscando —dice la chica que me está atendiendo—. ¿Necesita que le ayude en algo? ¿Tiene problema con alguno de los broches? —pregunta la chica, posiblemente extrañada por mi demora.

Miro con susto hacia la cortina, pensando en el problema que sería y la vergüenza que me daría que me descubrieran con un hombre en un vestidor. ¿Qué les digo? No fue mi culpa, él se metió, sí, yo lo estaba besando, pero no quería, no lo planeé, o una mejor, es mi marido, pero no lo conozco realmente. Todo suena patético.

La cara de satisfacción de Alexander es increíble. Puedo decir que reaccioné tal y como él esperaba y eso me enoja. No me gusta caer redondita ante sus encantos, es un mal hombre, sigue gritando mi cabeza, pero mi cuerpo quiere volver a pegarse a él e ignorar a la mujer detrás de la cortina.

—Disculpa, no demoro, mientras tanto ayúdame con unas pijamas, necesito mínimo tres —digo, tratando de controlar el nerviosismo en mi voz.

—Claro que sí, de inmediato le alisto algunos modelos —escucho a la mujer retirarse.

—¿Estás loco? —le recrimino, aún en voz baja—. Sal de aquí, no deberías tocarme.

—Te beso cuando quiera y como quiera, es una nueva regla, Isabella —y nuevamente se acerca para besarme.

Reacciono y trato de evadir el beso, pero me inmoviliza entre sus brazos y alcanzo a ver por el rabillo del ojo su sonrisa antes de desviarse y besar mi cuello.

Mi cabeza está ladeada y, sin querer, mi vista alcanza el espejo que me deja ver una imagen demasiado sugestiva de los dos. Me gusta lo que veo y odio que me guste.

—No hice nada malo con esa chica, Isabella —dice suave a mi oído— y no tengo intención de ser infiel a solo un día de matrimonio, y menos contigo al lado.

Decido que es mejor enfrentar su mirada que la imagen del espejo.

—No puedes besarme cuando quieras, no es justo —digo algo turbada—. No puedes cambiar las reglas que ya establecimos.

—Planeaba respetarlas, pero tal parece que no confías en mí y aunque no puedo culparte, he decidido acelerar solo un poco nuestro proceso para que me conozcas.

—No tiene lógica que quieras ganar mi confianza así —digo, sin entender su estrategia, pues aunque me guste físicamente, el concepto que tengo de él solo empeora con lo que está haciendo.

—¿Parezco alguien que suela esconder sus intenciones? Soy muy directo con lo que quiero, Isabella —Sus labios vuelven a los míos, pero ahora de forma más suave—. Te deseo y eso ya lo tienes claro. Lo que más quiero es que me aceptes y, en lo posible, que esta locura funcione. Ten eso presente.

Prácticamente me come con la mirada y me sonríe antes de salir del vestidor. Mi corazón está desbocado y mi ropa interior ligeramente húmeda. Faltan aún muchas compras por hacer y temo que estoy imaginando otros vestidores.


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