53. ATENTADO

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Miro el mensaje con pánico e inmediatamente llamo a Alexander. El teléfono suena insistentemente, pero no contesta, así que ahora llamo a Roberto y pasa exactamente lo mismo. Llevo como diez minutos pegada a este aparato y todo se torna una realidad en mi mente. No me atrevo a decirle nada al abuelo, no quiero alterarlo, así que le pido a mis escoltas que me lleven urgente hasta la empresa, pero en el camino me acuerdo de Sebastián.

Me regaño mentalmente al recordar que nunca pedí su número, así que llamo a Cloe, quien contesta al segundo repique.

—Dime, amiga, no tengo... —la interrumpo con brusquedad.

—Cloe, por favor, ve rápido a la oficina de Alexander y corrobora que esté ahí y que esté bien —digo casi llorando.

Escucho que algo cae al fondo y luego una puerta cerrándose. Puede que no pasaran más de dos minutos, pero me parecieron eternos y casi temí que la llamada se cortara a la salida del ascensor, que según escuché debió tomar. Escucho a Cloe preguntarle a una chica si Alexander está en la oficina.

—El señor debió salir a cumplir una cita —escucho que dice la voz de fondo.

—No está, amiga. ¿Me vas a decir qué sucede? —dice ahora también con algo de nervios en su voz.

—Sebastián —digo de pronto—, corre hasta su oficina y me lo pasas si está, es urgente, después te explico.

No pierde más el tiempo indagando y siento que se mueve aunque no hay nuevos sonidos característicos que me permitan imaginar un recorrido. Escucho a Cloe pedirle a una chica ingresar a la oficina para hablar con Sebastián.

—No puedo dejarla pasar, el señor...

—Es urgente, chica —dice Cloe a la mujer, a quien escucho que le grita que no puede pasar.

—Es urgente, señor. Isabella lo necesita y está muy alterada —escucho que le dice Cloe a quien supongo que es Sebastián.

Se hace un pequeño silencio y luego escucho la voz de Sebastián en el celular.

—¿Qué sucede?

Le cuento del mensaje tan perturbador que recibí y mi incapacidad para contactar a Alexander.

—Isabella, escúchame —dice con voz seria—, necesito que te calmes y regreses a la casa. No tiene sentido que llegues a la empresa si él no está aquí y no sabemos dónde está. Yo lo busco y te aviso apenas sepa algo.

Sebastián cuelga la llamada y, pese al mal genio y sentimiento de impotencia que me acompaña, no puedo hacer más que obedecerle. Él tiene razón, no puedo simplemente decirle a mi escolta que den vueltas por toda la ciudad a ver si la suerte está de mi lado y lo veo pasar. Regreso a la casa y agradezco al cielo que el abuelo no está cuando llego para ver mi estado de nerviosismo.

Poco después llega Cloe a la casa; según entiendo, Sebastián le dijo que podía venir para acompañarme y calmarme. Nunca antes el tiempo me había parecido tan absurdamente largo. Si ese celular fuera un ser vivo, estaría incómodo de tanto que lo miro y fastidiado de tanto que lo toco, esperando un mensaje o que alguien conteste mis llamadas. Cloe hace todo lo posible por distraerme, pero sus esfuerzos son en vano. Así que cuando Sebastián ingresa a la casa, me encuentra acurrucada en el sillón con Cloe acariciando mi cabeza; las dos en silencio.

No lo escuché llegar, solo sé que su imponente presencia apareció frente a mí y mi cuerpo ya no estaba en ese sofá, sino dirigiéndome junto a él para exigirle que me contara lo que pudo averiguar. Es grave, es grave, el corazón me lo dice, de otra manera me habría llamado y no estaría en este momento frente a mí. Las lágrimas escapan de mis ojos y hablo con dificultad, casi gritando.

—Dime que está bien, por todos los santos.

La ropa de Sebastián tiene manchas de sangre y su semblante no está tan sereno como suele estarlo, y aun así espero que me diga que todo está bien. Mi corazón espera que lo esté, deseo que lo esté.

—Sufrió un atentado llegando a una de las bodegas del sur cuando se dirigía a cumplir una cita.

Mis piernas pierden fuerza al escuchar eso y de no ser por Cloe y por el mismo Sebastián, posiblemente estaría en el suelo.

—No, no, no, no es cierto —repito en voz baja.

—Está vivo, pero por el momento su pronóstico es reservado —miro el rostro angustiado de Sebastián a la espera de que siga hablando—. Tendrá los mejores cuidados, Isabella, de eso no tengas la menor duda, pero fuera de nosotros aquí —la mirada alcanza a Cloe— nadie más puede saber de este atentado.

Lo miro sin comprender a qué se refiere, cuál es el motivo de esa petición que casi parece una imposición.

—No le vamos a dar la felicidad a esos desgraciados de que sepan que Alexander está herido, así que mientras él supera esto, vamos a decir que ustedes dos están en algún viaje o algo —no entiendo, no entiendo, pero tampoco quiero perder tiempo en eso, así que solo muevo la cabeza de manera afirmativa.

—¿Dónde está? Quiero verlo, necesito verlo.

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El pitido rítmico de una máquina que indica que sus signos están estables, al menos eso es lo que dice mi hermana. Para nuestra buena fortuna, lo trajeron al hospital en el cual trabaja Sophie y ella estaba de turno en urgencias. No fue una buena forma de conocer a mi esposo, pero agradezco al cielo que si conociera a Sebastián y que él le contara.

Ya le hicieron una primera cirugía y, tras aguardar algunas horas de espera en un pasillo, por fin lo sacan del área de cuidados intensivos al área de cuidados intermedios. Sophie y Sebastián se apersonan de todo y no sé cómo hacen, pero logran que le asignen una habitación privada en la clínica. Está vivo y estable, pero está tan pálido que temo por él.

Tomo su mano con cuidado para no lastimarlo, pues tiene agujas conectadas a su brazo para que infunda suero y una especie de careta en el rostro para ayudarle a respirar. Sophie dice que la careta es solo una medida de prevención, pero no estoy segura de eso, Sophie siempre busca protegerme. El corazón se me encoge al verlo así y aunque no me escuche, le hablo; quiero que sepa que estoy con él.

—Te amo, Alexander. No me dejes —digo con su mano entre las mías y la cabeza recostada en la blanca cama.


NOTA DE AUTOR:

Creo que todos veíamos venir esto, ¿verdad?

ADICTA A SUS BESOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora