54. DUDAS EN LA CLÍNICA

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Las horas pasan y se acumulan, sumando ya dos días. Todos dicen que el organismo de Alexander está respondiendo bien, que es solo cuestión de tiempo para que despierte, pues es un hombre joven y fuerte. Sin embargo, la angustia me supera en ocasiones y tengo episodios de llanto que no puedo evitar.

Tal y como recomendó Sebastián, he estado entrando y saliendo de la clínica de manera discreta para que todos crean que estamos de viaje, pero sigo sin comprender por completo el motivo. El abuelo está muy decaído y fue Sebastián quien se encargó de darle la noticia y lidiar con otro montón de temas que no comprendo.

Agradezco al cielo que Cloe y Sophia han estado muy pendientes de mí, de otra manera me habría sentido muy sola y realmente me habría desmoronado.

¿Por qué no le conté a Alexander de los mensajes? ¿Por qué tuve que esperar a verlo así para por fin reunir el valor y decirle que lo amo? No lo sé y me recrimino por esas dos cosas cada vez que puedo.

Cuando hablo con Sebastián, me siento tonta al decir en voz alta el motivo por el cual no había dicho nada de los mensajes. Los labios de Sebastián se abren para decir algo, quizás recriminarme, pero le gana la voz de Sophie.

—No deberías pensar eso —me abraza protectoramente como cuando éramos pequeñas y tenía una pesadilla—. No es tu culpa, no tenías motivo para pensar que eso era una amenaza y no una felicitación, menos después de la pérdida de tu celular. Era lógico pensar que era la felicitación de un amigo.

Devuelvo el abrazo y reconozco que aunque estoy cansada, mi hermana debe estarlo más. Desde el ingreso de Alexander, Sophie prácticamente vive en la clínica y me siento mal por ella, pues está pendiente de nosotros en medio de su turno y después de él.

—Deberías ir a descansar, llevas muchas horas aquí —digo tras aflojar el abrazo—. ¿Cuánto llevas ya?

—No te preocupes, ya estoy acostumbrada, duermo por ratos en la habitación de los médicos —evade mi pregunta.

—¿En cuánto tiempo terminas turno? —insisto.

—Terminé hace una hora, por eso estoy tan campante aquí.

—Si es así, yo la llevo hasta su apartamento para que duerma adecuadamente —dice Sebastián, sorprendiéndome.

Estos dos días, ellos han conversado mucho debido a la condición de Alexander y por los trámites y papeleos que hay que hacer en la clínica, así que parece que se han acercado un poco.

—No vaya a ser que del cansancio se quede dormida en el taxi —ese apunte de Sebastián le roba una pequeña sonrisa a mi hermana, quien termina aceptando su ofrecimiento.

Quedo un poco más tranquila si él la lleva, pues ella a mí no me hace caso. Cloe ingresa justo cuando ellos salen y parece no gustarle mucho.

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Cloe ya se aseguró de que comiera y se ha retirado nuevamente a trabajar. Es nueva, así que no puede abusar por el simple hecho de ser mi amiga. Si eso pasa, no podrá ganarse realmente el cargo ni el respeto de la gente y entiendo su pensar, yo también pensaría así.

Salgo un momento para estirar las piernas y de paso tomar un café, dejando al abuelo y al padre de Sebastián en la habitación. A mi regreso, la voz de Sebastián llega a mí, haciéndome saber que está preocupado. Sebastián y su padre están de espaldas a la puerta, mientras que el abuelo está de frente, pero con la cabeza agachada, acariciando con uno de sus dedos una sortija, y no se percatan de mi ingreso mientras hablan.

—Cuentas con nuestro total respaldo para manejar esta situación. Tu padre y yo lo hemos conversado y concluimos que es lo más prudente que podemos hacer —luego levanta la cabeza y, al percatarse de mi presencia, estira una mano para que la tome y mira fijo a Sebastián—. Encuentra quién fue y hazle pagar a quien le disparó a tu primo.

—Quiero hacer cambios permanentes y tomar el control de los hombres de Alexander.

De pronto, siento que estoy en medio de un ambiente cargado de peligro y no estoy segura del motivo. Me parece normal que las actividades de la empresa se las asignen a Sebastián, pero debo admitir que el juego de palabras usado es algo inquietante.

¿Por qué no reportan a las autoridades? ¿Qué se supone que debe hacer Sebastián para hacerles pagar?

Miro el rostro de Alexander y, aunque me alegra que ya tiene algo de color, los fantasmas de mis temores iniciales vuelven a rondar en mi cabeza y hacen que se me erice la piel al pensar en la respuesta casi obvia. Alexander y su familia están metidos en cosas turbias; no estoy segura de en qué y tampoco quiero preguntarle a estos hombres.

Sé que Alexander me ama y ahora estoy segura de que yo también lo amo, pero eso no quita el hecho de que uno de sus hombres supo cómo drogarme y cumplió esa orden como si fuera cumplir cualquier cosa, sin escrúpulos y sin remordimientos. Eso solo hace que me pregunte, ¿qué más cosas ha ordenado Alexander? ¿Qué es capaz de hacer el hombre que dice amarme?

Cuando quedamos nuevamente solos, acaricio su cabello y pido al cielo por su mejoría. No sé cómo reaccionaré con él cuando despierte, pero la herida que adorna su pecho es la prueba de que pude haberlo perdido. El médico que retiró la bala dijo que su vida se había salvado solo por milímetros, pues una arteria principal estaba ubicada muy cerca de la zona en que impactó el proyectil y eso habría sido fatal.

Le hablo todo lo que puedo, pongo programas de fondo, le leo, todo con la esperanza de que de verdad el sonido de mi voz le ayude a despertar más rápido, pero nada sucede aún, aunque el hecho de que le retiraran la máscara me da más tranquilidad. La enfermera entra y le realiza curación a la herida ante mi mirada atenta y le inyecta algo a la bolsa del suero que sigue conectada a su brazo. No supe en qué momento el sueño me alcanzó, solo sé que al abrir los ojos, una manta cubre mis hombros y alguien me observa con intensidad.


NOTA DE AUTOR

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Recuerden que hay otra historia ambientada en esta misma realidad, se llama TE DECLARO MÍO.

ADICTA A SUS BESOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora