80. ESCOLTAS MUERTAS

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Ante la mirada atónita de todos los que me observan, tomo a la pequeña rubia firmemente por los hombros mientras la increpo con fuerza.

—¿Hace cuánto?

La chica está asustada, lo veo en su rostro, pero no tengo tiempo de calmarla. Sé que no es su culpa, pero en este momento ella no puede importarme menos.

—Por favor, Cloe. Necesito una respuesta —exijo, tratando de modular mi voz, aunque sin éxito.

—Quince minutos, quizás un poco más —responde por fin.

La suelto inmediatamente y busco mi celular para marcar desesperadamente una y otra vez el número de Isabella, pero está apagado. Paso una mano por mi cabello repetidamente, como si eso me ayudara a pensar. "Quince o veinte minutos, eso es mucho tiempo, ya debieron haberla sacado del edificio", grita mi mente.

Trato sin éxito de contactar a su escolta. Se supone que, aunque no debían sacarla de aquí solas, tenían que estar al pendiente de ella. Llamo a mi equipo para que las localicen, pero mientras tanto, recorro los pasillos del edificio tan rápido como puedo para llegar al cuarto de monitoreo y revisar personalmente las cámaras de seguridad.

Necesito sentir que hago algo tangible, algo que me ayude a encontrarla; no puedo solo dar órdenes, sino enloqueceré. Las cámaras captan el momento en que una joven con ropa formal habla con Isabella, y le hacemos seguimiento. No es una novata; sabía exactamente dónde estaban las cámaras y logró evitar una buena toma de su rostro. Subieron al elevador y, al bajarse en uno de los sótanos, la mujer cubrió su rostro fingiendo sobarse la frente hasta que llegaron a una zona sin cobertura de cámaras. La penumbra del lugar no permite ver bien, pero es evidente que hubo un pequeño forcejeo al fondo y que alguien más aparece en la escena. Sin embargo, no es posible saber nada más.

El hombre que vigila el monitor no sabe qué hacer; tiene la imagen de esa cámara pausada mientras la miro sin parpadear, sintiendo una ira increíble llenar mi pecho.

—Contacta a Christian, el de sistemas, y entrégale las imágenes y lo que te pida. Dile que busque cualquier cosa que me sirva —señalo con mi dedo índice hacia su pecho mientras le hablo.

—¿No vamos a avisar a las autoridades? —pregunta preocupado el hombre—. Este es un delito grave, señor, la señora...

—Déjame pensar —grito, interrumpiendo sus palabras.

En ese momento ingresa Fausto a la habitación y se acerca para hablarme.

—Señor, debería venir al sótano dos, es importante.

Un sudor frío recorre mi cuerpo instantáneamente, y siento que pierdo algo de fuerza. Supongo que el hombre entendió lo que estaba imaginando y rápidamente continuó hablando para mostrarme la situación.

—Tiene que ver con las escoltas de la señora.

Lo miro con atención, esperando que siga hablando, pero en su lugar abre la puerta, dándome a entender que es importante lo que me va a mostrar o que el hombre de las cámaras no debe escuchar lo que tiene para decirme. Lo sigo.

—Este sótano tiene algunas luminarias fundidas, así que aprovecharon eso y otros factores a su favor. Fueron embestidas a corta distancia, muy seguramente apenas llegaron, no tuvieron tiempo ni de bajar del auto. Aprovecharon que la señora llegó con usted esta mañana y que estaban de últimas.

—¿Cuánto tiempo creen que llevan muertas? —pregunto a Fausto mientras observo esos rostros ahora pálidos.

El pelirrojo saca unos guantes de látex de su chaqueta, se los pone y toca el rostro y los brazos de una de las mujeres asesinadas. A diferencia de mí, parece no importarle mucho tocar un cadáver y sentir el olor a sangre.

—Las extremidades ya presentan rigidez considerable. Diría que unas cuatro horas, puede que más.

Concuerda más o menos con su teoría anterior. Los malditos ya estaban dentro del edificio cuando llegamos esta mañana. Tomo nuevamente el celular y le marco a Richard, pero no conecta; el sótano tiene mala señal. Subo a mi oficina y hago la llamada desde allí. No quiero oídos curiosos, no puedo cometer más errores. Según nuestra conversación de hace un rato, Richard ya debería estar en la ciudad.

—Tienen a Isabella, tienen a mi esposa —digo antes de que el hombre pueda siquiera terminar de poner su oreja en el aparato— tendrás mi lealtad si mi mujer vuelve sana y salva.

El silencio al otro lado me hace suponer que quizás me equivoqué y que el hombre no contestó, que quizás estoy tan nervioso que mi mente me jugó una mala pasada y la llamada había perdido señal, pero por fin habla.

—Te enviaré una dirección, nos vemos allí ahora mismo.  Acabo de hablar con tu abuelo, Michael, mi hombre de confianza va camino a recogerlo y no se alejará de él hasta que el jet esté nuevamente en vuelo.  Vamos a evitar que tengan al rey.

¿Al rey? Esta no es una partida de ajedréz, pero no le voy a refutar eso en este momento.  Necesito su ayuda y la sangre fría que dicen tiene.

—No me escuchaste, necesito que vayamos por Isabella, los malditos...—me interrumpe con voz de enfado.

—¡Nos vemos en el punto! —termina la llamada.

—Nos vamos —le digo a mi escolta.

Le doy la dirección a Fausto, quien aparentemente está asumiendo parte de las funciones que antes desarrollaba Roberto. El vehículo se pone en movimiento y, mientras tanto, mi mente imagina horribles escenarios de todo lo que le pueden estar haciendo a mi mujer. Aquellas mujeres fueron asesinadas sin posibilidad de defenderse; esos animales no tuvieron un gramo de piedad con ellas, así que no hay nada que me haga suponer que la tendrán con Isabella.

No puedo dejar los cuerpos de esas mujeres en el sótano. ¿Denuncio o no denuncio? Todo es un lío en mi cabeza. Nunca había vivido una situación parecida y, la verdad, preferiría ser yo quien estuviera en peligro, no ella. Antes, el asunto era más simple para mí: solo hacía negociaciones, y el dinero no entraba a la empresa de manera habitual; había que hacer algunas triquiñuelas para lavarlo. Se adecuaban algunos camiones o contenedores para guardar la mercancía sin que se detectara nada, y el mismo personal del cliente se encargaba de los cargues y descargues. Yo solo debía garantizar que nada raro pasara en el trayecto.

Preferiría tener a Sebastián aquí, pero hoy desconectaron a Mía, así que no es el mejor momento para traerlo. Solo por eso no lo llamo para consultarle. Estaba pensando en eso, cuando su llamada entra. Debe estar llamando para averiguar por el atentado en la entrada de la fábrica, del cual acaban de sacar las noticias.

No le contesto, pues justo estamos llegando a la bodega donde me citó Richard. Solo le envío un mensaje de texto diciéndole que hablamos más tarde.

—Lo primero que debes hacer es calmarte. Por el momento no la van a tocar; la necesitan viva y sana para que quieras negociar, y eso es justo lo que vas a hacer.

El hombre de mirada oscura y rostro severo dista mucho de aquel afable que encontramos con Isabella en Ibiza.




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