Isabella duerme profundamente, así que, según mi nueva rutina, me escabuyo de la cama y termino en el patio con un cigarrillo entre los dedos. Hoy no tengo ganas de fumarlo, pero sí quiero tenerlo entre los dedos y observar cómo sube el humo.
Sebastián se ocupó de Roberto y le sacó datos muy interesantes. No puedo evitar sentir algo de pesar por él, pues, una vez que decidió traicionarme, su destino quedó marcado. Nunca tuvo una oportunidad real en el camino que él quería; ni Yoshua ni los William lo consideraron un socio permanente. Él solo fue una ficha, y Sebastián se encargó de dejárselo bien claro.
Estoy haciendo todo lo posible por ser visible en ese tipo de actividades. Sebastián dice que eso es importante para ganarme el respeto de los hombres. Rememoro una de nuestras conversaciones:
—Necesitas crear imagen y que ellos no te vean temblar la mano —me dijo hace unos días—. Ahora que me puedo encargar de tu seguridad, todo será más fácil.
—¿Alguna vez sospechaste de Roberto? —me atreví a preguntar.
Una mueca de disgusto cruza su rostro antes de responder.
—Confieso que no. Ustedes se conocieron muy jóvenes y parecían tan unidos que no me cruzó por la mente algo así. Hice una verificación general de personal hace un par de años, pero en aquella época no había nada sospechoso y no creí necesario volverlo a hacer. Supongo que debo incluir en los protocolos verificar a todo el personal una vez al año.
—Fue mi culpa, por infantil —respondí—. De ahora en adelante, Sebastián, jálame las orejas cada vez que sea necesario y hazme entrar en razón.
Me mira con una media sonrisa en su rostro y terminamos esa conversación con un apretón de manos.
Ahora debo volver a la realidad, y la realidad es que ya debo soltar el tema de Roberto y no preocuparme por qué es lo que hará Sebastián con él. Solo debo preocuparme por lo que los Williams puedan hacer con toda la información que él les pasó a través de Yoshua. Roberto nunca tuvo contacto con los William; ellos solo se entendían con Yoshua.
De toda la información que hemos recolectado, puedo concluir que nuestro problema tiene nombre propio: Antony Williams. Él será, a futuro, la cabeza de esa familia, pero, por el momento, es solo un muchacho que está tratando de demostrar que podrá con todo y lo mejorará. Las transiciones de poder son un problema, así que tomo nota mental de ello.
Tengo programada una reunión esta tarde con ese joven para ver si puedo razonar con él y aplacar las cosas, pero si es como yo a su edad, sospecho que perderé mi tiempo. Si no soluciono las cosas ahí mismo, por lo menos debo poder evaluar el tipo de pensamiento, la personalidad y peligrosidad de nuestro enemigo.
Mi mente vuelve a Noah, y, pese a que no había contemplado la posibilidad de hablar con él, el mismo Sebastián me aconseja que lo haga y me alcanza un celular desechable para eso. Tengo el aparato en mi mano y, tanto he mirado el número guardado, que termino memorizándolo. No puedo llamarlo ahora; si aquí son las tres de la mañana, en Los Ángeles debe ser más o menos medianoche.
Calcularé un horario decente para llamarlo, aunque no tengo idea de qué decirle. Ya varios cigarrillos han visto su fin esta noche, pero no he ideado un flujo de conversación decente. ¿Qué le digo? He... hola Noah, qué pena haber sido un idiota tantos años. Me enteré lo de tu esposa; estamos muy tristes, aunque ni siquiera hice el deber de contactarte antes y tu bienestar me importaba un carajo hasta hace poco. Te cuento que estoy felizmente casado y no lo esperaba. Te mando a Sebastián como representante y a mi cuñada para que te ayude porque estamos en medio de una guerra de poder y no podemos ir a apoyarte todos.
No, tal vez no sea bueno decirle a alguien que está viendo agonizar a su mujer que yo estoy felizmente casado y, en ese sentido, no me cambio por nadie. Sobrepienso la situación y no llego a conclusiones. Quizás, por estas pocas horas de sueño que me quedan, deba mejor acostarme y tratar de descansar.
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Llevo dos horas en la oficina y la reunión con Antony está programada para horas de la tarde. Tras cumplir algunas labores administrativas que ya gritaban urgencia, tomo nuevamente el celular desechable y marco a Noah. El número replica, pero no logro hacer que me conteste, así que lo intento nuevamente una hora después con exactamente el mismo resultado.
La mañana sigue avanzando y, por alguna razón, mi angustia está en aumento. El abuelo está igual, así que prácticamente está tatuado a mí desde que supo que le marcaría para tratar de hablar con él; solo espero que mi angustia sea solo el resultado de tener al abuelo poniendo cara larga, sentado en mi oficina.
Van a ser las dos de la tarde cuando Sebastián me marca.
—¿Ya casi salen? —pregunto.
—Sí, ya estoy camino a recoger a Sophie. Debo hacer lo posible por que nos rinda; acabo de hablar con Noah.
Su voz se siente un poco más seria de lo habitual.
—A mí no me ha contestado. ¿Qué te dijo?
—Acaban de inducirle el coma a Mia, debido a la cantidad de dolor que estaba experimentando. En cualquier momento puede morir.
No sé qué decir a eso. De razón no me contesta; yo tampoco contestaría números desconocidos en una situación así.
—¿Pudiste solucionar lo del viaje?
La idea es no dejar rastros de la salida de Sebastián, por eso se pensó inicialmente en un viaje por tierra y pagar todo en efectivo para no dejar marcas electrónicas, pues puede que alguien esté monitoreando el avión de la empresa y no queremos arriesgar a Noah y la bebé.
—Recurrí a Richard. Nos prestará su jet sin problemas, pero le estaré debiendo un favor personal.
Ya había escuchado algo al respecto. Richard tiene fama de ser un hombre rudo, pero no tramposo o desleal. Entonces, una idea asociada a ese nombre llega a mí como plan por si la conversación con Antony no es buena.
—La fama de Richard está en aumento en el medio, ¿verdad? —pregunto a Sebastián.
—Tengo entendido que está debajo de Alan como líder en Los Ángeles y como quinto en Texas. ¿Qué estás pensando?
—Déjame madurar la idea. También todo depende de la reunión de esta tarde, pero necesito que mantengas muy buena amistad con él; nos será muy de provecho.
—No hay problema. Richard es alguien fácil de tratar a pesar de su alocada vida.
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ADICTA A SUS BESOS
RomanceUna mañana, Isabella se despierta en la cama de un desconocido, sin recordar cómo llegó ahí. El hombre a su lado, Alexander, resulta ser un atractivo heredero de una familia poderosa, pero también con un lado oscuro: su abuelo le ha legado un negoci...