Esa mujer no tiene ni idea de los estragos que está causando en mí. Al inicio, cuando mencionó las cremas hidratantes, me pareció algo divertido y una excusa más que válida para propiciar el sexo. Sin embargo, otro pensamiento siguió a ese y me movió el mundo.
¿Cuánto tiempo ha pasado desde que una mujer no me cuidaba o se preocupaba por mí? ¿Quién fue la última? ¿Mi madre? No es mi primera vez con una mujer en una playa, pero sí es la primera que piensa no solo en su bienestar. Fue inevitable pensar en eso mientras sus dedos recorrían mi rostro y esparcían suavemente aquella crema en mi piel.
Mi plan siempre fue enamorarla y tenerla así a mi lado, que me ayudara a criar a mi hijo y que esa criatura sí pudiera crecer con el amor de una madre. Ahora me encuentro aquí preguntándome si será posible que estas nuevas sensaciones y los pensamientos extraños y algo cursis que he estado teniendo quieran decir que podré enamorarme de ella.
Sus dedos rozan mis labios y luego la siento inclinarse hacia mí y besarme. Ya no está engañada, ya no me cree una alucinación. Me está besando porque quiere, y eso hace que mi pulso se acelere, pues esta vez no he sido yo quien toma la iniciativa. La única verdad aquí es que deseo con intensidad a esta mujer y me niego a ser un patán con ella; algo me lo impide. La tomo entre mis brazos y la siento a horcajadas sobre mí.
—¿Dijiste algo de hidratar mi cuerpo? —digo, besando su cuello y rozando mi nariz en él—. Hueles muy bien.
Cierro los ojos y me concentro en su esencia. Huele bien y se siente aún mejor. Sus manos se deslizan por mi cuerpo con la ayuda de aquella crema y se siente malditamente bien, demasiado erótico todo, y justo cuando mi virilidad inicia a despertar la escucho hablar.
—Gira.
La suelto y sigo sus indicaciones acostándome boca abajo. Se acomoda sobre mí y sus manos continúan con la tarea de hidratar mi piel, pero logrando algo más de paso. Sus manos son pequeñas y delicadas si las comparo con las mías, pero la presión que ejerce sobre mi piel es la ideal. El deslizar sobre mi piel es muy rítmico y envía oleadas de placer a través de todo mi cuerpo. Deseo tocarla, necesito participar, así que cuando deja de tocarme, me desconcierta por un momento, pero luego se inclina sobre mí y siento el roce de sus pezones en mi espalda acompañado de un beso húmedo en mi nuca.
Sé que he dejado escapar un par de jadeos que me han sido imposibles de contener, a la vez que se me eriza la piel ante lo que está haciendo. Sus dedos se enredan en mi cabello haciendo que levante mi cabeza para que pueda besar mi cuello y ya no puedo contenerme más.
Unos segundos después, estoy sobre ella y nos estamos besando de manera apasionada. Su pijama no está y con la luz encendida puedo detallar con mayor nitidez los pormenores de su cuerpo. Una pequeña peca en su seno derecho y el tono rosa de sus pezones son datos que me enorgullece saberme el único conocedor.
—Me vas a hacer enloquecer, mujer —susurro a su oído a la vez que un jadeo potente escapa de sus labios ante la intromisión de mis dedos acariciando su zona íntima—. Estás muy húmeda.
Sentir que está húmeda hace rato solo hace más grande mi urgencia, así que me deshago de mi pantaloneta y retiro sus bragas sin mayor preámbulo. Estoy a punto de entrar en ella cuando recuerdo que no quiero dejarla embarazada aún, así que en contra de mi voluntad, me separo de ella y destapo la caja de preservativos que compramos esta tarde. Sonrío al recordar lo roja que se puso cuando tomé aquello del estante y los pagué.
Me observa con detenimiento cuando me lo pongo y eso me gusta. Poco a poco deja de sentir vergüenza por nuestra desnudez e inicia a tenerme más confianza. Me acuesto en la cama.
—Ven, quiero verte arriba de mí.
Parece descolocada por lo que acabo de decir, pero sigue mis indicaciones y se sienta a horcajadas sobre mí y de manera dudosa inicia a dejarme entrar en ella. Es maravilloso ver sus expresiones e ir apreciando cómo evolucionan sus gestos y se intensifican sus movimientos. Mis manos atrapan sus senos y pellizcan sus pezones inicialmente, pero luego, un rato después, debo empezar a controlarme si quiero durar más. Ver su primer orgasmo desde este ángulo fue más satisfactorio de lo que pensé.
Pongo mis manos en sus caderas y limito sus movimientos para tratar de controlar mis ansias.
—¿Qué pasa? —me pregunta con rostro confuso, así que sin salir de ella hago que se incline y la beso antes de contestar.
—Que vas a hacer que acabe pronto y no quiero.
Me regala una dulce sonrisa.
—Intentemos otra cosa —digo, bajándola de mí—. Déjame verte en cuatro.
Puedo ver algo de miedo en sus hermosos ojos verdes, así que sigo hablando.
—No te lastimaré y prometo que lo disfrutarás —digo para bajar el nivel de alerta que expresa su mirada.
Hace lo que le pido, pero aún con desconfianza ladea la cabeza para poder mirarme. Le sonrío de manera confiada y paso mi mano por su espalda, sintiendo cómo se tensan sus músculos a mi contacto. Mi mano se posa en su intimidad, dando un pequeño golpeteo en esa zona sensible y haciendo que su humedad aumente casi de manera instantánea.
Isabella es más sensible en esta posición. Sonrío ante este descubrimiento e ingreso en ella. Primero de manera lenta para que se acostumbre y me tenga confianza, pero luego nuestros jadeos, al igual que mis ganas, aumentan y el sonido de nuestros cuerpos chocando llena la habitación. Llegamos al clímax al mismo tiempo y por un momento arropo todo su cuerpo con el mío.
Salgo de ella y retiro el preservativo.
—¿Cómo te sientes? ¿Te lastimé? —pregunto, cayendo ahora a su lado en la cama.
—No, me gustó —dice mientras la acuno contra mi cuerpo y la cubro con la sábana, pues en un rato, cuando la temperatura del cuarto se normalice, tendrá frío.
—Me alegra —beso sus hombros—. Descansa, te llamaré para que veamos el amanecer.
Por fin el cansancio del día de playa y sol, junto con el ejercicio que acabamos de hacer, me hace dormir plácidamente.
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—Vamos, Isabella, es momento de ver el amanecer —la llamo unas cuantas horas más tarde—. He pedido café, ¿te gusta?
—Vuelve a la cama y abrázame —dice sin abrir los ojos.
—No, porque si hago eso, me culparás después por no haber podido ver el amanecer.
Por fin abre los ojos, así que sin dudar la saludo.
—Buen día, esposa mía.
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ADICTA A SUS BESOS
RomanceUna mañana, Isabella se despierta en la cama de un desconocido, sin recordar cómo llegó ahí. El hombre a su lado, Alexander, resulta ser un atractivo heredero de una familia poderosa, pero también con un lado oscuro: su abuelo le ha legado un negoci...